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Democracia y desigualdad

29 mayo de 2012

La desigualdad cayó notablemente en los últimos años. Desafíos para avanzar hacia un país más equitativo y democrático.

"¿Mayor desigualdad social en tiempos de mayor igual - dad política, ¿se tra ta de una paradoja?”, se preguntaba Carlos Strasser en el prefacio de “Democracia & Desigualdad” (Clacso, 1999). “Ninguna paradoja, nada que debiera sorprender tanto. Aquel acompañamiento lamentable no señala una simple correlación intrigante: sugiere que se concretó una asociación perfectamente posible”. La Argentina es un ejemplo claro, más no el único: el país es más democrático que hace treinta años pero, a la vez, más desigual. Hay casos en los cuales la correlación ha sido inversa. Por lo tanto, no hay causalidad en ninguna dirección: la democracia y la desigualdad viajan por carriles separados y, a menudo, en direcciones opuestas.

En un artículo de 2009 (1), la politóloga Nancy Bermeo corrobora la tesis de Strasser: puede haber mayor igualdad política y mayor desigualdad económica. De hecho, esa ha sido más la regla que la excepción de los últimos veinte años. “El principio igualitario de que un ciudadano equivale a un voto, que está en la fundación de cualquier proyecto democrático, no garantiza avances en la igualdad más allá del terreno limitado de la elección de los líderes. La relación entre el avance de la igualdad política y el avance en las otras igualdades es totalmente contingente a lo que los líderes democrático elijan hacer o no hacer”, escribió Bermeo.

Según la especialista, las democracias se han hecho más resiliente, a la desigualdad. La desigualdad crece, pero la estabilidad de las democracias es cada vez más sólida. De hecho, hay dos ejemplos recientes (“tristes ironías”, según Bermeo), que demuestran que la estabilidad democrática puede estar en juego, no por la desigualdad, sino por la búsqueda de sus líderes de una mayor igualdad. Los ejemplos son los golpes de Estado en Venezuela (2002) y Tailandia (2006).

A la hora de explicar por qué “las coaliciones redistribucionistas enfrentan obstáculos formidables”, Bermeo ofrece cinco causas. 1) El gran público no considera que lograr un mejor reparto sea una prioridad. La mayoría le da más importancia a su situación personal, aunque ello no implique que la desigualdad esté bien vista. 2) La desigualdad, a diferencia de la pobreza, tiene defensores. Muchas personas, especialmente de impronta liberal, creen que un poco de desigualdad está bien porque es un motor para la competencia y la innovación. 3) Antes, la desigualdad provenía de la propiedad sobre la tierra. Ahora, la diferencia está en el capital humano y en otros activos que son más difíciles de gravar y, por ende, de redistribuir. 4) Los sindicatos ya no son lo que solían ser y los partidos socialdemócratas que incluían la cuestión distributiva como un eje programático central son cada vez menos. 5) Por último, la clase media puede creer que una política económica prodistribución podría implicar pérdidas de beneficios para ellos y, por eso, no formaría parte de la coalición redistribucionista.

LA ARGENTINA

Como decíamos al comienzo, la Argentina es más democrática que hace treinta años, pero más desigual. Pero si acortamos el margen de análisis, la ecuación es otra: la desigualdad actual es mucho menor que la de diez años atrás y la democracia, por este motivo y otros, más sólida. Desde el 2003 hasta el 2011, la desigualdad medida a través del Coeficiente de Gini cayó todos los años (aún en el 2009, cuando la economía se contrajo y el desempleo subió). Según los investigadores Leandro Gasparini y Guillermo Cruces, del CEDLAS, la Argentina recuperó el Coeficiente de Gini previo a la gran crisis de 1999-2001 en 2006. Un trabajo de Jorge Gaggero, del CEFID-Ar, sostiene que la brecha de ingresos entre el 10% más rico y el 10% más pobre se redujo de 43,1 veces en 1998 a 29,9 veces en 2010.

El crecimiento económico que comenzó en 2002 y sus correlatos (creación de empleo y suba de salarios reales, especialmente en sectores de baja capacitación laboral) fue vital para reducir la desigualdad desde niveles alarmantemente altos. Pero el crecimiento per se va perdiendo efectividad para reducir la inequidad a medida que la situación económica se normaliza. Por supuesto, es mejor que haya crecimiento, pero las herramientas para doblegar la desigualdad deben ser otras.

Además de estimular el crecimiento y el empleo (especialmente el registrado), los países tienen una herramienta clave para reducir la desigualdad: la política fiscal. Es decir, lo que gasta el Estado (gasto público) y la manera en que se financia (estructura tributaria). Que el kirchnerismo haya decidido aplicar la AUH siete años después de que comenzara el proceso de crecimiento más sostenido de las últimas décadas es un indicativo de que el crecimiento no puede hacerlo todo. De hecho, como ocurrió en EE.UU. y otros países, la economía y la desigualdad pueden crecer simultáneamente. En su última revista, el Plan Fénix sostiene que “la reforma fiscal, cada vez más necesaria, es una cuenta pendiente en nuestro país”, y añade: “Es un arma fundamental para combatir la desigualdad social, capaz de redistribuir la riqueza a partir de los impuestos y el gasto público”.

El crecimiento del gasto público (el porcentaje del gasto público como porcentaje del PIB de la Argentina hoy es similar al de los países europeos más benefactores) es fundamental, así como destinar esa masa de recursos hacia los más necesitados no sólo a través de políticas sociales sino a través de la prestación de servicios públicos básicos, como educación, salud y vivienda. Prestar servicios públicos universales y de calidad sirve para “igualar” lo que el mercado desiguala. Los países escandinavos, ejemplares en materia de igualdad, tienen niveles de ingresos similares y, al mismo tiempo, servicios públicos básicos universales y de calidad. El Plan Fénix también sostiene que hay muchas cuentas pendientes a la hora de avanzar hacia un esquema tributario más progresivo.

Las encuestas muestran que el público se preocupa por la inflación y el empleo, pero no por la distribución del ingreso. ¿Hay, como dice Bermeo, un escaso interés sobre la cuestión del reparto de la riqueza nacional? Según Ezequiel Adamovsky, autor de “Historia de las clases populares en la Argentina” (Sudamericana, 2012), en la Argentina hay un interés colectivo bastante presente que gira en torno de la igualdad en la distribución del ingreso como un valor positivo. “Las fuerzas de izquierda y las progresistas siempre insistieron en ese punto. En la cultura peronista, el fifty-fifty en el reparto del ingreso nacional entre asalariados y patronos se repite con frecuencia como un ideal al que todo gobierno debería aspirar. Aunque más no sea retóricamente, incluso las fuerzas políticas de derecha hoy dicen estar a favor de una mejor distribución del ingreso. Por supuesto, en las políticas concretas proponen medidas que apuntan a la concentración del ingreso, pero el hecho de que deban simular estar a favor de una mejor distribución del ingreso es indicativo de que eso en la Argentina tiene un valor positivo que es bastante extendido”, le dijo a el estadista.

(1) “¿Las democracias electorales potencian la igualdad económica?”. Journal of Democracy: Octubre 2009, volumen 20, número 4.

(De la edición impresa)

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