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El último golpe

JuicioJuntas
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24 marzo de 2017

(Columna de Fabián Bosoer y Santiago Senén González para la Edición 138)

La caída de Isabel dio paso a la dictadura más cruenta de nuestra Historia. Cuarenta años después, se siguen recordando su significación y secuelas.

Las últimas horas del gobierno de María Estela Martínez, “Isabel” Perón, en la víspera del 24 de marzo de 1976, fueron de marasmo y desasosiego. La presidenta, de cuarenta y cinco años, dio por terminada su última reunión de gabinete en la Sala de Situación de la Casa de Gobierno a las 0.10 de la madrugada. La senadora Yamile Barbora de Nassif, de su círculo íntimo, se ofreció a acompañarla hasta la explanada de la calle Rivadavia, pero ella prefirió viajar en helicóptero a la Residencia de Olivos. “No hay golpe”, dijo al salir Deolindo Felipe Bittel, para rumbear hacia el restorán El Toboso, donde cenó con varios legisladores. Más locuaz, el líder de la UOM y las 62 Organizaciones, Lorenzo Miguel, declaraba que “todo anda bien; no hay golpe ni ultimátum, volveremos a reunirnos mañana? Juéguense por nosotros: pagamos 2 con 10”. Junto al ministro de Trabajo, Miguel Unamuno, Miguel se dirigió al edificio del Ministerio, donde los aguardaban otros dirigentes sindicales. A metros de allí, el ministro de Defensa José Deheza mantenía las últimas conversaciones con los jefes militares y un grupo de dirigentes “ultraverticalistas”. En el Congreso, los diputados y senadores que quedaban se debatían sobre cómo encarar una vigilia que terminaría con los tanques en la calle.

La inminencia del golpe de Estado era un secreto a voces. El lunes 22, el secretario general de la CGT, Casildo Herreras, viajaba sorpresivamente a Montevideo donde se realizaba una reunión de la AFL-CIO e interrogado por la prensa local espetó: “No sé nada, estoy desconectado de todo, me borré?”. El mismo día era asesinado el secretario general del gremio azucarero (FOTIA), Atilio Santillán. En los últimos tres años se contabilizaban más de 1.800 muertes, víctimas del fuego cruzado entre las organizaciones armadas ERP y Montoneros y bandas parapoliciales y paramilitares como la Triple A.

La cuenta regresiva había comenzado semanas antes. El martes 16 de marzo, el líder de la oposición, el radical Ricardo Balbín, se dirigía al país por televisión implorando “la unidad de los argentinos”. El vespertino La Tarde, dirigido por Héctor Timerman, titulaba el lunes 22 “Terrorismo: sigue la escalada de crímenes. Un récord que duele: cada cinco horas asesinan a un argentino”. Y el martes 23: “Ante el vacío de poder. Tensión: habría un gobierno militar. Las Fuerzas Armadas se disponen a ocupar el vacío de poder para terminar con el caos en el país”. La Razón sentenciaba con título catástrofe “Es inminente el final. Está todo dicho”. El diario platense El Día modificó en cuatro oportunidades su primera plana. La primera, a la 1 de la matina, decía “Hay movimientos de tropas”. Una hora y media después titulaba “Pronunciamiento militar”. A las 3:30, señalaba “Fue derrocado el gobierno”. La cuarta edición mantenía el título principal y anunciaba que el gobernador era el general Adolfo Sigwald.

Isabel fue detenida y conducida a la residencia El Messidor en Neuquén. A las 3 de la mañana fue librada la orden de detención contra los principales dirigentes y funcionarios del Gobierno, que fueron conducidos al buque 33 Orientales, amarrado en el puerto. El Congreso fue clausurado, las sedes sindicales fueron ocupadas por tropas del Ejército y las conducciones de la CGT y la CGE disueltas. El primer comunicado se difundió a las 3:21 del miércoles 24, por la Cadena Nacional de Radiodifusión. En él, la Junta de Comandantes Generales integrada por el general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier Orlando Ramón Agosti, informaba a la población que el país se encontraba “bajo control operacional de las Fuerzas Armadas” y exhortaba al estricto cumplimiento de las disposiciones militares, policiales y de organismos de seguridad. Posteriormente, otro comunicado recordaba la vigencia del estado de sitio y la prohibición de realizar manifestaciones callejeras. Regía el toque de queda. Más tarde se informaba que “el personal afectado a la prestación de servicios esenciales queda directamente subordinado a la autoridad militar”.

A las 10:40 del miércoles, en un nuevo comunicado antecedido por una marcha militar, se daban a conocer once resoluciones contenidas en el “Acta para el Proceso de Reorganización Nacional y jura de la Junta Militar”. Se declaraban caducos los mandatos del Presidente de la Nación, gobernadores y vicegobernadores, interventores federales, diputados y senadores nacionales y provinciales, intendentes municipales y concejales. También se removieron los miembros de la Corte Suprema de Justicia y los integrantes de los tribunales superiores provinciales y se suspendió -entre otras medidas- la actividad política o gremial. Finalmente, el acta informaba que se notificaría de todo lo resuelto y actuado a las representaciones diplomáticas acreditadas en el país y a las representaciones diplomáticas argentinas en el exterior. Y se señalaba que una vez efectivizadas esas medidas se designaría a quien ejercería el cargo de Presidente de la Nación.

Las Fuerzas Armadas habían vuelto a hacerse cargo del poder. Luego de dos años y diez meses de gobierno, con cuatro presidencias titulares (Cámpora, Lastiri, Perón, Isabel) y una interina (Italo Luder) en ese breve lapso, el peronismo sufrió su segundo derrocamiento en poco más de dos décadas. Una Junta Militar, encabezada por el teniente general Alejandro Agustín Lanusse le había entregado el Gobierno el 25 de mayo de 1973, y otra se lo arrebató, instalando una dictadura que no sería como las anteriores. El terrorismo de Estado y el plan económico de José Alfredo Martínez de Hoz diezmaron las fuerzas del movimiento obrero, cuya dirigencia ya se encontraba en pleno marasmo desde la muerte de Perón. Un sector de esa dirigencia sufrió en carne propia una represión que se cobraría miles de víctimas: entre 10.000 y 30.000 muertos y desaparecidos. Otros se llamaron a una actitud de prudente oposición y buscaron adaptarse y sobrevivir en las nuevas condiciones. Pocos imaginaban en ese momento lo que le aguardaba al país en los siguientes siete años.

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