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Apocalípticos y optimistas

Hillary
Hillary
11 agosto de 2016

(Columna de Tomás Múgica)

En las elecciones de Estados Unidos confrontan dos visiones irreconciliables sobre cuál es la situación que está atravesando el país.

Comienza el tramo final de la elección presidencial en Estados Unidos. En las últimas dos semanas de julio las convenciones nacionales de ambos partidos nominaron formalmente a los candidatos. Todo indica que será una elección pareja. De acuerdo al promedio de encuestas del sitio Realclearpolitics la carrera está casi empatada: con el envión de la convención demócrata, Clinton está adelante por un margen pequeño: 46.4% contra 42% de Trump. La semana anterior, apenas concluida la convención republicana, el liderazgo era de Trump. Hillary también se impone en 10 de los 14 Estados más disputados (swing states). Y ambos candidatos presentan altos niveles de negatividad: 53.9 % Clinton, 57.9 % Trump. Hillary no entusiasma, Donald da miedo. Además de pareja, la campaña promete ser muy negativa.

El empleo y la consolidación de la recuperación económica, la lucha contra el terrorismo, la relación con los socios económicos y militares externos, el control de la inmigración ilegal, las políticas de salud y el control de armas figuran entre los principales temas de campaña (70% o más de los votantes los consideran “muy importantes” para su voto, de acuerdo a un estudio del Pew Research Center). Pero en un nivel más general el eje de la discusión política pasa por la desigualdad, que el propio Obama definió tiempo atrás como “el mayor desafío de nuestro tiempo”. No es casual. De acuerdo a cifras del Institute of Policy Studies, el 1% de la población con mayores ingresos -al que tanto aludió Bernie Sanders en su campaña ? obtiene en promedio 38 veces más ingresos que el 90% en la parte inferior de la escala. Más significativo, sin embargo, es el crecimiento de la desigualdad en los últimos cuarenta años: en el 2013 el 1% más rico se quedaba con el 21.2% del ingreso nacional, más del doble de su porción en 1973, cuando obtenía el 8.9%.

Las convenciones mostraron dos partidos con profundas divisiones ?más hondas en el caso de los republicanos ? reflejo de una sociedad polarizada y preocupada por su supuesta declinación. Pero también diferentes tonos y respuestas frente a esa situación: pesimismo y ruptura con el statu quo en el caso de los republicanos; fe en el futuro y una mayor continuidad ?aunque no total- con el actual gobierno en el de los demócratas.

La grieta republicana

El encuentro del GOP (Grand Old Party, el apodo del Partido Republicano) en Cleveland fue la confirmación de que Trump continúa siendo una figura enormemente divisiva, también dentro de su partido. En primer lugar, genera un enorme rechazo entre buena parte del establishment partidario: varios de los principales líderes republicanos ? incluyendo los dos últimos candidatos presidenciales, John McCain y Mitt Romney, y el último presidente, George Bush- estuvieron ausentes. El senador por Texas Ted Cruz, el segundo aspirante en número de delegados, evitó dar su apoyo a Trump. Segundo, el triunfo de Trump es la expresión de una divergencia muy profunda entre esa dirigencia partidaria que lo rechaza, y las bases, que lo han apoyado mayoritariamente, dándole un triunfo contundente: obtuvo 1725 delegados, contra 484 de Cruz, 120 de John Kasich y 114 de Marco Rubio, sus seguidores inmediatos.

El discurso de Trump es simplista y apocalíptico: Estados Unidos está en declinación. Atraviesa un período de estancamiento económico, aumento de la criminalidad, inmigración ilegal descontrolada y debilidad externa. La gravedad de la situación requiere un liderazgo fuerte. El de Trump, por supuesto; el único capaz de Make America Great Again, como reza su slogan.

A la hora de proponer remedios para esos males, Trump se aleja de la ortodoxia republicana. Especialmente en el terreno económico, en el cual se opone al librecambismo que ha caracterizado a ese partido a partir de Reagan. Trump en cambio se muestra proteccionista: propone aumentar los aranceles a los productos chinos y frenar las negociaciones por el TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica), al tiempo que afirma que podría retirar a Estados Unidos del NAFTA. En cuanto a la seguridad internacional, si por un lado Trump respalda el ejercicio de la fuerza contra el ISIS y otros grupos terroristas, por el otro rechaza el internacionalismo que constituye un dogma bipartidista, amenazando con desconocer los compromisos de Estados Unidos con sus aliados europeos y asiáticos. Iconoclasta, Trump hasta se permite elogiar a enemigos de Estados Unidos, como Putin y criticar a héroes de guerra. Trump también acusa a los inmigrantes ilegales de causar inseguridad doméstica y competencia desleal en el mercado laboral, mostrándose mucho más duro en este tema que el promedio de los ?duros- líderes republicanos. Un triunfo de Trump ?al menos si lleva adelante su programa- implicaría un profundo giro en la visión dominante en el partido.

Feel the Bern”

La convención demócrata de Filadelfia mostró un tono más optimista. Y una mayor unidad alrededor de Hillary Clinton y Tim Kaine -el senador por Virginia, moderado y dueño de un castellano fluido- que la acompañará en la fórmula. Las presencias de Barack y Michelle Obama aportaron un respaldo valioso? el presidente tiene 50% de aprobación- y sirvieron para fortalecer un relato: el de una sociedad fuerte y creativa, capaz de recuperarse de la peor crisis económica desde la Gran Depresión y de superarse siempre a sí misma, en una progresiva marcha hacia la igualdad. “Cada día despierto en una casa (la Casa Blanca) construida por esclavos”, dijo Michelle, resumiendo el largo camino desde la esclavitud a un presidente negro. El próximo paso, afirmó, será elegir una mujer.

Pero el apoyo político más significativo para Hillary fue el de Bernie Sanders. A pesar de sus reservas ?los lazos de Clinton con Wall Street y sus antecedentes como “halcón” en política exterior- y de presentarse como el guardián del progresismo frente a una candidata situada más al centro, Sanders fue claro: la elección entre Clinton y Trump no admite dudas. Logró persuadir a sus votantes en las primarias, 90% de los cuales afirma que votará a la ex Secretaria de Estado en la elección general.

Sanders ha sido un candidato extraordinario. Centrando su campaña en la desigualdad, logró entusiasmar a los jóvenes con un discurso claramente crítico del statu quo. Aunque perdió, obligó a Hillary a moverse hacia la izquierda: educación gratuita en las universidades estatales para los hijos de familias que ganan menos de 125.000 dólares, aumento del salario mínimo a US$ 15 por hora y una posición crítica frente al TPP, son algunas de las posiciones de Hillary que reflejan las demandas de Sanders. Ello se suma a posturas propias de Clinton, como su claro apoyo a la reforma del sistema de salud realizada por Obama, e impuestos más altos para las grandes corporaciones y los más ricos. Sanders se ha hecho sentir, como prometía el más popular de sus eslóganes (“Feel the Bern”), no sólo en el resultado ?obtuvo 1846 delegados, una cifra muy significativa- sino también instalando debates que parecían adormecidos entre los demócratas.

En los próximos tres meses, como en otros momentos de su historia ?1979/80 y 2003/2004 los más recientes- la sociedad americana debatirá intensamente sobre su presunta declinación y sobre las amenazas externas que la cercan. La diferencia, no menor, es que esta vez todo puede terminar con Trump presidente.

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