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El radicalismo: ¿la muerte de una tautología?

01 diciembre de 2011

Los dos partidos más antiguos del país se trenzan en una lucha por los despojos del espacio no peronista.

A pesar de vivir en crisis, la supervivencia del radicalismo nunca había estado en causa. Eso acaba de cambiar. Por primera vez en la Historia, la Unión Cívica Radical se enfrenta a algo más que a un coloso en el gobierno y a partidos flash en la oposición: ahora la desafía un partido en serio. Porque, a diferencia del Partido Intransigente, el Frepaso o la Coalición Cívica, el Partido Socialista es una organización que trasciende a sus líderes.

E independizarse de la biología es lo que define a una institución y la hace perdurar. El socialismo no es solamente el tercer partido nacional de la Argentina (sobre un total de tres); además, es un primo demasiado cercano del radicalismo. Comparten electorado, afinidad por zonas urbanas y chacareras, inserción universitaria, afiliación internacional y hasta longevidad. Hacen un culto de los procedimientos internos y, también, de las internas a secas. Y generan líderes desabridos como el peronismo ya se olvidó de hacer, pero que los votantes esporádicamente reclaman

Es probable que muchos de los próximos presidentes argentinos sean peronistas; muchos, pero no todos. ¿Quién gobernará en los recreos? La exclusividad histórica del radicalismo podría estar terminando porque, por primera vez, tiene enfrente a alguien igual a sí. Lo divertido de este fenómeno es que resulta inexplicable para los predicadores de la democracia después de los partidos, que creen que el futuro de la política pasa por las encuestas de opinión y no por la organización con base territorial. Es cierto que los partidos disciplinados y programáticos de los manuales de ciencia política sólo existen en Europa y poco más. El feudalismo, sucedido por la Revolución Industrial y enmarcado por fronteras rígidas, dio lugar a una excepcionalidad histórica.

El nuevo mundo es diferente: con enormes extensiones geográficas, industrialización incompleta y sociedades aluvionales, los partidos de acá son distintos a los de allá. El vino y el choripán no se necesitan para hacer política en París o en Barrio Norte, pero sin ellos no se consuma el lazo representativo en las veintitrés provincias. A pesar de ese particularismo, sin embargo, los partidos de estos pagos presentan candidatos a elecciones, coordinan la toma de decisiones y generan solidaridades persistentes. Sin ellos no se entiende la política nacional, ni la chilena, brasileña o uruguaya, para citar sólo los destinos turísticos más cercanos.

No existen democracias sin partidos: lo que existe son partidos que no se parecen a las caricaturizaciones eurocéntricas. Por ejemplo, el agónico radicalismo. Para hacer frente al mayor desafío de su historia, la UCR tiene que resolver el dilema planteado recientemente por Juan Carlos Torre: “Para ser radical hay que haber sido radical. Es el partido de la tautología”. Como los radicales se mueren, pero radical difícilmente se nace, la tautología conduce al cadalso. Si el partido no es capaz de reagrupar al disperso panradicalismo pero, sobre todo, de atraer nuevos simpatizantes, el socialismo se encargará diligentemente de substituirlo.

“La flexibilidad demostrada por la campaña de Binner para articular ex peronistas como Juez con panradicales como Stolbizer e intelectuales como Beatriz Sarlo es digna del peronismo”, afirmaba hace poco, elogiosamente?un analista radical. La UCR goza de una identidad ideológica que tiende a cero, pero hay dos cosas que no puede ser: conservador (porque nunca hubo espacio en la Argentina para un partido nacional con esa orientación) y laborista (porque el espacio sindical ya lo monopoliza otro partido). Los espacios vacantes son el liberal y el socialdemócrata, y si la historia y Norberto Bobbio enseñan algo es que esas filosofías son compatibles ?y es para articularlas que los partidos tienen alas y tendencias internas?.

Claro que la UCR siempre podrá optar por el statu quo: un club de noctámbulos misóginos que sólo idolatra a hijos y nietos de frecuentadores de comités. Renovadores abstenerse. Juan B. Justo, agradecido.

(De la edición impresa)

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