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Un lujo que no podemos darnos

Ni-una-menos
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21 junio de 2017

(Columna de Virginia García Beaudoux*)

Solo 23 de cada 100 bancas de los parlamentos del mundo están ocupadas por mujeres. Apenas 18% de las ministras de gobierno son mujeres. En 34 años de democracia, en Argentina hubo 16 ministras y 154 ministros. La FUA, principal órgano de representación de los estudiantes universitarios argentinos de los cuales el 60% son mujeres, tiene una presidenta por primera vez en 98 años.

Suecia y los Países Bajos figuran entre las naciones más igualitarias del globo. En el ranking Global Gender Gap Report del World Economic Forum que mide igualdad en educación, salud, política y economía, Suecia nunca estuvo debajo del cuarto puesto. Mientras trabajaba en mi reciente libro ¿Quién teme el Poder de las mujeres? Bailar hacia atrás con tacones altos, sentí curiosidad de saber qué pensarían las mujeres políticas en esos países. Fue así que crucé el océano y entrevisté a políticas de todos los partidos e ideologías, de un amplio rango de edad -nacidas entre 1943 y 1975-, algunas retiradas y otras activas como miembros del Parlamento Europeo, de los parlamentos nacionales, ministras, juristas, secretarias de Estado, lideresas de partidos, de bancadas y presidentas de comisiones parlamentarias. Les pregunté a qué atribuyen que en Suecia y los Países Bajos las mujeres ocupen casi 40% de los cargos de elección popular sin haber implementado medidas de acción afirmativa como las cuotas o la paridad en el sistema político ni dentro de los partidos políticos, y qué tienen para decir de su experiencia como mujeres políticas en esas latitudes.

Sus respuestas indican que también hay problemas en el paraíso. De ellas aprendí tres cosas cruciales. Primero: aunque en Suecia y los Países Bajos las mujeres casi han alcanzado la igualdad numérica, las entrevistadas remarcaron que igualdad numérica no equivale a igualdad sustantiva. No se trata solo de cantidad sino de ocupar posiciones de influencia y poder. Los parlamentos de ambos países son bastante paritarios pero hay pocas mujeres en comisiones parlamentarias decisivas como presupuesto, transporte, obras públicas y trabajo. También pocas ministras y mujeres liderando partidos.

Segundo: aunque gracias a la educación y a los cambios culturales han progresado mucho, persisten los dobles raseros y los estereotipos de género. Describieron la dinámica de la política como un “club de hombres”. El intercambio de información y la toma de decisiones a menudo suceden en espacios y horarios extra laborales y mediante rutinas excepcionales de las que quedan excluidas: por las noches, en bares, eventos sociales o deportivos. Asimismo, dieron múltiples ejemplos de los dobles estándares con que los medios tratan a políticas y políticos (“Cuando ingresé al Parlamento en entrevistas me preguntaban cómo hacía para combinar mi trabajo con la maternidad”, “A menudo tenemos debates que se extienden por la noche. La luz del parlamento es muy potente. Al día siguiente lees en los periódicos que yo me veía cansada y se preguntan si no es mucho para mí. Los hombres se ven tan cansados como yo, pero son descritos como héroes que han trabajado hasta altas horas”, “Cuando me nombraron ministra decidí que iba a usar dos trajes, uno puesto mientras el otro estaba en la tintorería. Luego de algunas semanas un periodista me dijo '¿Siempre usa el mismo traje?' Le respondí 'Sí, eso no es un problema para mí, ¿lo es para usted?' Me dijo que lo era porque daba la impresión de que las fotos eran las mismas”)

Tercero: en sus sociedades existe un peligro, que denomino “techos de nirvana”. Con el concepto aludo a la ilusión que mantiene la ciudadanía de que la meta de la igualdad se ha logrado, lo que conduce al estancamiento o desactivación de las acciones destinadas a alcanzar la igualdad.

¿Qué nos enseña esa experiencia? ¿Qué aprendizajes nos deja para Argentina y otras regiones del mundo? Necesitamos combinar los reclamos por la paridad con otras iniciativas en pos de la igualdad. En el mundo entero se están implementando múltiples acciones. Hay programas para el reclutamiento y entrenamiento de candidatas. Los organismos internacionales brindan apoyo a las parlamentarias en sus esfuerzos por establecer agendas de género interpartidarias y la transversalización de la perspectiva de género en todas las políticas públicas y legislaciones. Se ha observado la necesidad de capacitar en cuestiones técnicas de igualdad y género no solo a las legisladoras y miembros de los partidos mujeres sino también a los varones, para que dejen de ser considerados “asuntos de mujeres” y se conviertan en materia de derechos humanos. Se están propiciando talleres con medios de comunicación y periodistas para impulsar la cobertura igualitaria y sin sesgos de género. Las mentorías son otra herramienta de la mayor importancia: sistemas para que las mujeres con más experiencia o en cargos públicos orienten y aconsejen a las más jóvenes o a las que recién comienzan. El cambio de las prácticas parlamentarias también es necesario: que haya varones y mujeres en todas las comisiones, usar lenguaje inclusivo al redactar las leyes, cuidar las condiciones laborales (horarios de votación, guarderías, lactarios). Se necesitan políticas públicas diferentes que alienten la corresponsabilidad doméstica y nos eduquen en el valor de la igualdad.

Con frecuencia me preguntan: ¿por qué la igualdad es importante? ¿en qué mejoraría concretamente el mundo si hubiera igualdad? Permítanme mencionarles solo tres beneficios de la igualdad para la democracia: 1. cuando hay más mujeres en los parlamentos, las agendas se amplían e incluyen más temas, 2. las mujeres son más procilves al trabajo interpartidario aun en entornos partidarios (25% de las congresistas en EEUU afirma que las mujeres de la oposición han sido un apoyo clave para sancionar las leyes que les importaban, 17% de los congresistas opina lo mismo) y 3.a más mujeres, más confianza en la democracia: un estudio en 31 países muestra que la presencia de mujeres en los parlamentos aumenta la percepción de legitimidad del gobierno entre los ciudadanos. La evidencia del sector privado apunta en el mismo sentido. En 2016 se analizaron las 500 primeras compañías de la lista Fortune. Las que tenían más mujeres en sus juntas directivas tuvieron 53% más de rentabilidad, 42% más de ventas y 66% más de rendimiento en el capital invertido. No se trata de que las mujeres sean mejores que los hombres: la variable crucial es la diversidad.

Relegar el 50% de la población es relegar el 50% de nuestras posibilidades de éxito como sociedad y cometer un absurdo desaprovechamiento de talentos. Dada la magnitud de los problemas que afronta el planeta, es un lujo que no podemos darnos.

(*) La autora es investigadora independiente del Conicet, del Instituto Gino Germani y profesora en la UBA. Su libro más reciente es ¿Quién teme el poder de las mujeres? Bailar hacia atrás con tacones altos (Ed. Grupo 5)

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