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Sergio Massa, la peor pesadilla

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15 abril de 2016

(Columna de Alejandro Radonjic)

En cada traspié del Gobierno, allí están el tigrense y sus legisladores metiendo el dedo en la herida.

Un peronismo dividido y enfrascado en el lógico internismo posterior a la estruendosa derrota electoral de noviembre pasado, se creía, ayudaría a Cambiemos. Un peronismo en esas condiciones sería funcional al nuevo Gobierno pues tendría escasas energías suplementarias para combatir y tendría una vocación más ombliguista.

Esa tesis se cumplió, y quizás con creces. El FpV, el ropaje del peronismo en el Siglo XXI, se fracturó de hecho en la Cámara Baja y de facto en la Cámara Alta, y ni hablar en La Plata. No hay Liga de Gobernadores, y no hay dirigentes peronistas que hayan visto incrementar su consideración popular en los últimos meses. Cristina, en Santa Cruz. Alicia, en problemas, al igual que varios empresarios icónicos de la larga década kirchnerista. La Cámpora, que antes copaba ministerios, ahora hace lo mismo, pero en las plazas porteñas. Con las elecciones venideras a la vuelta de la esquina, menos capacidad de influir aún. Y eso que no han faltado incentivos políticos para ejercer una reacción más potente y vertebrada ante estos primeros cien días y monedas de cambios, y vaya que los hubo.

¿Cómo sigue el peronismo? Quién sabe. Resurgirá, como siempre lo hecho, y quizás con más fuerza bajo otra conducción, o la misma. No es siquiera el objetivo de este artículo.

Quien realmente está incomodando al Gobierno es un bicho mucho más chico y menos potente, pero incómodo al fin: el massismo que conduce, es obvio, el perspicaz y perseverante Sergio Tomás Massa. Un frenemy , como dirían los yankees, del Gobierno: mezcla de friend (amigo) y enemy (enemigo). Aliado fuerte del Gobierno en los primeros meses, un momento recomendable, según el manual, para apoyar y, asimismo, negociar mejor. Mal no le fue. Un ejemplo: colocó al experimentado Jorge Sarghini en la Presidencia de la Cámara Baja de la Legislatura bonaerense.

Pero esa etapa parece haber quedado atrás. Si bien (algunos) lazos siguen activos, sobre todo con el Ministerio de Interior, ya empiezan a verse dardos entre Olivos y Tigre. Unos y otros se empiezan a ver, inevitablemente, como rivales electorales en el mediano plazo. Massa es un número puesto para la madre de todas las batallas que, en 2017, vale recordar, viene con yapa: los tres senadores por la provincia de Buenos Aires.

Activo como siempre y con un carretel cronológico extenso aún, fue señalado como uno de los grandes ganadores de 2015 (luego de Mauricio y María Eugenia, lógicamente). Y en 2016 no le fue mal, por ahora: tiene un diferencial de imagen (positiva menos negativa) más auspiciosa que la del propio Presidente: 27%, según los números de Management & Fit. Acertó en la campaña presidencial pasada con el “cambio justo” y la “ancha avenida del medio”, luego invocada por Macri. Faltaron los votos, desde ya, aunque esos 5.386.977 sufragios logrados en la primera vuelta, aún luego de haber quedado muy lejos en las PASO, no son moco de pavo.

Tiene un discurso, lógicamente crecientemente opositor aunque siempre guardando las formas, más a tono con la época. Basado en temas concretos y siempre con alta sensibilidad ciudadana: inflación, corrupción y la infaltable inseguridad. Cada traspié del Gobierno, allí están Massa y sus legisladores metiendo el dedo en la herida. Ahora, Panama Papers mediante, pidiendo que el Presidente clarifique su situación ante la ciudadanía y apurando proyectos sobre transparencia. Hace una semanas, y seguramente en los próximos días, presentando una nueva actualización del IPC Congreso y reclamando terminar con el problema que se colado en el podio de las preocupaciones citadinas y que allí seguirá estando. El Impuesto a las Ganancias, otro ejemplo.

El aparato peronista hoy no le sirve, y menos inmiscuirse en las internas. Y no lo está haciendo, aunque siempre que puede juega una ficha para desorientar y enervar a los kirchneristas que, como algún habitante de la Ciudad Eterna, lo detestan por haber sido funcional, dicen, a la victoria de Macri por dividir el voto peronista.

Massa se ilusiona, y con bastante razón, en hacer una gran elección en su pago chico: el conurbano bonaerense. Le fue bien allí en 2013, 2015 y nada indica que 2017 será distinto. Llegar a la Cámara Alta y, en ese trance, ganarle al mismo tiempo al Gobierno y al PJ-FpV. Quedando, así, en la pole position para el 2019. Pero falta mucho.

Por ahora, el plan económico del Gobierno ayuda en su arquitectura electoral. Un plan que, aún si saliera bien, difícilmente entusiasme al conurbano profundo en 2017 y al votante massista medio. Dejándole lugar para crecer hacia arriba y abajo, y más si logra sacar de la cancha a Margarita si prospera su intentona de sentarla junto a Ricardo Lorenzetti.

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