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Llegó la era de Xi Jinping

12 diciembre de 2012

El nuevo líder del país más poblado del mundo tiene un perfil distinto al de su antecesor.

El país más poblado del mundo y segunda economía del mundo, tiene un nuevo líder y un nuevo equipo de conducción. Por ahora, el mundo (occidental, al menos) no lo conoce mucho. Se llama Xi Jinping, y el 15 de noviembre pasado se convirtió en secretario general del Partido Comunista de China (PCCh) y jefe de la Comité Militar Central. La larga marcha terminará en marzo próximo, cuando sea ungido Presidente.

La tarea que tiene Jinping es tan inmensa como los 9,5 millones de kilómetros cuadrados de superficie que tiene el Gigante Asiático. Gobernar sin democracia a una población de 1.300 millones nunca fue fácil. En el Siglo XXI, menos aún. Jinping tiene 59 años, once menos que el presidente saliente, Hu Jintao. Nació en 1953, una vez finalizada la guerra civil y proclamada la Nueva China. En términos de imagen, es mucho más desacartonado y amigable que Jintao, requisito clave para acercar al gran público y la dirigencia. Junto a él ascienden muchos otros funcionarios más jóvenes, la llamada Quinta Generación de Líderes, cuya vida adulta transcurrió mayoritariamente luego de la apertura que Deng Xiaoping inició en 1978. Son hijos de la China moderna y exitosa.

Li Keqiang será su primer ministro: tiene 57 años y un PhD en Economía. Keqiang es el autor intelectual de “China 2030”, un extenso informe de más de 450 páginas que lleva un título sugerente sobre cuál es el rumbo que buscarán imprimirle a la mayor economía de Asia: “Creando una sociedad de altos ingresos moderna, armónica y creativa”. Un dato a tener en cuenta es que el órgano político más importante, el Buró Político del Comité Central del Partido Comunista Chino (PCCh), pasó de nueve a siete miembros. Es decir, hay más centralismo.

En la próxima década (eso es lo que se estima que durará su mandato) Jinping podría pasar a la Historia grande: si las proyecciones más optimistas se concretan, durante su gestión China desplazará a Estados Unidos como principal economía del mundo. Para eso falta sumarle varios trillones más al PIB y, en lo inmediato, gestionar una economía que crece menos (y en la cual será más difícil exhibir logros espectaculares) y en donde las denominadas demandas sociales de segunda generación (acceso a la vivienda, mejoras salariales, protección laboral, mejores y más prestaciones públicas, entre otras cuestiones) están a la orden del día. Las autoridades lo saben y por eso la inclusión social es uno de los ejes del 12vo. Plan Quinquenal (2012-2017). El modelo chino deberá reinventarse dado que el mundo desarrollado, su principal mercado de exportación, enfrenta años de crecimiento bajo. Para el “mercado”, la llegada del binomio Jinping- Keqiang es una señal favorable, ya que son líderes más occidentalizados, menos ideológicos y más pragmáticos.

Según el sinólogo Sergio Cesarín, “la entrante dirigencia es una síntesis del consenso interno alcanzado en el seno del PCCh entre las dos principales corrientes internas de pensamiento: los denominados 'príncipes o hijos de revolucionarios' (princelings) y los 'cuadros puros' (tuanpai), reconocidos por carecer de credenciales familiares de peso y forjar su ascenso en la estructura de poder basados en propios méritos y eficiente gestión”.

Una encuesta reciente de Pew muestra algunas luces amarillas que la dirigencia china no deberá obviar. Según el sondeo, el porcentaje de chinos que cree que la corrupción de las autoridades públicas, un flagelo admitido a viva voz por la propia dirigencia, era un gran problema para 38% de los chinos en 2008. Ahora, lo es para 50%. Los que creen consideran a la desigualdad económica como un gran problema pasaron de 41% a 48% en el mismo lapso y quienes alertaron sobre la seguridad alimentaria como un gran desafío subieron de 12% a 41%. Atención: son desafíos que han crecido a la par de la economía. El crecimiento no soluciona todo y, a menudo, crea nuevas tensiones.

Otros asuntos internos que deberán abordar los nuevos dirigentes, además de los ya mencionados, tendrán relación con cuestiones tan disímiles como el medio ambiente, la reforma política y judicial, la libertad de expresión y la política demográfica (se cree que se aflojaría el mandato del único hijo). Muchos desafíos, para una potencia como China, permanecen latentes bajo la superficie. Como sostiene Alfredo Caporaletti, “de China nunca sabemos todo”; menos aún mirando desde Occidente.

En el plano de la política exterior, imbricada con la económica, el Gigante Asiático continuará con su ascenso pacífico. Como suele ocurrir con la raza humana, es probable que la mayor importancia económica redunde en una voluntad de ascenso mayor y, al mismo tiempo, de una mayor cuota de impunidad. Procurará aumentar su influencia en el patio trasero (Asia-Pacífico), una región que EE.UU. no está dispuesto a abandonar, y seguir extendiendo sus lazos con otras regiones del mundo, como Africa o América Latina, a través de lo que algunos llaman la “diplomacia del dinero”.

LA REGION

Hu Jintao fue el primer líder chino en visitar América Latina en el marco de una relación cada vez más densa, especialmente en lo comercial y financiero. Les ofrecen a estos países cosas que necesitan y que las naciones centrales no ofrecen o bien no están en condiciones de hacerlo. Para la región, el mercado de exportación chino es cada vez más relevante. El financiamiento chino también crece en importancia. Por ejemplo, hace pocos días se oficializó el ingreso del banco chino ICBC como accionista mayoritario del Standard Bank en la Argentina. Ejemplos como éstos hay de sobra, y los seguirá habiendo. Pero todavía, dice Julio Burdman, China y la región “carecen de una agenda política estratégica”. Acaso “la era de Jinping puede significar la profundización de esta alianza incipiente con el país que, en pocos años más, pasará a ser la economía más grande del planeta”, señala.

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