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28 febrero de 2018

Por Miguel De Luca y Andrés Malamud

Volatilidad electoral y nuevos partidos vienen creciendo en Europa Occidental. En 2017, sorprendieron Macron y Alternativa para Alemania, este año la rompe Italia

Durante mucho tiempo, las elecciones en Europa Occidental fueron más aburridas que carrera de tortugas. Los resultados variaban poco de votación a votación y las encuestadoras no pasaban papelones.

Había dos razones: votantes identificados con los partidos y nietos que votaban como sus abuelos. Y esto era así, como explicaban Seymour Lipset y Stein Rokkan a fines de 1960, porque las divisiones sociales de larga data eran tan profundas que alineaban los apoyos políticos década tras década. Estos clivajes, las “grietas” diríamos acá, separaban al centro de la periferia, al campo de las ciudades, a la Iglesia del Estado y a los trabajadores del capital. Partidos y grupos de pertenencia reforzaban esa demarcación ad infinitum.

Hoy, en cambio, es peliagudo anticipar un desenlace electoral en cualquier país de la región. Cambios sociales, económicos y culturales fueron desdibujando las fronteras de aquellos bloques electorales. Los dirigentes de los partidos tradicionales contribuyeron con una rica mezcla de corrupción e ineptitud. Y entonces, lo que al principio fueron pequeñas variaciones en el comportamiento de los votantes (como el ascenso de los partidos verdes y los de extrema derecha) derivó en terremotos para los sistemas partidarios. Volatilidad, fragmentación y polarización llegaron para quedarse.

El primer sismo fue, cuando no, en Italia, donde el Mani Pulite y la caída del Muro fulminaron al viejo sistema partidario y dieron a luz a Berlusconi. Pero la política peninsular siguió temblando y un segundo outsider, un cómico llamado Beppe Grillo, lidera hoy al partido más votado. En honor de Grillo hay que reconocer que lo lidera pero no es candidato: como su colega Marx, no votaría por un partido que postulara a gente como él. Vaya paradoja alla italiana: en las elecciones de marzo próximo Il Cavaliere es el único que puede frenar al populismo. Mientras tanto, la centroizquierda, al competir dividida, lo arriesga todo: será Bunga-Bunga o Siamo Fuori. Pero, después de todo, los italianos no tienen de qué preocuparse ¿qué puede ser peor que quedarse sin Mundial?

AQUELLOS A LOS QUE LES GUSTAN LAS ELECCIONES CON ACTORES NUEVOS Y RESULTADOS INCIERTOS, EN ESTA EPOCA DEBEN MIRAR MAS A EUROPA QUE A AMERICA LATINA

En Grecia, la crisis económica de 2009 liquidó la alternancia entre conservadores y socialistas y catapultó a un partido nuevo, Syriza, que es conservador y socialista y ninguno de los dos.

En Irlanda, en 2011, Fianna Fáil, el partido más votado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (45 por ciento promedio) cayó a un catastrófico 17 por ciento: hoy, al país más católico de Europa occidental lo gobierna un primer ministro gay y de ascendencia india.

En 2016, Emmanuel Macron armó un partido nuevo y desbancó a la centro-derecha y a los socialistas, que en Francia venían alternándose desde la fundación de la Quinta República. Macron quebró una de las dos tradiciones más caras del nacionalismo galo al pronunciar, en Davos, su discurso en inglés. La otra tradición se mantiene inmutable: el proteccionismo agrícola en perjuicio de los países en desarrollo.

Los poderosos partidos socialistas de Alemania y España, que produjeron estadistas como Willy Brandt y Felipe González, orillan en la actualidad el 20% de los votos. A los partidos conservadores les va algo mejor, a pesar de la mediocridad de sus líderes. En su auxilio concurren los dirigentes de los partidos que los corren por izquierda, como Die Linke y Podemos, que aportan su cuota de ineptitud para evitar el patatús de los partidos tradicionales.

Sólo Portugal se mantiene en pie, aunque al costo de modificar su fórmula de gobierno: hoy el partido comunista, que nunca renegó de Stalin y considera a Corea del Norte como una democracia, permite que el partido socialista gobierne en minoría sin pedirle cargos a cambio.

El Reino Unido no cuenta: estamos hablando de Europa.

Así que si te interesan las elecciones aburridas y sin emoción, cambiá de canal: dejá Europa, Europa y poné América Latina.

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