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¿Recuerdos del futuro?

26 agosto de 2011

El kirchnerismo y el peronismo tradicional tienen puntos en común pero también grandes diferencias.

Tanto el discurso oficialista como el análisis político profesional suelen caracterizar al kirchnerismo como un movimiento político novedoso. Esa caracterización se ha reactualizado últimamente con el diseño de listas electorales realizado por el vértice gubernamental ?el cual ha sido descripto como el comienzo de una renovación de la élite política argentina?. Sin embargo, un examen de la historia del peronismo sugiere lo contrario: el kirchnerismo no sería tan novedoso como parece, ni el reciente diseño de listas electorales sería adecuadamente descripto como una renovación dirigencial.

De ahí que resulte plausible observar los problemas que las últimas decisiones presidenciales están generando en el peronismo como el anuncio de un pasado en retorno. Tal como el kirchnerismo, el peronismo clásico fue un movimiento político bicéfalo conducido por líderes de estilos notoriamente diferenciados. Perón fue el constructor de coaliciones que articuló el apoyo simultáneo de sindicatos, Fuerzas Armadas, Iglesia y liderazgos conservadores provinciales. Su tarea, por cierto no siempre ejercida con delicadeza, fue mantener los equilibrios entre esos apoyos.

Eva fue, en cambio, la conductora ideológica, la líder carismática que cementó con ayuda social directa y retórica incendiaria la adhesión al peronismo de sindicatos y sectores populares informales. Su tarea, siempre ejercida con implacable rigor, fue mantener con esas herramientas el apoyo de las masas. El kirchnerismo, pues, no inventó el doble comando sino apenas su versión Siglo XXI: con un Kirchner empeñado en forjar alianzas con sindicatos, movimientos sociales, gobernadores, intendentes y grandes medios de comunicación, y una Cristina Fernández dedicada a sustituir los apoyos previos por leales y los grandes medios privados por medios estatales sometidos a su conducción.

Tal como en el kirchnerismo, en el peronismo clásico la conducción bicéfala generó tensiones y oscilaciones en el rumbo del país. Mientras Perón buscó adaptar las políticas económica y exterior para obtener recursos suficientes como para mantener las realizaciones sociales y económicas alcanzadas en la inmediata posguerra, Eva resistió con tenacidad esos intentos de adaptación. Cuando Perón impulsaba la

austeridad fiscal y crediticia, Eva expandía la distribución de subsidios y créditos desde su Fundación; cuando Perón archivaba implícitamente la Tercera Posición para acercarse a los Estados Unidos, Eva promovía la sustitución de Bramuglia por Paz para conservar la línea ultranacionalista; cuando Perón intentaba aplacar las críticas de militares y sacerdotes al avance peronista sobre Fuerzas Armadas e Iglesia, Eva abogaba abiertamente por la peronización del clero y los altos mandos militares; cuando Perón procuraba mostrar señales de apertura política ante el exterior, Eva alentaba la expropiación de medios independientes y el uso de las radios y la prensa adepta para atacar y ahogar las voces opositoras.

El kirchnerismo, entonces, tampoco inventó las inconsistencias de conducción política y económica, ni siquiera su contenido, con un Kirchner preocupado por el equilibrio fiscal, la cordialidad con Estados Unidos, el equilibrio entre kirchneristas y peronistas clásicos en el reparto de candidaturas y el mantenimiento de una relación simétrica con los grandes medios de comunicación, y una Cristina Fernández abocada a políticas fiscales y monetarias invariablemente expansivas, a una política exterior de creciente aislamiento con los centros de poder mundial, al sometimiento de la dirigencia peronista tradicional y al hostigamiento de los medios de comunicación independientes.

Tal como en el kirchnerismo, en el peronismo clásico la muerte de uno de los conductores fue insuficiente para resolver las tensiones generadas por el mando bicéfalo. La agonía y muerte de Eva fueron utilizadas por la CGT para erigirse en custodia y aspirante a heredera de su carisma y de sus recursos organizativos y económicos ?para devenir, en suma, la columna vertebral del régimen? pero también por las Fuerzas Armadas y la Iglesia para reposicionarse.

Muerta Eva, Perón ya no pudo derivar a otro la tarea de producir y administrar la adhesión carismática de las masas y fue derrocado mientras evitaba optar entre ser fiel al legado de Eva, y así arriesgar el estallido económico y político, o imponer ajustes que restablecieran los equilibrios, y así arriesgar la alienación de los trabajadores.

La súbita muerte de Kirchner fue utilizada por su entorno para purgar la imagen

presidencial de los rasgos percibidos por la mayoría de la opinión pública como negativos: autoritarismo, soberbia, aislamiento, responsabilidad por la persistencia de la inflación y la pobreza, por la conversión de la mentira estadística en palabra oficial, por el hostigamiento a los medios de comunicación no alineados con el Gobierno.

Pero también fue utilizada por la Presidenta para configurar sus más polémicas

iniciativas como legados del líder muerto, en rigor, como desafíos que ese líder no se atrevió a enfrentar. Muerto Kirchner, Cristina Fernández tuvo la oportunidad de desarmar las tensiones acumuladas por las diferencias en la conducción bicéfala, pero prefirió resolverlas imponiendo sus propias preferencias.

¿Cabe, entonces, observar el futuro del kirchnerismo con los recuerdos del peronismo clásico? Las recientes decisiones electorales y económicas de la Presidenta parecen sugerir una respuesta positiva a esa pregunta. Como Cristina Fernández, Eva Perón impulsó en su momento la purga de los dirigentes y facciones sobre las cuales se había construido originalmente la coalición gobernante, pero no pudo destruir todo foco de disidencia interna ni en el partido, ni especialmente en las Fuerzas Armadas y la Iglesia.

Como Cristina Fernández, Eva Perón se comprometió a mantener políticas fiscales y monetarias tan expansivas que jaquearon tanto la sustentabilidad del Tesoro como el salario real y la competitividad de la economía, pero no consiguió con su férrea voluntad que los empresarios actuaran contra sus intereses de corto plazo simulando la existencia de un marco económico de largo plazo sostenible que no podía existir.

El futuro que esos recuerdos sugieren sería, pues, uno de soledad política y agonía

económica para la Presidenta. Pero la coalición kirchnerista no es idéntica a la peronista clásica: no hay militares ni clero con organizaciones económicamente autónomas, sino gobernadores, intendentes y dirigentes sociales que viven de las transferencias fiscales nacionales. Tampoco el contexto económico es el mismo: no hay economía cerrada y primaria, sino diversificada y abierta, ni un Tesoro exhausto y estructuralmente expandido, sino uno más solvente y sólo coyunturalmente complicado. Hay, pues, recursos y oportunidad para evitar ese futuro de recuerdos.

El problema, como suele ocurrir en política, es que las condiciones estructurales no explican todo, sino apenas hasta allí donde debe intervenir, irreductible, la voluntad. El futuro depende, entonces de si, ahora que conduce sola, la Presidenta prefiere ser la “Madre Eterna” que bendice a todos o la “jefa espiritual”.

(De la edición impresa)

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