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Sumas y restas para todos los gustos

04 noviembre de 2011

El vendaval cristinista, una hegemonía policromática.

Aun contando como primera evidencia el contundente triunfo de CK y el FpV, pocas veces la aritmética, la ideología y la historia estuvieron tan cerca como en esta elección presidencial. Distintas maneras de sumar y restar los resultados del 23-O permiten describir de un modo o de otro cómo ha quedado el mapa político nacional, y en todos los casos el análisis contiene elementos de juicio pertinentes, comparaciones atinadas e implicancias interesantes. El sistema interpretativo funciona como un caleidoscopio que puede colocar de distintas maneras los múltiples fragmentos de una verdadera hegemonía policromática.

Un nuevo sistema solar, con el Frente para la Victoria ?el “partido de la Presidenta”? como centro de atracción e irradiación que se superpone con los contornos del PJ, a los que subsume, trasciende y desdibuja, ha quedado instalado sobre la vieja matriz de la política argentina. Distintas constelaciones político-territoriales e ideológicas giran a su alrededor. Emerge una Presidencia fortalecida y un sistema político debilitado; o acaso avanza la transición hacia un presidencialismo y un sistema político distintos. Es el “momento '46” que coloca a Cristina Kirchner junto al Perón del primer triunfo electoral del Partido Laborista frente a la Unión Democrática.

Por otro lado, es posible sumar el 54% de Cristina, el 17 de Binner y el 11 de Alfonsín, y sacar la conclusión de que la política argentina se ha corrido hacia el centroizquierda: más de un 80% del electorado se inclinó por figuras y propuestas con esa orientación. ¿Es un indicador de la evolución de la cultura política, un salto cualitativo respecto de

la crisis del bipartidismo imperfecto que eclosionó hace una década? ¿Es otro rasgo de la transformación operada en los últimos ocho años? ¿Permite vislumbrar a la fuerza política liderada por la Presidenta como una superación del peronismo histórico y su espejo simétrico, el antiperonismo reactivo?

En este prisma el 54% de Cristina 2011 se colocaría junto al 52% del Alfonsín '83, un torrente renovador que obliga al resto de los actores a adaptarse al nuevo escenario. Pero sumemos ahora a ese 54%, el 8 de Rodríguez Saá y el 6 de Duhalde: encontraremos que el peronismo en sus diversas formas se extiende a cerca del 70% de las preferencias electorales. ¿Es esta una evidencia de que la Argentina marcha

hacia un sistema de partido hegemónico, con el peronismo como sistema de partidos en sí mismo, capaz de constituirse como oficialismo y oposición al mismo tiempo, según el lúcido análisis de Juan CarlosTorre (ver reportaje en el estadista Nº 42)? Aquí,

la reelección de Cristina evocaría la de Menem '95: la década menemista ?los '90? y la larga década kirchnerista ?2003-2015? serían las formas contingentes que adopta el peronismo permanente para enfrentar los desafíos de cada época.

Por el lado de la oposición, la cuenta más evidente suma el 17% de Binner, el 11% de Alfonsín y el residual 1,8 % de Carrió y nos encontraremos con la base electoral del 30% que estos líderes tenían disponible y dejaron ir como arena entre los dedos en

los últimos dos años de desagregación, última secuencia de la larga diáspora radical. El radicalismo es el partido que más costos sigue pagando, mientras el Frente Amplio Progresista ocupa el lugar que en el pasado pudieron tener la Alianza Cívica y Social

y antes la UCR-Frepaso. Es el “momento 2001”, aún presente como memoria traumática que impide regenerar estrategias de coalición exitosas.

¿Persiste entonces el sustrato bipartidista en la cultura política argentina, o una bipolaridad entre las dos tradiciones populares representadas por el peronismo y el radicalismo, pese a que sus representaciones políticas confluyen y divergen buscando nuevos movimientos? También depende de cómo movamos el caleidoscopio. Si las elecciones primarias hubieran cumplido con el cometido para el que fueron originalmente pensadas el resultado habría sido probablemente el de una distribución tripartita del escenario político: una gran coalición gubernamental progresista-populista con el 50/55%; una opción socialdemócrata, aspirando a un 25-30% y

otra opción conservadora popular, con Duhalde-Rodríguez Saá, sumando el 14%.

Vamos por el lado de las hegemonías y contrahegemonías: Cristina Kirchner ha logrado, con su 54%, el más contundente respaldo popular que un presidente haya obtenido desde la recuperación democrática, es cierto. Sus únicos precedentes lejanos

son los de Yrigoyen en 1928 y Perón en el '51 y el '73. Pero tiene enfrente a un 47% del fragmentado país “no kirchnerista”, una potencial coalición electoral que podría emerger si madurara una fórmula con liderazgos alternativos, de aquí al 2013-2015. Es la expectativa que abrigará un Mauricio Macri que esperará estos cuatro próximos años mirándose en el espejo del José María Aznar que desplazó al PSOE luego de los doce años de Felipe González y del Sebastián Piñera que sucedió a los veinte años de la

Concertación chilena.

Ingresamos en lo que los historiadores de los sistemas globales llaman “unipolaridad sin hegemonía” y los politólogos “sistema de partido predominante”. El desequilibrio creado por esta reconfiguración del poder generará movimientos de balance y de acoplamiento. Los actores medios y menores buscarán su lugar bajo el sol y sus nichos de oportunidad acompañando, contrapesando o resistiendo. También la potencia principal deberá acomodarse para administrar tanto poder y sortear los riesgos de la sobreexpansión. Su verdadera fortaleza se medirá en función de su capacidad para impulsar nuevas dinámicas institucionales y partidarias y procesos políticos más inclusivos y distributivos.

(De la edición impresa)

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