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El peronismo en tres postales

12 junio de 2013

(Columna de María Esperanza Casullo)

El 25 de mayo (con organizaciones debase en el público y gobernadores en el palco) reflejó la nueva fórmula del equilibrio peronista

Uno de los desafíos para comprender los derroteros políticos del peronismo reside en el hecho de que no es un partido político tal y como los define normativamente la ciencia política y que probablemente nunca lo fue. Es decir, no consiste en una estructura formalmente organizada, con una plataforma ideológica común, reglas claras de competencia interna y mecanismos más o menos explícitos de ascenso hacia el liderazgo.

Más bien, resulta más útil imaginar al peronismo como una coalición o alianza entre diversos tipos o maneras de acumular y ejercer el poder, en la que diversos subtipos de organizaciones conviven más o menos armónicamente bajo el liderazgo del titular del Ejecutivo Nacional. Cada uno de estos subtipos está basado en una manera de entender la acción política: territorial, sindical, movilizatoria o legalburocrática.

Todos ellos comparten una común referencia a cierta nebulosa de contenido que podríamos denominar “cultura peronista” y una común referencia en un vértice de autoridad, que es el titular del Poder Ejecutivo Nacional.

Hoy, el peronismo en su encarnación kirchnerista se apoya en cuatro “patas”: la política territorial de gobernadores e intendentes, la política sindical (hoy en relativa retirada, luego del conflicto con Hugo Moyano), la política de movilización de las organizaciones sociales y la política institucional, encarnada en el manejo de las estructuras con amplia trayectoria legales-burocráticas (estoy pensando, sobre todo, en la labor legislativa y en figuras como Miguel Angel Pichetto, pero también en las segundas y terceras líneas de funcionarios con manejo de los resortes del Estado).

La fortaleza electoral del peronismo reside en su enraizamiento en la sociedad, es decir, la manera en que sus diversas “patas” tienen la capacidad de penetrar buscando apoyos en diversos y complementarios estratos sociales. Ninguno de los otros partidos o fuerzas políticas tiene, hoy por hoy, llegada a tantos ámbitos sociales ni de tantas maneras. La UCR, por caso, que supo tener la misma diversidad de fuentes de apoyo, tiene hoy una pata política institucional y una territorial que resultó menguada. Los partidos de izquierda o las nuevas fuerzas, por otra parte, han demostrado que les cuesta desarrollar competencias legislativas cuando llegan a ganar bancas en el Congreso.

La debilidad del peronismo, por su parte, reside en la intensa y permanente competencia entre las figuras principales de cada uno de los subtipos organizativos. Gobernadores, intendentes, líderes sindicales, jefes de bloque legislativos y dirigentes de organizaciones sociales: todos ellos están en permanente e intensa competencia por los cargos ejecutivos, por lugares en las listas, por las bases y/o por demostrar mayor capacidad de movilización.

Si miramos al peronismo desde este punto de vista, el de la competencia entre diversas maneras de entender y practicar la acción política y de acumular poder, resulta más comprensible por qué un fuerte liderazgo personal “en el vértice” es tan central para su éxito, y por qué esta fórmula parece siempre a punto de explotar. La principal tarea política cotidiana de un líder peronista es ordenar las tensiones internas (“conducir”, dice el léxico peronista) de tal manera que cada sector tenga su porción de lugares electorales y manejo de cargos, sin que la competencia (“la interna”) se desmadre. Esta tarea requiere capacidades que combinen el carisma y la persuasión personal, el uso de incentivos y, de ser necesario, el uso de mecanismos de presión. Juan Domingo Perón, Lorenzo Miguel, Carlos Menem, Néstor Kirchner y Cristina Fernández: todos ellos realizaron esta tarea, y cada uno con sus estilos personales.

Por supuesto, esta complejidad interna ofrece una ventaja: de acuerdo a los momentos, el liderazgo peronista puede recostarse sobre una de las patas en detrimento de las otras tres; si es necesario, este apoyo puede ir cambiando, de tal manera de darle mayor preeminencia a unas sobre otras, siempre hasta cierto punto. La desventaja, por supuesto, consiste en que la fórmula de equilibrio es siempre tensionada y muy próxima a la ruptura.

TRES ACTOS

Del 2008 al 2010 el kirchnerismo se recostó decisivamente sobre las capacidades movilizatorias del sindicalismo, conducido entonces por Moyano. Por supuesto, los gobernadores y los intendentes eran un punto clave de sostén, pero la mala elección del 2009 (cuando algunos jefes comunales de provincia de Buenos Aires fueron acusados de jugar a dos puntas) introdujo suspicacias acerca del carácter “propio” de los liderazgos territoriales. La postal que resumió esta era fue el acto de Moyano en River en octubre de 2010, ocasión en la que el líder camionero, hablando con la Presidenta presente, resumió las aspiraciones sindicales de “tener un trabajador en la Casa de Gobierno”.

No por casualidad, el siguiente acto masivo del kirchnerismo tuvo una impronta diferente. En abril de 2012, Cristina Fernández de Kirchner encabezó un acto en el estadio de Vélez hegemonizado por los movimientos sociales y organizaciones de base kirchneristas, desde La Cámpora y el Evita hasta las Madres de Plaza de Mayo. Esta fórmula, más recostada en los movimientos sociales propios, ya había sido presentada en el acto de Huracán en 2010. Sin embargo, hay que hacer notar que tanto en Huracán como en Vélez tuvieron presencias notables las columnas de la Juventud Sindical, como señal de que el vínculo con el sindicalismo no estaba roto.

El acto del 25 de mayo pasado también puede ser interpretado como el paso a otra era. Por un lado, es el primer acto desde 2003 hasta ahora cuando no resulta visible la convocatoria del movimiento sindical. La ausencia de una movilización sindical masiva contrastó con la masividad de la convocatoria de organizaciones kirchneristas puras como La Cámpora y el Movimiento Evita. También resultó novedosa la existencia de tensiones y reclamos, no ya entre “territoriales” y “militancia”, sino entre los propios movimientos kirchneristas.

Sin embargo, el dato más relevante es la superposición de una plaza colmada principalmente con columnas de organizaciones de base con un palco colmado de gobernadores de provincias de menor población, incluyendo a figuras como Juan Manuel Urtubey y Gildo Insfrán. Se trató entonces de una plaza sin sindicatos, colmada por movimientos, y con un palco colmado de territoriales y de funcionarios de carrera.

Tal vez sea esta la próxima fórmula de equilibrio que veamos reflejada en las listas para octubre de 2013 y más adelante.

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