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Macri apuesta todo a la PROvincia

16 noviembre de 2016

La buena imagen del Presidente se sostiene en gran medida en Buenos Aires.

Eduardo Duhalde creó la gravitación geopolítica bonaerense de Argentina contemporánea a partir de tres diseños electorales: 1). Eliminación del Colegio Electoral en la reforma constitucional de 1994, que convirtió a la provincia en la proveedora del 38% de los votos (antes contaba con algo más del 26% de los electores), 2). Consolidación de una máquina electoral de base municipal en el Conurbano, con centro en la Tercera Sección, y 3). División de los partidos de Morón y General Sarmiento, para evitar la pérdida de control de la máquina. Desde entonces, todos los proyectos presidenciales tuvieron una estrategia para la provincia, denominada “la madre de todas las batallas”. Cambiemos, la coalición de gobierno dominada por el PRO desde el Poder Ejecutivo, ha exacerbado esa centralidad bonaerense más que ningún otro oficialismo. La provincia ya no es más la madre de una prole de batallas. Ahora es como la Mariana francesa: una madre sin hijos que nos conduce a todos.

La provincia es, de hecho, una de las razones que explican la estabilidad de la popularidad presidencial desde el mes de febrero. Inclusive, con una ligera recuperación: hoy está en 45 puntos, y hace dos meses estaba en 42.

En el contexto de la caída general de popularidad y aprobación de casi todos los presidentes sudamericanos, Macri no está mal. Los otrora superpopulares Tabaré Vázquez y Michelle Bachelet tienen una aprobación por debajo de 30, Evo y Correa en torno al 40; Maduro y el ex vicepresidente Temer tocan fondo. ¿Por qué entonces, en un año económicamente malo para toda la región, del que Argentina es parte, Macri no cae?

La buena imagen de Macri no se correlaciona con las percepciones económicas de la sociedad. En las encuestas, una clara mayoría sostiene que está peor que antes, cuando se la consulta por su situación económica personal. Podemos destacar dos lecturas de esto. Una que destaca la gestión política y comunicacional de Macri en un año económicamente adverso; el dominio (¿provisorio?) de la confianza política por sobre el reino de las percepciones económicas. Macri pidió paciencia, y se la están dando. Anunció que la economía se recuperará, y un sector importante de la sociedad confía, y le ha creído.

La otra lectura, que no se contradice con la anterior, es regional. Macri ha venido ganando imagen y popularidad en la provincia de Buenos Aires. Antes, las encuestas mostraban que la popularidad de Macri y la aprobación de su gestión marcaban mejor en la Capital y en el cordón agroindustrial argentino que en el Conurbano bonaerense. Pero en los últimos meses hubo una ligera redistribución de esos apoyos: cae algo en la Capital y en Santa Fe, se mantiene constante en el resto del interior, crece en Buenos Aires. En octubre, comparado con septiembre, la imagen positiva del Presidente aumentó allí 4,5 puntos, mientras que su aprobación de gobierno lo hizo unos 8 puntos.

Allí están dirigidos los esfuerzos oficialistas, y contra esos mismos esfuerzos se dirige la furia de los economistas más ortodoxos. El gasto social agregado y la infraestructura social, que según el Presupuesto 2017 se incrementarán por encima de la inflación, estará focalizado en la provincia. María Eugenia Vidal, Carolina Stanley y Rogelio Frigerio tienen una estrategia política que implementar. Particularmente la gobernadora. Que, por esa responsabilidad implícita, se ha convertido en la segunda figura política del oficialismo. Cada punto de imagen que gana Macri en territorio bonaerense, que él no ganó en 2015, se acredita en la cuenta de capital político de Vidal.

Podemos observar esta nueva apuesta a la gobernadora y la Provincia, como en noviembre de 2015, en sus acciones y en sus omisiones. En los párrafos precedentes describimos algunas de las primeras; la gran ausente de este primer año de predominio político de Cambiemos es su estrategia de construcción política federal. Algo ha hecho: se diseñó un Plan Belgrano, que podría arrancar o no, y se les dio ministerios a aquellas figuras del panradicalismo que podrían tener buenos desempeños en sus provincias (Buryaile, Martínez, Aguad). Pero no parece suficiente. Lo que está faltando ahora es una candidatura acorde a la responsabilidad política. Algunos no lo dudarían: la candidata debería ser Vidal. Testimonial, claro. Pero los casos de gobernadores que fueron candidatos testimoniales no son aquellos en los que Vidal se quiere ver reflejada: Carlos Juárez y Angel Maza encabezaron listas, Daniel Scioli secundó a Kirchner. No hay que descartar nada, si la necesidad apremia. La otra solución es encontrar dos candidatos que estén perfectamente identificados con Macri y con Vidal, y que permitan una transferencia automática de preferencias. No es una elección para caras nuevas. Ni para experimentos: así como se han planteado las cosas, de esa elección de candidaturas depende mucho de lo demás.

Pero no conservador. Al contrario, con Bernie Sanders fuera de carrera, es el progresismo neoliberal de Hillary ?si eso existe? el que representa para propios y extraños la conservación del statu quo en sentido estricto”. Es claro: Trump representaba, para esta lectura, una salida “por derecha” al status quo. La relación entre trumpismo y peronismo no solo merece un análisis comparativo sobre el pasado sino que parece seguir resonando como una de las claves del presente.

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