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Cambiemos ¿está cambiando?

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16 junio de 2017

(Columna de Mario Serrafero)

El Gobierno prometía un cambio de cultura política pero en campaña recurre a una estrategia similar a la de sus antecesores

El oficialismo comenzó 2017 sabiendo que era un año electoral. El mes de marzo fue pródigo en marchas y piquetes en contra del gobierno. Con signo contrario, la movilización del 1 de abril, fue mejor que lo esperado por los propios asesores del presidente. La cantidad de gente en la marcha de la democracia fue vivida como un enorme espaldarazo. Inmediatamente parece haber surgido un nuevo Macri, que desafió al sindicalismo y a las mafias. Continuar hablando del diálogo no le impidió buscar directamente la confrontación y con ello la polarización. Asimismo, el éxito de la marcha puso en duda una idea fuerte del PRO, acerca de la importancia excluyente de las redes sociales y la subestimación del control de la calle. Solo gracias a una dosis de ingenuidad y algo de desconocimiento de política comparada podía desentenderse de “política en las calles” como una variable esencial en la estabilidad de los gobiernos en el Siglo XXI.

Probablemente Macri piensa que es hora de confrontar y, más tarde, nuevamente negociar. La persuasión es la base del poder presidencial, según insistía el experto en estudios presidenciales, Richard Neustadt. La confrontación es el combustible de la construcción de poder de raigambre populista. El Perón populista de los años '40 y '50 utilizaba la confrontación. El Perón pacífico de los '70 hablaba de persuasión. Macri hizo culto del diálogo y la negociación, pero la estrategia electoral impondría cambio de actitudes y conductas.

Cambiemos vino con una propuesta de cambio, no sólo en la economía y en las relaciones entre política y ética. Lo suyo fue, en gran parte, una apuesta al cambio de cultura política. Culto del diálogo, el acuerdo y el objetivo de lograr la unidad de los argentinos. Pero Cambiemos, ¿está cambiando? En este sentido, es notable como parece querer repetir comportamientos recurrentes de la política argentina, incluso del propio kirchnerismo.

En primer lugar, Cambiemos se presenta como un nuevo fundador de la República y de Argentina. Intentar cambiarlo todo parece el objetivo discursivo central del oficialismo en estos días. En efecto, como todo gobierno que asumió desde 1983 se presenta como un salvador del momento histórico que le toca.

En segundo lugar, Cambiemos también sigue la línea de “culpar de todo los problemas al gobierno anterior”, como instrumento elegido del discurso de construcción política. Alfonsín, fue el único que con razón partía de las ruinas dejadas por la última dictadura militar, Menem pudo culpar a Alfonsín por la crítica situación económica y social y, también, lo que entendía era la herida abierta de los derechos humanos que saldaría con los indultos. Luego vendría De la Rúa que diría que Menem había sido el culpable de la situación económica heredada y de un déficit fiscal que exigía duros ajustes al comienzo mismo de su gobierno. Asimismo, venía para restaurar la moral en la política luego de la corrupción y la frivolidad de la era menemista. El kirchnerismo tuvo una sofisticación mayor que presentó tres vértices: atacó duramente la herencia dejada por las ruinas de la Alianza, fue más atrás y responsabilizó en última instancia a la era menemista de todos los males y, por último, respecto del proceso de recuperación económica restó todo mérito al presidente Duhalde quien fue ninguneado o invisibilizado.

En tercer lugar, y vinculado con el punto anterior, “la oposición política empieza a tener un papel menos positivo en el sistema político”.Si bien Cambiemos tejió importantes acuerdos en 2016 para lograr las leyes que consideró imprescindibles, en 2017 probablemente por el clima electoral, modificó su perspectiva y la oposición se fue convirtiendo en un factor que supuestamente impide la renovación traída por Cambiemos. Incluso se denunciaron objetivos desestabilizadores. Nada nuevo.

En cuarto lugar, el papel que está adquiriendo “la confrontación” en la estrategia de Cambiemos, Nuevamente y seguramente por razones electorales ha elegido una estrategia de confrontación con los opositores, los sindicatos y todos aquellos que considera que se resisten al cambio. El principal actor contra el cual confrontar es el kirchnerismo. La confrontación fue el sello delos gobiernos que siguieron tras la restauración democrática. Lo fue para enfrentar las batallas electorales y también para gobernar. La Alianza fue un intento de superar este patrón de conducta y terminó pulverizada por implosión interna. El kirchnerismo llevó la confrontación a su máxima expresión.Fue el combustible de su construcción y acumulación políticas. Populismo de manual.

Podrá justificarse este cambio en que las elecciones de 2017 deben ganarse pues de lo contrario el país podría volver a un pasado peligroso (el del kirchnerismo). Y que para ganar, el segmento de la confrontación política es menos riesgoso que el de la discusión de la economía. Pero lo cierto es que este cambio de Cambiemos, de ser así y de continuar, nos estaría regresando ya a un pasado de patrones de conducta que se repiten. El cambio de cultura política tiene que ver con el diálogo en serio (no la mera retórica), la convivencia entre gobierno y oposición, el acuerdo y las políticas de Estado consensuadas. Sería, nuevamente, política de corto plazo si para ganar elecciones se trunca el relevante proceso de cambio de cultura política que propuso el gobierno al iniciar su mandato. Pero hay que reconocer un sinceramiento o descubrimiento del oficialismo. El sello de“ la gestión” es característico de la burocracia y el funcionariado, en cambio lo distintivo del político, como decía Weber, es la lucha o el combate político. La mera gestión, en el mundo de la política, no es más que ficción. La cuestión central, en todo caso, es el tono, las características y la densidad que adquiere ese combate. En Argentina, lamentablemente, frente a oficialismos que pretendieron ser hegemónicos y oposiciones poco leales al sistema democrático existió un raquítico desarrollo de la cultura política. Y hablando de oposición, el peronismo está en un círculo difícil de resolver. ¿Llegará a las elecciones un peronismo unido o, un peronismo desunido favorecerá las chances electorales de Cambiemos? A favor del gobierno permanece la imagen de corrupción y la de un kirchnerismo cuyos dirigentes más representativos están desfilando por los tribunales. Esto le sirve al oficialismo para jugar la carta política que ha optado para enfrentar el próximo desafío electoral, relegando otras cuestiones ?como la economía? que podrían ponerlo en mayores aprietos

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