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Nicaragua: Ortega se aferra al poder

Ortega
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15 agosto de 2018

La transformación política de Ortega llevó a una situación compleja a su país que vuelve a escribir con mucha violencia las páginas de su historia y sin espacio para el diálogo

Por Tomás Múgica

"Andará Nicaragua su camino en la gloria, porque fue sangre sabia la que hizo su historia” cantaba Silvio Rodríguez en los ´80, cuando llenaba el estadio de Obras en la primavera alfonsinista y el gobierno de Daniel Ortega era un símbolo de la izquierda latinoamericana. El tiempo ha desdibujado aquella profecía. La gloria no llega y la sangre ?aunque no la sabiduría- se hace presente nuevamente en la historia nicaragüense.

En aquel 1984,Centroamérica era un campo de batalla caliente de la Guerra Fría. Las guerras civiles en El Salvador, Guatemala y Nicaragua se habían convertido en una obsesión para la administración de Ronald Reagan, que veía en ellas la amenaza del marxismo soviético y de su aliado cubano. Tanto que respaldó con armas, dinero e inteligencia a la “Contra”, la oposición armada al Sandinismo. Algunos gobiernos de la región (México, Colombia, Panamá y Venezuela) conformaron el grupo Contadora, a fin de buscar una salida pacífica al conflicto; otros, entre los cuales se destacaba la nueva Argentina democrática, le dieron su respaldo mediante el Grupo de Apoyo a Contadora. Se sentaron las bases de un proceso que llegó a buen puerto con los acuerdos de Esquipulas en 1986/87.

Hoy hay menos preocupación por esos países en los grandes centros de poder. Pero la situación en Nicaragua debería ser motivo de especial atención para América Latina: la deriva autoritaria del gobierno de Ortega es indudable y el apoyo regional puede contribuir a lograr una salida pacífica y democrática.

La transformación del comandante a Ortega es hoy una caricatura de lo que fue.

Ortega fue uno de los líderes de la revolución sandinista que en 1979 expulsó del país a Anastasio Somoza Debayle (conocido como “Tachito”), un dictador latinoamericano arquetípico, cuya familia había controlado el poder directa o indirectamente desde 1934. Los Somoza combinaron saqueo y represióny establecieron un régimen del tipo que Linz y Stepan caracterizan como sultanista, de bajo nivel de institucionalización, en el cual la única regla dominante es la voluntad despótica e impredecible del dictador. La dinastía había sido inaugurada por su padre, Anastasio Somoza (“Tacho”), el asesino de Augusto César Sandino. Ortega gobernó once años, primero como Coordinador de la Junta de Reconstrucción Nacional, y desde 1984 como Presidente.En 1990, tras perder las elecciones,fue sucedido por Violeta Chamorro, una disidente ?de orientación liberal- del primer elenco sandinista. El gobierno del FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) dejó muchas expectativas incumplidas, especialmente en el terreno económico, pero también alcanzó algunos logros de importancia, entre los cuales se destaca una reconocida campaña de alfabetización masiva.

Tras atravesar un largo desierto político, con elecciones perdidas en 1996 y 2001, en los comicios de 2006 Ortega se convirtió nuevamente en presidente de Nicaragua. Lo hizo encabezando una nueva versión del FSLN, con un discurso conciliador y una estética más amable.Fue reelecto en 2011 y -tras ser habilitado por el Consejo Supremo Electoral y la Corte Suprema de Justicia- en 2016, sin oposición.

