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La sucesión

03 febrero de 2012

En los años que vienen se definirá en qué grupos de países se insertará la Argentina.

Erase una vez, en América del Sur, la obsesión de calificar a los gobiernos de izquierda en buenos y malos. Ríos de tinta corrieron para demostrar que los socialdemócratas Lula, Bachelet y Tabaré gobernaban mediante instituciones, mientras los populistas Chávez, Morales y Correa apelaban directamente al pueblo. A los presidentes de derecha pocos los tenían en cuenta: Uribe, Alan García y Duarte Frutos eran anacronismos agonizantes al margen de la moda. Y sin embargo, acabaron teniendo más en común con los tres primeros que éstos con los del medio: ninguno de los seis sigue siendo presidente. Los denominados populistas, en cambio, van pateando el horizonte del fin de mandato. Al final, la principal distinción política en la región no era ideológica sino que separaba a los que gobiernan y se van de los que se atornillan. La cuestión es dónde encajar a la Argentina de los Kirchner en este esquema.

La sucesión ha sido definida como el primer problema de la política. Existen dos principios para legitimar a los gobernantes en tiempos normales: el monárquico-hereditario, basado en la tradición y el respeto a alguna autoridad superior, y el republicano-electivo, basado en la soberanía atribuida al pueblo o Nación y la igualdad entre los individuos. El primero se suele basar en la sangre, el segundo en la decisión

mayoritaria. Pero la sucesión sólo es un problema cuando el gobernante en ejercicio debe terminar el período: por eso, el debate en Venezuela se inicia sólo por culpa de la enfermedad de Chávez, mientras que en Bolivia y Ecuador apenas asoma en la agenda. Como en la Argentina la Constitución prohíbe el lujo de la eternidad, los tiempos que vienen prometen debate: sobre la sucesión o, más probable, sobre la Constitución. El resultado clarificará en qué grupo de países sudamericanos se incluye la Argentina.

Si la idea revolucionaria del republicanismo fue cortar la sangre como criterio sucesorio, las repúblicas americanas han morigerado la revolución. El politólogo argentino Miguel De Luca define como una “paradoja del presidencialismo” a lo que podría denominarse sucesión electoral-dinástica, que se produce cuando familiares del primer mandatario lo suceden por vía electoral. Contra el discurso convencional, sin embargo, esto no es típico de América Latina sino de la mayoría de los regímenes presidenciales, comenzando por el primero: Estados Unidos.

Allí dos hijos (John Q. Adams y George W. Bush) y un sobrino-primo (Franklin D. Roosevelt) ocuparon el cargo que previamente habían ejercido sus padres y tío-primo. Los hermanos Kennedy no hicieron lo propio por razones de bala mayor, pero el matrimonio Clinton estuvo muy cerca de lograrlo. La paradoja, en síntesis, no es propia del subdesarrollo sino de la institución presidencial. Si hay algún contraste entre el norte y el sur de América, consiste en que las sucesiones familiares en los Estados Unidos nunca fueron consecutivas: la ventaja reside en la popularidad del apellido, no en la utilización familiar de recursos públicos.

En la Argentina hubo sólo un hijo que llegó al cargo de su padre, Roque Sáenz Peña, y otro que alcanzó la vicepresidencia: Julio A. Roca. Ricardo Alfonsín falló por poco, pero gracias a eso puede afirmarse que el vínculo conyugal es más efectivo que el filial: Isabel y Cristina dos, Roque uno. La ex funcionaria de De la Rúa y actual presidenta de la Comisión de Asuntos Constitucionales de Diputados, Diana Conti, caracterizó hace poco al liderazgo de la Presidenta como “natural”, aunque más lo sería el liderazgo de Máximo: la sucesión de Néstor Kirchner, legitimada intachablemente por vía electoral, fue producto del registro civil y no de la genética, que es siempre más natural.

El próximo Presidente de la Nación será, salvo grandes contratiempos, electo

limpiamente por el pueblo. Lo único seguro es que no será una sucesión conyugal. Dado que una reforma constitucional proreelección requiere consensos difíciles de alcanzar en tiempos de ajuste, y que el hijo tiene poca experiencia de gestión pública, el presidente que viene podría no ser pariente del líder que termina el mandato. Eso, en el peronismo, nunca ha sucedido. Tres escenarios inquietantes se abren: que el próximo Presidente no sea peronista, que sea peronista pero no un Kirchner o que Cristina se guarde algún pariente en la manga.

La Argentina no tiene por qué ser menos que Estados Unidos.

(De la edición impresa)

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