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El Mercosur va a Oxford

22 marzo de 2011

Cada Estado defiende al bloque por distintos motivos y no hay un proyecto colectivo sino cuatro nacionales

Este mes, el Mercosur cumple 20 años y el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Oxford decidió celebrarlo. Para ello, el profesor Timothy Power reunió la semana pasada a los principales especialistas del mundo y a un par de argentinos a fin de analizar el estado del bloque.

Las visiones convergieron: el Mercosur no es lo que dice ser, pero pese a ello su existencia ha sido positiva. Lo ha sido, sin embargo, por razones diferentes para cada Estado miembro: no existe un proyecto colectivo sino cuatro nacionales.

Para Brasil, el destino es planetario. La región es simplemente la rampa de lanzamiento, y su objetivo actual consiste en estabilizar a los vecinos y no en representarlos ante el mundo. Y, contra las apariencias, el vecino que más podría estorbar sus designios globales no es Venezuela sino la Argentina. Por eso, el Mercosur se transformó en un instrumento para administrar las relaciones con el ex rival y actual socio. La integración regional, entendida como soberanía compartida, no está en el horizonte: contención y control de daños son las nuevas palabras de orden.

Del lado argentino existe una cierta reciprocidad. La liberalización del comercio y las inversiones, que constituyeron el fundamento del Mercosur y también de la

integración europea, significan muy poco para un país que restringe importaciones y exportaciones, bloquea la navegación de los ríos y corta puentes internacionales a

discreción.

El Mercosur, para la Argentina, es una herramienta para atar a Brasil (y atarse a él): la idea es no dejar que despegue solo, evitando que salga al mundo disfrazado de líder regional mientras defiende nada más que sus intereses nacionales. El valor del Mercosur para Uruguay combina dos componentes: inercia e ideología. Si pudiera retirarse y negociar por su cuenta con el resto del mundo, como hace Chile, la República Oriental se ahorraría los disgustos que le propinan a diario sus socios mayores.

Como la hierba, Uruguay sufre tanto cuando los elefantes pelean como cuando hacen el amor. Pero retirarse del bloque tiene costos, y quedarse es menos conflictivo. El componente ideológico es simple: hay uruguayos importantes que creen, con sinceridad, que la organización regional es progresista por definición y, por lo tanto, pertenecer a ella es intrínsecamente bueno.

El caso paraguayo es el más traumático. Celso Lafer, ex canciller brasileño, afirmó

una vez que para su país el ALCA era una opción, mientras el Mercosur era su destino. Implícita había una valoración positiva del destino. El mediterráneo Paraguay tampoco tiene opción: sin embargo, acá el destino se expresa como condena. Sin

acceso al mar, Asunción carece de las alternativas de Santiago o Montevideo. Quedarse y aguantar es el karma de esta isla rodeada de tierra.

El Mercosur no es un mercado común, ni siquiera una unión aduanera. Sus reglas

raramente se cumplen y sus conflictos nunca se resuelven del todo. Pero una guerra

entre sus miembros es impensable, y sus democracias son estables. No es poco; el resto es discurso.

Para confirmar la ausencia de un proyecto colectivo, los embajadores que asistieron

a Oxford protagonizaron un encontronazo surrealista. El representante de Paraguay,

Miguel Angel Solano López, empezó elogiando a Cristina Kirchner para luego propinar una durísima crítica a Brasil. La acusación: que el vecino se negaba a abrir los archivos de la Guerra de la Triple Alianza, finalizada hace 140 años.

La integración europea hubiera sido imposible, afirmó, si Alemania no hubiera pedido disculpas y colaborado con sus víctimas. La comparación tácita entre Brasil y el nazismo provocó la respuesta de la representante brasileña, que con diplomacia alargó el discurso y adormeció el debate. A la salida, los asistentes se preguntaban cómo se

mantiene unido un grupo regional con semejantes problemas irresueltos. La respuesta, difícil de aprehender para europeos y norteamericanos, es que en América Latina el discurso y la realidad pocas veces se intersectan.

Con gran capacidad anticipatoria, en la Universidad de Oxford ya se empezó a planear el evento que, en 2018, analizará los diez primeros años de UNASUR. Abrevando

en la experiencia de este evento, no invitarán a tantos académicos sino a intelectuales

que entiendan mejor el funcionamiento de las sociedades latinoamericanas: un equipo de escritores liderado por Gabriel García Márquez.

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