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Tres dimensiones de una relación

04 enero de 2012

(Columna del politólogo Ezequiel Avila)

Cristina está más kirchnerista que nunca, aunque eso signifique estar menos peronista que siempre.

Las dos posturas extremas que analizan el rumbo que habrá de adquirir la disputa entre Cristina Kirchner y Hugo Moyano descansan en el argumento de que se trata de una ruptura definitiva o en el que considera que es sólo una pelea coyuntural que no pasará a mayores. Algunos analistas avizoran puntos intermedios, considerando que las disidencias son más relevantes que las que ha habido durante los años precedentes pero que no serán lo suficientemente significativas como para un rompimiento tajante del vínculo. Sin embargo, planteado así, caemos en un reduccionismo peligroso al hablar de Moyano, CGT, sindicatos, trabajadores y sectores populares como si lo hiciéramos en referencia al mismo actor.

En primer término, habría que establecer la diferencia entre trabajadores sindicalizados y trabajadores desocupados o en condiciones de precarización laboral. En segundo orden, deberíamos comprender que no todo el sindicalismo se resume en la figura de Moyano y, en tercer lugar, debe tenerse en cuenta que hay diferentes “moyanismos”: uno más moderado y otro más conflictivo. Hacer sintonía fina con el sector trabajador significaría que el Gobierno despliegue una estrategia que contemple estas tres díadas, buscando un nuevo orden en su vínculo con este segmento en una etapa de menor crecimiento económico y gasto público. Las tres dimensiones son también tres ámbitos de negociación y cada una de ellas tiene diferentes reglas y referentes.

Pero, además, si incluimos una variable adicional, la temporal, tendrá que considerar

Cristina que la próxima gestión y la administración de la sucesión no podrán transitarse sin una redefinición del papel que tendrán los sindicatos en el poskirchnerismo. La primera dimensión es la más gruesa. El Gobierno ha buscado en sus batallas prevalecer en la denominación y adjetivación de las mismas, como táctica comunicacional. En la designación de los términos de referencia de sus épicas aventuras no ha sido mezquino ni siquiera en detalles, ya sea que el enemigo sea denominado como oligarquía agroexportadora, monopolio multimediático o inescrupulosos timberos de la previsión social.

La cuidadosa ubicación en favor del sector que se considera el más débil es la clave. Bajo esta concepción, será relativamente sencillo distinguir entre los trabajadores alcanzados por convenios colectivos (ya sea que estén sindicalizados o no) y los trabajadores en condiciones de informalidad, desocupación o subocupación. Algunas de las principales medidas aleccionadas por la CGT van direccionadas a una mejora en la condición de los trabajadores que mejores salarios ostentan. El reclamo por la reducción del impuesto a las ganancias podría ser expuesto por el Gobierno como una demanda que restringe la capacidad estatal para resolver las carencias de los trabajadores ajenos al sistema formal. Asimismo, los pedidos por aumentos de asignaciones familiares a trabajadores registrados podrían ser puestos en evidencia por la Presidenta como un limitante a medidas como la Asignación Universal por Hijo. La lista es extensa y, en resumidas cuentas, también nos habla de la prudencia con la que deberá manejarse Moyano a la hora de hacer sus reclamos.

La segunda díada plantea al oficialismo un desafío más complejo. La mayor parte de

los sindicatos encuentra en Moyano más un aliado estructural que un enemigo coyuntural. Así, el sindicalismo como corporación, funciona de una manera orquestadamente eficaz, ya que, a diferencia de lo sucedido en los gobiernos de Juan Domingo Perón, la CGT tiene un mayor grado de autonomía no sólo respecto al Estado sino también en relación a los partidos políticos. Por eso Moyano puede, con toda tranquilidad, dejar su cargo en el Partido Justicialista sin sufrir importantes costos

políticos. A pesar del acercamiento que ha tenido con el kirchnerismo, el movimiento sindical argentino no puede ser fácilmente controlado desde arriba. Es por ello que la tarea de la Presidente, en caso que lo juzgue necesario, de plantear la confrontación bajo una estrategia de sindicalismo nuevo versus sindicalismo viejo es compleja y requeriría de mayores sutilezas políticas.

En primer lugar, porque eso implicaría considerar volcarse hacia la CTA, generando un dificultad en la representación sindical que agregaría problemas en vez de soluciones en un momento en que se necesita más una negociación centralizada que descentralizada. En segundo lugar porque difícilmente encuentre sindicalistas más antimenemistas que Moyano, con lo cual enemistarse con él sería una grieta en su estrategia de mantener el relato de restauración de lo estatal que lesionó el menemismo.

La tercera díada, que plantea la diferenciación entre un moyanismo moderado y uno

extremo, es en la que sería menos probable que el Gobierno trabaje con perspectiva de corto plazo. El líder cegetista ha urdido diferentes estrategias comunicacionales y políticas que tienen como actores principales a sus hijos. Pablo Moyano es el duro, el halcón, el que pelea desde la calle; mientras que Facundo Moyano es la paloma, el que disputa desde los canales de TV, desde la Cámara de Diputados, con un discurso dialoguista y joven. El kirchnerismo podría darse una estrategia en este campo, pero no buscando efectos a corto plazo, sino vinculándose desde sus ramas juveniles con la Juventud Sindical, en vistas a lo que vendrá en 2015.

En conclusión, si el Gobierno busca una redefinición de sus vínculos con el sindicalismo debería considerar estas tres dimensiones mencionadas, pero desarrollando diferentes estrategias y advirtiendo que, en el corto plazo, la figura central seguirá siendo Moyano; que en el mediano plazo tiene argumentos y oportunidades para sostener sus políticas a favor de sectores pobres y ocupados en trabajos informales en desmedro de beneficios que demanda la CGT y que, en el largo plazo, tiene que trabajar por una nueva relación con el sindicalismo, ya sea a través de la CTA o de alguno de los sectores que heredarán las conquistas del moyanismo. Si nos guiamos por lo que ha realizado Néstor Kirchner no debería sorprendernos que su esposa siga estos caminos. Como afirma Ricardo Sidicaro en su libro “Los tres peronismos”, Kirchner se encontró con reclamos urgentes que provenían más de la desestructuración social que de aquellos que, a pesar de ver disminuidos sus ingresos, al menos habían mantenido sus empleos. Durante el kirchnerismo los sindicatos no tuvieron en ningún momento, en comparación con las presidencias peronistas anteriores, influencias destacables sobre las grandes decisiones de política pública. Si Cristina Kirchner sigue estas estrategias podremos afirmar que, al menos en este aspecto, la Presidenta no ha cambiado; al contrario, está más kirchnerista que nunca, aunque eso signifique estar menos peronista que siempre.

(De la edición impresa)

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