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Una PASO para adelante, dos PASO para atrás

PASO
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10 agosto de 2017

PorMiguel De Luca y Andrés Malamud

En notas anteriores, analizamos las consecuencias de las PASO pasadas y de las próximas. En ésta respondemos a los funcionarios de micrófono fácil que proponen eliminarlas

También estoy de acuerdo en suspender las PASO. Es muchísimo dinero el que se gasta; es muchísimo trabajo. Es conveniente suspenderlas, porque en el fondo ¿cuántas internas va a haber?”, dijo la jueza Barú Budú Budía. Mientras tanto, en las PASO según Marcos se lee: “claramente estamos viendo que este experimento único en el planeta que la Argentina se ha impuesto tiene enormes problemas y extiende mucho más la discusión electoral”.

Para la magistrada y el jefe de Gabinete son caras, superfluas, complicadas, extrañas. Ahora parece que las internas cerradas eran más baratas, y también más competitivas, que las PASO. Quizá con un buen diagnóstico, en 2009 hubiésemos evitado problemas y, ahora, una contrarreforma. O no. Porque es fácil juzgar con el diario del lunes. O dictaminar fingiendo amnesia. Las PASO no llegaron en un plato volador. Y cambiar las reglas cada dos elecciones produce mucha anomia y pocas soluciones.

Las PASO surgieron encadenadas a dos crisis (2001 y 2008) y una derrota (2009). Tras el Diluvio de 2001, fueron pensadas como un Arca peronista que protegería a la especie en peligro. Sólo unidos y organizados se arribaría a la Tierra Prometida. Las PASO también prevendrían la invasión de los mercaderes al templo presidencial. Al principio el plan funcionó, pero después produjo tres milagros inesperados. El primero fue el de Altamira. El segundo fue el de la UCR, para muchos muerta y sepultada, que tomó agua bendita en Gualeguaychú y resucitó. El tercero fue el de los sacrílegos que, insatisfechos con la ortodoxia kirchnerista, formaron un partido, se levantaron y ganaron.

Las PASO cumplieron un papel desmalezador, eliminando algunos sellos de goma y limitando la proliferación de boletas. A nivel subnacional, la fragmentación es aún más baja: en pocas provincias una tercera fuerza supera el 15%.

Pero como mecanismo de selección de candidatos, las PASO seguirán atrofiadas. La razón es que nadie garantiza la lealtad de los derrotados después de una interna sangrienta. Por eso, salvo en contiendas semi-arregladas que usualmente funcionan como soldador de coaliciones opositoras, la práctica dominante es ir por afuera. Las PASO, eso sí, fungen como primera vuelta: proveen de información a votantes, partidos y candidatos para que puedan comportarse estratégicamente en la elección general. Pero además está despuntando una cuarta función.

Al facilitar la intromisión presidencial en la confección de las listas de cada provincia, las PASO contribuyen a consolidar al partido en el gobierno nacional. Hasta 2009, con internas controladas por los líderes provinciales, esta injerencia era posible pero limitada, porque los gobernadores podían recurrir al dedazo o la rosca y evitar la competencia interna. Pero Cristina y Macri pudieron meter el dedo en el pastel de los gobernadores afines mucho más que Alfonsín, Menem, De la Rúa y Kirchner. Una investigación reciente de Gerardo Scherlis, Nicolás Cherny y Valentín Figueroa muestra que, contra la opinión dominante, los gobernadores sólo han sido responsables de un cuarto de las nominaciones para diputados nacionales entre 2009 y 2015. Y pertenecer o no al partido presidencial marca una diferencia enorme a la hora de armar la lista.

El efecto pro-presidencial de las PASO ha sido beneficioso para el sistema político: al mitigar las tendencias centrífugas de los partidos, contribuyeron a integrarlos en el gobierno y en el congreso. El partido presidencial une lo que el federalismo electoral separa. Por eso, hasta 2015 el único partido nacional fue el FPV, como Cambiemos lo ha sido desde entonces. La contracara es la fragmentación opositora. Nada que una buena alternancia no resuelva.

Sin un tiempo mínimo de funcionamiento que permita un mejor diagnóstico sobre ventajas y desventajas, eliminar las PASO será lo que indica el título de esta nota: un retroceso.

Pero además puede ser un boomerang. La impugnación oficialista a las PASO y a las elecciones de medio término está desalentando la participación de sus votantes duros. Es lógico: ¿para qué molestarse en votar si hacerlo es caro y no sirve para nada?

A veces la mejor campaña consiste en callarse la boca.

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