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¿Una nueva malvinización de la política exterior?

10 febrero de 2012

La rehabilitación del Informe Rattenbach, un Nunca Más al nacionalismo hipócrita.

A medida que vayamos acercándonos al 2 de abril, Malvinas estará en la palestra informativa, presente en la agenda pública por razones algo más que evocativas. La intención de “remalvinizar” la política exterior argentina, a treinta años de aquel sorpresivo arrebato dictatorial que devino en gesta patriótica, tragedia nacional y desembocadura democrática, tiene en este contexto un carácter más simbólico que efectivo. No es mucho lo que el Gobierno puede ofrecer para variar el actual statu quo en el que está fijado el conflicto con Gran Bretaña. El respaldo de los países del Mercosur al bloqueo de tránsito marítimo rumbo a las Islas Malvinas y el anuncio presidencial de la reapertura y difusión pública del Informe Rattenbach siguen en la línea de desvincular el reclamo soberano de su malversación por parte de la última dictadura y subrayar la dimensión regional y afectación geopolítica que tiene la presencia neocolonial británica en el Atlántico Sur.

Luego de la derrota, los generales que desplazaron a Galtieri encargaron al veterano general Benjamín Rattenbach la elaboración de un informe sobre las responsabilidades políticas, militares y diplomáticas en la conducción de la guerra. La Comisión Rattenbach concluyó su dictamen sorprendiendo por la dureza de sus conclusiones. Distinguió la justicia de los reclamos argentinos de la locura de embarcar a la Argentina en una aventura bélica para la cual no estaba preparada. Terminaba pidiendo para Galtieri la pena máxima prevista por el Código Militar; o sea, su condena a prisión perpetua. Y avanzaba con severas imputaciones contra los jefes militares y el entonces canciller Nicanor Costa Méndez.

El informe tuvo difusión limitada y sufrió podas al momento de presentarse, en septiembre de 1983. Desmilitarizar la causa Malvinas, cortar de cuajo los hilos de continuidad que, aunque débiles, todavía persisten entre la decisión del 2 de abril del 82 y la actualidad y, al mismo tiempo, reintroducir la cuestión de la soberanía territorial en el contexto geopolítico que actualmente tiene puede ser una decisión política inteligente. No es tampoco algo nuevo; más bien continúa y profundiza una línea iniciada con la recuperación de la democracia y mantenida por todos los gobiernos desde 1983.

La novedad que trae el reconocimiento oficial del Informe Rattenbach semeja el retiro del cuadro de Videla de las paredes del Colegio Militar. El Estado argentino se hace cargo de las conclusiones de ese informe y asume, de tal modo, que el 2 de abril fue un día lamentable para la historia patria. Producto de la malversación del propósito que la animaba, esa acción terminó colocando el objetivo de acceder a un reconocimiento de la soberanía en las Malvinas más lejos que nunca. Decir esto en nada empaña el homenaje que merecen los ex combatientes y la memoria de los héroes que murieron

en el conflicto.

Conviene no olvidar que la Guerra de Malvinas no fue solamente un hecho extemporáneo. Fue el eslabón final de sesenta años de hibernación nacional, deformaciones antidemocráticas, claudicación de las élites republicanas y pretorianismo militar en la conducción del Estado. Sólo un resultado catastrófico como la derrota en la Guerra del Atlántico Sur pudo quebrar el espinazo de ese sistema

autoritario. Una de las consecuencias de esa derrota militar fue que la recuperación democrática se encontrara liberada de los condicionamientos fácticos que tuvieron las transiciones en el resto de la región.

Ese trasfondo políticocultural explica por qué la recuperación de la democracia en 1983 debió enfrentar desafíos más vastos y complejos que los de una mera restauración del régimen democrático: una construcción que abarcó al conjunto de las relaciones entre los distintos actores políticos y sociales y agentes principales del Estado e involucró también un cambio en las mentalidades de los dirigentes. La rehabilitación del Informe Rattenbach propone un Nunca Más al nacionalismo hipócrita. Supone una denuncia de la utilización de banderas que apelan al sentimiento patriótico para dirimir las luchas por el poder, sacar provechos exitistas o distraer la atención de los atolladeros que encuentra la política nacional. De paso, invita a reflexionar sobre la inconveniencia de que la política exterior en temas fundamentales de interés nacional sea exclusivamente manejada por un presidente, aconsejado por un reducido grupo de asesores y, eventualmente, el canciller de turno.

Malvinas es también un significante que resume el modo en que se ha entendido y se suele entender el “interés nacional” y cómo se viven aquí los éxitos y las frustraciones. Nos muestra hasta qué punto hay victorias que se transforman en derrotas y derrotas que nos vuelven victoriosos cuando las asumimos como tales. Esto es, cuando podemos extraer de ellas las enseñanzas que nos permiten crecer y no repetir los errores que nos llevaron a chocarnos contra la realidad y arrojar al fango los más altos ideales y propósitos. Lo mejor que pueda hacer nuestro país por ese reclamo soberano

es seguir poniendo la casa en orden, construir soberanía territorial democrática fronteras adentro y en clave de integración regional, mejorar su capacidad defensiva, la protección de sus mares y su proyección antártica en conjunto con Brasil. Ni las rutinarias protestas diplomáticas ni las espasmódicas demostraciones de conciencia nacional reemplazan aquello que hace a los países más fuertes y merecedores de respeto. Todavía pesa, en tal sentido, la leccion del '82.

(De la edición impresa. La columna fue publicada antes de los anuncios de la Presidenta del martes 6).

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