En su segunda incursión en el poder Ortega implementó otro programa y se apoyó enotros aliados. Abandonó las recetas colectivistas del primer sandinismo y llevó adelante una política económica más ortodoxa, en alianza con el empresariado local.La economíanicaragüense?una de las más pequeñas de América Latina- creció a un ritmo superior al promedio regional, apoyada en la maquila, el turismo y los recursos naturales, con una fuerte presencia de la inversión extranjera directa. El crecimiento, más una serie de programas sociales, permitió reducir significativamente la pobreza (de 48,3% en 2005 a 24,9% en 2016, según datos del Banco Mundial). Otro aliado fue la Iglesia Católica, a la que Ortega se acercó mostrando posicionamientos más conservadores en temas de valores, especialmente en cuanto al aborto. Ello más allá de la particular religiosidad de Ortega, y especialmente de su mujer Rosario Murillo, que mezcla cristianismo con elementos esotéricos; una religión a la carta que tiene más parecido con el sincretismo tipo new age que con la práctica tradicional del catolicismo.

Mientras tantoel régimen fue virando a un tipo híbrido, con una restricción cada vez mayor de las libertades civiles y políticas y el uso del aparato estatal para hostigar a la oposición; con el control del poder judicial y el avance sobre los medios de comunicación. La concentración de poder en el círculo familiar de Ortega ha sido otra característica. Murillo está a cargo de la vicepresidencia y es la segunda figura del gobierno.Varios de loshijos de la pareja ocupan cargos de primer nivel en la administración y en las empresas públicas.

Hacia afuera, la política exterior de la Nicaragua de Ortega ha sido más ecléctica y pragmática de lo que pretende el estereotipo bolivariano dominante. Se suele destacar sus vínculos con Venezuela (Nicaragua participa del Programa Petrocaribe), Cubay Bolivia. También sus lazos con China y Rusia, tanto económicos como militares. Lo que se dice menos es queel gobierno del FSLN mantuvo a su país dentro del CAFTA, el acuerdo de libre comercio de la región con Estados Unidos, y sostuvo una buena relación con ese país. Negocios sí, liberación no.

LA REBELION

El panorama se presentaba tranquilo paraOrtega, consolidado en el poder y con una oposición desarticulada. Pero la vida te da sorpresas: el 18 de abril comenzó una serie de manifestaciones contra una reforma previsional que elevaba los aportes de trabajadores y empresarios, al tiempo que reducía los beneficios previsionales en un 5%.Tras la represión inicial, en pocos días la protesta se convirtió en una rebelión de más amplio alcance, abarcando las principales ciudades del país y con los estudiantes como principales actores. También cambió el objetivo: ahora se trata de expulsar a Ortega del poder.

Frente al desafío, el Presidente optó por una solución de fuerza. Reprimió duramente las manifestaciones callejeras y desalojó las universidades en las cuales se habían atrincherado los estudiantes. La violencia delas fuerzas policialesy de grupos paramilitares ya dejó más de 350 víctimas y varios miles de heridos. Mientras tanto, arrancó una poco efectiva Mesa de Diálogo Nacional -hoy suspendida- que reúne al empresariado, campesinos y trabajadores, agrupados en la llamada Alianza Cívica, y la Iglesia Católica. Mucha coerción, poco consenso.

Los antiguos aliados, como la central empresaria COSEP y la jerarquía eclesiástica reclaman una salida electoral.También lo hacen Estados Unidos y la mayor parte de los países latinoamericanos. El 18/07 la OEA, a través de su Consejo Permanente, emitió una resolución condenando la violencia, instando a la participación en el Diálogo Nacional y pidiendo al gobierno que apoye el calendario electoral surgido de esa negociación. La CIDH (Comisión Interamericana de Derechos Humanos) realizó una visita que concluyó con un lapidario informe presentado el 22/07, en el que se describe la situación como una“ grave crisis de derechos humanos” generada por la represión gubernamental.

Pero Ortega se aferra al poder: en una entrevista brindada a la cadena norteamericana FOX el 23/07, descartó convocar a elecciones anticipadas; y se muestra dispuesto a seguir usando la fuerza de manera indiscriminada. La resolución de la crisis es incierta por el momento; lo que resulta claro es que, dada la voluntad del gobierno de sostenerse en el poder, una salida electoral sólo será posible con una oposición organizada y con voluntad de resistir, sumada a una sostenida presión internacional.

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