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La misión civilizadora de la Triple Alianza

07 septiembre de 2012

Las sanciones del Mercosur contra Paraguay oscilan bienintencionadamente entre el paternalismo y el racismo.

¿Qué prefieres: un médico que te tome la mano mientras mueres o uno que te ignore mientras mejoras? Aunque lo peor sería uno que te ignora mientras mueres?”. La primera opción de Gregory House ilustra la reacción del Mercosur ante Paraguay: tomarle la mano, expresarle su cariño? y aislarlo hasta la asfixia. Por su bien. Porque los doctores de la Triple Alianza saben lo que es mejor para los paraguayos. La crucifixión regional del Paraguay no se produjo por una alegada interrupción democrática sino porque es un país pobre y despreciado por sus vecinos.

Esa actitud recuerda la mission civilisatrice que se autoasignaron los franceses respecto de sus súbditos coloniales: el mundo estaba poblado por salvajes y la responsabilidad del Estado galo consistía en hacerlos evolucionar. La versión anglófona fue la carga del hombre blanco, con la que Rudyard Kipling promovió el imperativo ético de llevar la civilización a los pueblos de otras tonalidades. En castellano, la palabra “carga” tiene una polisemia que el inglés no permite: si para el blanco expresa un fardo que carga sobre los hombros, sus víctimas la interpretan como embestida ?al estilo de la séptima de caballería, que conquista y aniquila a las culturas nativas?.

Colonialismo e imperialismo: eso representó la responsabilidad que los occidentales asumieron hacia el resto. Como entonces Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, hoy la Argentina, Brasil y Uruguay se sienten impelidos a actuar por el bien de los salvajes que, ignorantes de su ignorancia, precisan que les enseñen el camino. El desprecio que los países blancos de la Triple Alianza sienten por “el país de contrabandistas y mucamas”, según el sarcasmo de un académico argentino, no se restringe a su actual gobierno.

A pesar de las declaraciones de amor por Lugo, los tres presidentes del Mercosur faltaron a la Cumbre Iberoamericana de 2011 en Asunción. No estuvieron solos en el desplante: la mitad de los veintidós invitados faltó, todos ellos latinoamericanos. La prensa internacional destacó entonces que “la Cumbre de Asunción pasará a la historia por haber batido el récord de ausencias de presidentes y jefes de Estado”, y agregaba: “Paraguay siente que le han dado la espalda en la cita internacional más importante de su historia”.

El éxito de Lugo con las mujeres no se replicaba entre sus colegas: el presidente sacerdote, por el que tantos yacarés hoy vierten lágrimas, no dejó hijos en la región. La Cenicienta de Sudamérica es el Estado paraguayo, siempre, y no su gobierno actual. La inconsistencia de la excusa para sancionar a Paraguay la prueba una observación: los mismos estados que retiraron a sus embajadores de Asunción los mantienen en La Habana. Evidentemente Cuba tiene más glamour que Paraguay, porque más democracia seguro que no.

Pero las agresiones venían de antes. Así interpretó el Congreso al Protocolo de Montevideo sobre Compromiso con la Democracia en el Mercosur (Ushuaia II), que establece entre otras sanciones “cerrar de forma total o parcial las fronteras terrestres. Suspender o limitar el comercio, tráfico aéreo y marítimo, las comunicaciones y la provisión de energía, servicios y suministros”. En castellano, “cerrar de forma total o parcial las fronteras terrestres” se llama bloqueo. ¿Y quién más que Paraguay y Bolivia pueden sufrir semejante correctivo? Al lado de esta obra maestra de la intervención extranjera, el embargo estadounidense a Cuba es una simpatía.

Mientras tanto, a la misma hora y por el mismo canal, muchos de los argentinos y brasileños que claman que hubo golpe y promueven las sanciones defienden la necesidad de que sus países adquieran submarinos de propulsión nuclear. ¿Alguien imagina que se pueda imponer sanciones como las previstas en Ushuaia II a países mal comportados que posean esa capacidad bélica? Por supuesto que no: el Protocolo no está pensado para aplicarse a los blancos y poderosos sino para educar a los demás. Reko porâ: así es como llaman en guaraní al arte de enseñar las buenas maneras a sus niños.

Volviendo a House, el Mercosur no ignora al Paraguay mientras muere: eso sería políticamente incorrecto. Al contrario: le toma paternalmente la mano y le da una palmada. Pórtense bien; si no, se quedan encerrados en su cuarto.

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