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Con Trump nada será igual

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16 noviembre de 2016

(Columna de Tomás Múgica)

Las elites políticas estadounidenses fueron sorprendidas por un movimiento que no alcanzaron a percibir.

Donald Trump es el nuevo presidente de Estados Unidos. El triunfo de Trump se sustentó en el voto de la población blanca sin título universitario y en el de las zonas menos urbanizadas del país. Las batallas decisivas se han dado en un número relativamente reducido de Estados. Los triunfos del republicano en Carolina del Norte, Florida, Ohio y Pensilvania, en algunos casos por un margen escaso, fueron claves para el resultado final.

Nada será igual tras esta elección. Durante una larga y durísima campaña electoral, las elites políticas y económicas norteamericanas ?los dirigentes más notorios de ambos partidos, Wall Street, los grandes medios de prensa, los think tanks y universidades más prestigiosashan sido cuestionadas como nunca antes en la historia reciente del país. La victoria de Trump frente a una dirigente como Hillary Clinton que es una nítida expresión del establishment confirma y radicaliza esos cuestionamientos.

El crecimiento de la desigualdad económica y la pérdida de empleos industriales tradicionalmente asociados a la clase media están en la base de las críticas que Trump expresa. De acuerdo a cifras del Institute for Policy Studies, el 1% más rico de la población norteamericana ha visto crecer sustancialmente su porción de la riqueza nacional en los últimos cuarenta años: en 2013 se quedaba con el 21.2% del ingreso nacional contra 8.9% en 1973. Aún más, los más ricos se están quedando con los frutos de la recuperación económica post-crisis subprime. Según un estudio del Economic Policy Institute el top 1% del que tanto habló Bernie Sanders en su campaña capturó el 85% del incremento del ingreso nacional entre 2009 y 2013. Por otro lado en los últimos años Estados Unidos ha visto declinar el porcentaje de trabajadores empleados en la industria -que pasaron de representar el 13% de la fuerza laboral en 2000 al 8% en 2016, de acuerdo a cifras del Bureau of Labor Statistics- como producto de la competencia de socios comerciales con menores costos laborales, como China y México, y la robotización. Cierto, se crean nuevos empleos en el sector servicios, aunque en su mayoría con peores salarios y condiciones laborales que aquellos añorados por los trabajadores blue collar.

Con el telón de fondo de este contexto socioeconómico, durante su campaña Trump describió a la sociedad americana como al borde del abismo. Una sociedad amenazada por el estancamiento económico, la inmigración ilegal descontrolada, el aumento de la criminalidad, y la debilidad externa. Frente a ese cuadro apocalíptico enarboló propuestas muchas veces extremas y poco claras, como las de construir un muro en la frontera con México y prohibir el ingreso de musulmanes al país. También otras más realizables, como la de un amplio recorte impositivo para todos los sectores, la imposición de altos aranceles a los productos chinos y revisión o simple rechazo de los Tratados de Libre Comercio, como el TPP y el TIIP.

A partir de enero, cuando tome juramento, Trump se enfrentará al desafío de implementar las políticas que expuso de manera muchas veces superficial y desprolija durante su sorprendente campaña. Las posibilidades de llevar adelante su agenda dependen en buena medida de la relación con su partido, que en su mayoría lo rechazó desde el principio y que nunca se alineó con firmeza detrás de su candidatura. Los republicanos contarán con mayoría en ambas cámaras del Congreso, tras retener el control de la Cámara de Representantes y del Senado. Trump deberá bregar para lograr su apoyo y evitar que las divisiones internas creen puntos de veto partidarios a sus iniciativas políticas. El congreso está en manos de su partido, pero Trump deberá trabajar duro ?y seguramente moderar sus propuestas más radicales-para conseguir el apoyo de sus colegas republicanos.

También deberá maniobrar con cuidado si no quiere profundizar las divisiones de la sociedad americana, que no se limitan a las cuestiones relacionadas con la distribución del ingreso. Hay otros asuntos, vinculadas con valores individuales, que dividen ?y mucho- a los norteamericanos como la portación de armas, el aborto y el casamiento entre personas del mismo sexo. La polarización de la sociedad norteamericana se ha incrementado en las últimas décadas. Según un estudio del Pew Research Center, los demócratas se han vuelto más de izquierda, con un 60% defendiendo valores políticos progresistas, contra un 30% en 1992; y los republicanos más de derecha, con un 53% defendiendo valores políticos conservadores contra 45% en 1992. Es improbable que la presidencia de Trump ayude a superar esa polarización. Sería bueno que al menos no la agravara.

La elección de Trump abre un período de incertidumbre. Su elección, sin embargo, también deja una lección y una certeza: durante mucho tiempo las elites norteamericanas eligieron ignorar las tendencias profundas de su sociedad. Ayer quedó claro que lo hacían a su propio riesgo.

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