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¡El no peronismo puede gobernar? ¡Sí! ¿No?

11 abril de 2016

Que Argentina sea gobernable por el no peronismo es una noticia tan buena como prematura

Durante medio siglo, pocos presidentes completaron mandatos preestablecidos: sólo Agustín P. Justo, Juan D. Perón y Jorge R. Videla. Tres generales. Desde 1983 sólo lo lograron Carlos Menem, Néstor y Cristina. Tres peronistas. Era una verdad fáctica corroborada por la evidencia empírica de los hechos, diría Ricardo Foster. Hasta que llegó Mauricio Macri. Primero le ganó al peronismo. Después lo dividió. Y finalmente arrasó en la votación parlamentaria para pagarle a los buitres, el enemigo jurado del Gobierno anterior. En Diputados superó al kirchnerismo por 165 a 86 y en el Senado lo arrolló por 54 a 16. Son cifras que duplican y triplican el tamaño de los bloques legislativos de Cambiemos.

Se terminó la maldición, escribió la prensa gorila. Se puede gobernar sin el peronismo.

Momento.

En marzo de 2000, Fernando De la Rúa también avanzaba viento en popa. Como argumentaba contracorriente Luis Tonelli, el Congreso siempre aprobó todo lo que el Presidente le mandó. Lo hizo incluso después de la renuncia del vicepresidente. Y del regreso de Domingo Cavallo. El 30 de julio de 2001, poco antes del fin, los medios informaban que “el Senado aprobó el déficit cero, sin modificaciones”. La escribanía de De la Rúa. La noticia se completaba así:

El radicalismo ganó la votación gracias a que el peronismo retiró del recinto a parte de sus senadores y dejó la cantidad necesaria para que se mantenga el quórum requerido para votar.

En otras palabras, la crisis económica y de gobernabilidad no fue responsabilidad del peronismo. Quedan dos sospechosos: la Convertibilidad y la incapacidad del Gobierno. No son excluyentes.

Sólo el voto bronca del 14 de octubre de 2001 hizo que los peronistas cambiaran de actitud. Contra la tradición, impusieron al presidente provisional del Senado y se sentaron a esperar. Algunos soplaron, es cierto. Pero no voltearon a De la Rúa, que prescindía de ayuda.

Hoy no hay convertibilidad y el peronismo sigue colaborando. El mayor peligro para la gobernabilidad es, otra vez, la incapacidad del Gobierno.

La mejor hipótesis sobre por qué el peronismo colabora sigue siendo la que propusieron Mark Jones, Sebastián Saiegh, Pablo Spiller y Mariano Tommasi. Estos politólogos mostraron que la carrera política de los legisladores no depende tanto de las autoridades partida prematurarias nacionales (como en Gran Bretaña) o de los electores (como en Estados Unidos) como de las autoridades partidarias provinciales. En otras palabras, las listas las arman los caudillos. Y caudillo exitoso es gobernador. Pero así como los legisladores dependen de los gobernadores para ser reelectos o conseguir otro cargo, los gobernadores dependen del Gobierno Nacional para financiarse. Por esa doble dependencia, presidente paga a gobernador y gobernador mandata a legislador. Así construyen los gobiernos mayorías parlamentarias más allá de los partidos.

Pero ahora aparecieron dos politólogos que impugnan la cadena de la felicidad. Julio Burdman denuncia “la falsa tesis de que los legisladores son soldados de los gobernadores”, y argumenta que eso sólo funcionó en los '90 porque el presidente y la mayoría de los gobernadores pertenecían al mismo partido. Se infiere que hoy, en cambio, el presidente podría puentear a los gobernadores. Lo que no se entiende es por qué Menem no lo hacía.

Andy Tow cuestiona la teoría con otro argumento: que las PASO, al reducir la capacidad del aparato para determinar los resultados, redujeron la capacidad del gobernador para determinar las nominaciones ?y por lo tanto, para disciplinar a los legisladores?. El razonamiento es sólido y merece escrutinio en próximas elecciones.

En síntesis, ambos argumentos son buenos. Pero los de Macri son mejores. Telefonazo de gobernador, que derivó en 64% de los diputados y 73% de los senadores levantando la manito, mata renovación teórica.

Por su parte, Carlos Acuña minimiza los argumentos institucionales y saca la discusión a la calle. Para él, dos actores extrapartidarios van a cobrar fuerza en un contexto de apriete fiscal. Por un lado, los sindicatos; por el otro, los movimientos sociales. Con los sindicatos se puede negociar, teniendo en cuenta que no cobran sólo fuerza. Los movimientos sociales son más complicados por su autonomía creciente respecto de liderazgos partidarios y autoridades oficiales. La amenaza para el Gobierno no estaría en el Congreso ni en las provincias sino en las periferias sindicales y los grupos marginales. Lo que en boca de Fernando Espinoza fue un exabrupto, para la ciencia política es conocimiento convencional: la estabilidad política depende de la capacidad de controlar la movilización social en el conurbano.

Que Argentina sea gobernable por el no peronismo es una noticia tan buena como prematura.

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