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La insoportable levedad del PRO

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03 julio de 2017

Por Gonzalo Guilardes Economista

Una de las cuestiones más incomprensibles del actual Gobierno (y más preocupante) es la falta de claridad respecto de cómo se van a resolver los dos desafíos centrales que arrastra la economía argentina desde fines del 2011: encauzar la economía en una dinámica de crecimiento sostenido con creación de empleo formal y equilibrar la cuenta corriente.

Tras un año y medio de gestión y ante la falta de resultados sigue sin quedar en claro de qué forma, con qué secuencia temporal, con qué medidas y programa económico, se lograría (o al menos se intentaría) resolver estas cuestiones. La inacción del Gobierno tiene una lectura predominante en el debate público: el Gobierno tiene un programa económico de “ajuste ortodoxo” que no lleva adelante ni explicita por restricciones políticas.

A pesar de la experiencia en el Congreso durante el 2016, donde se aprobaron más de cien leyes y el fuerte sesgo presidencialista de nuestro sistema político, esta visión tiene un amplio consenso entre sectores oficialistas o “con apoyo crítico” que entienden necesaria esta opción como entre quienes advierten sobre la poca efectividad de avanzar en esta dirección (me incluyo entre quienes piensan que un “ajuste ortodoxo” no resolvería los problemas que tenemos y, por el contrario, los agravaría con un alto costo social).

Ambos sectores coinciden además en que si el Gobierno realiza una buena elección en octubre (se entiende “buena” como una elección que le permita ampliar en forma significativa el número de diputados y senadores) entonces tendremos una reedición de los '90, aunque sin un superministro a la Domingo Cavallo (más allá de que personajes como Carlos Melconian o alguno del CEMA se ilusionen con la posibilidad de desempolvar el traje).

Ahora bien, escuchando a Durán Barba en varias de las entrevistas que dio durante las últimas semanas podría existir una relectura de la inacción del Gobierno de este año y medio y sobre el escenario post 24 de octubre si el oficialismo resultara vencedor. El gurú del PRO afirma: “Aproximadamente 10% del mensaje que le llega a los televidentes tiene que ver con lo que decimos, con las palabras. Hay 40% que tiene que ver con el 'infrasignal'...cómo acabas de arrugar la cara, cómo mueves los ojos, qué color tiene tu ropa...y el resto es el 'parasignal'...mensaje que no nos damos idea que estamos transmitiendo...El 80% de la gente a la que no le interesa la política le mostramos la foto de un candidato y dice a este no le creo, sin explicación, eso es el “parasignal”...” (Animales Sueltos 1-6-2017).

Al referirse a la política y el rol del político señala: “En política lo que más importa es lo que la gente conversa...El día de hoy habría que ver qué pasó con Google ayer, que pasó con Facebook ayer...”(María O'donnell 7-6-2017) Palabras similares utilizó en el resto de las muchas entrevistas que brindó.

Si bien, el “Fukuyama 2.0 del PRO” no es original (marketing básico aplicado a la política: no importa el contenido sino el envase y la forma de venderlo), es inevitable la pregunta. ¿Y si su visión sobre la comunicación política es mucho más que esto y forma parte de la filosofía que domina la praxis política del PRO? Repasemos algunos “momentos de praxis política” recientes (en este año y medio, los ejemplos son muchos).

Durante la asunción del nuevo canciller, Mauricio Macri apuntó contra “las mafias laborales” en un tono muy enojado, con el rostro preocupado, abriendo los brazos y después, nada, ni proyecto de ley, ni decreto, ni denuncias en la Magistratura, absolutamente nada. Ningún tipo de acción gubernamental contra lo que el Presidente identificó como “un problema grave”.

Otra de las apariciones del Presidente fue cuando atendió por teléfono a un tal “Sergio” quien le envió una carta contándole sobre su difícil situación económica. En este caso, Macri repitió un comportamiento similar. Escuchó, se indignó, se solidarizó y filtró el audio del llamado pero de propuestas, medidas, planes de acción o al menos alguna promesa concreta, nada. Mucho “infrasignal” y ninguna nuez.

¿Y si es así, si al final resulta que el PRO es un neoliberalismo a la Durán Barba, es decir, sin sabor ni contenido proteico? En este caso, la buena noticia es que tras las elecciones nos evitaremos los resultados desastrosos de un ajuste ortodoxo, y la mala es que seguiremos con más inacción sin intentar resolver los problemas estructurales y coyunturales que tenemos (un ajuste ortodoxo no es la única opción para resolverlos).

Y entonces, si esto fuera cierto y el Gobierno continuara parecido durante el 2018, ¿cómo seguiría la película? Lamentablemente (y como casi siempre) dependerá del azar: si nos sorprende un shock positivo (aumento en el precio de los commodities o que Brasil vuelva a crecer en forma sostenida, por ejemplo) tendremos alivio en términos de crecimiento, empleo, pobreza (poco) y déficit de cuenta corriente. Si, por el contrario, nos toca un shock negativo descubriremos que el rey está desnudo y que Durán Barba es un chanta en medio de una devaluación abrupta y un altísimo costo social y si la cosa sigue igual, seguiremos en la misma dinámica 2012-2017 mientras el gobierno pueda seguir endeudándose (estancamiento del producto y el empleo, devaluaciones en los años pares, deterioro paulatino del cuadro social, etcétera).

Cualquiera sea el escenario, si lo de Durán Barba es mucho más que comunicación política, lo que seguro no va a faltar durante el 2018 va a ser superabundancia de funcionarios con agendas colmadas de reuniones y actividades que le permitan ser tendencia en Facebook o en Google, muchísimos gestos y actos de comunicación política que en los focus group de alguna oficina del microcentro resulten efectivos y un nuevo aumento en la brecha que separa a la clase dirigente del sufrimiento y la angustia de los cuarenta millones de argentinos que viven en un país que hace rato no discute las complejidades del presente ni construye un futuro posible más vivible (aunque trabajoso).

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