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Movimientos y campañas

26 septiembre de 2013

(Columna de Luis Tonelli)

La economía, el peronismo y el propio estilo presidencial configurarían un síndrome de pato rengo más severo que el habitual

El kirchnerismo está en una situación inédita para un gobierno democrático que no se debate en medio de una crisis. Faltan todavía dos años para el recambio presidencial y aún no fueron efectuadas las elecciones de renovación del Congreso, su fuerza política base ha comenzado el impiadoso proceso discepoleano de “probarse las pilchas que va a dejar”. El peronismo ha ingresado prematuramente en plena definición de las candidaturas presidenciales para el 2015, en un escenario para el kirchnerismo que aparece ser, en un punto, todavía peor que el de los típicos patos rengos de la política estadounidense.

Más bien el escenario sería el de un palmípedo cuadripléjico, ya que no sólo tiene la Presidenta vedada su reelección sino que también aparece impotente en nombrar un heredero. Y más aún: se verá si el kirchnerismo conserva la capacidad para deseleccionar a un hipotético candidato oficialista, como hizo Carlos Menem con Eduardo Duhalde, si es que así lo quiere hacer.

Nota bene: lo dicho ut supra no se trata de esas típicas vanas esperanzas que la “opo analítica” profirió durante una década. Aquí sólo se consigna sine ira et studio los movimientos y maniobras de la dirigencia peronista (cuando en realidad el wishfull thinking ha pasado del lado de los comentaristas K, quienes conmovedoramente alertan a los que se le animan con frases tales como “el kirchnerismo no está muerto”, “en el 2009 'la opo' decía lo mismo” o un simple “ya verán”). En realidad, el carácter yermo del kirchnerismo se manifestó operativamente en simultáneo con la muerte de Néstor Kirchner, al quedar vedada a futuro la repetición del uno-dos-uno en periodización que se esperaba eterna. Las ilusiones centradas en torno a la figura de su hijo Máximo pronto quedaron frustradas.

A esta imposibilidad operativa sucesoria se le agregará otra, incluso más determinante, producto de la concepción de la legitimidad política que fue construyendo Cristina Fernández durante su presidencia. Una concepción en la que, en una especie de jacobinismo posmo, ella se autoerige como la encarnación misma de la voluntad general roussoniana (combinado con una consideración, a prueba de toda modestia, en la que la Presidenta se autoasume como el despliegue mismo del espíritu absoluto hegeliano ?ver el reportaje concedido a Hernán Brienza?).

Semejante encuadramiento teórico la llevará a denostar toda mediación, incluso la partidaria, como “corporativa”, justo cuando debe ejercer el gerenciamiento del peronismo, siempre ilusionado con esa idílica “comunidad organizada” esbozada por su general fundador. En su utopía de la relación directa, adjurará del populismo laclausiano (que demanda una operación de división societaria en dos campos antagónicos: pueblo y antipueblo) para definirse, en cambio, como “la Presidenta de los cuarenta millones de argentinos”, en una lucha a brazo partido con los poderosos intereses particulares y egoístas de las malvadas corporaciones.

De este modo no será casual que considere a Clarín como el “enemigo público número uno”, al disputarle el grupo mediático similar relación directa con “la gente”. Claro que si Ella resulta la encarnación misma del bien público (expresado no en palabras ni como resultado de una deliberación sino en la “materialización de sus logros”, lo cual la blinda de todo juicio, que es siempre un texto ?insistimos, ver reportaje de Brienza?) también resulta imposible lógica y fácticamente que pueda emerger su sucesor “natural” por anticipado, sin que simultáneamente quede desafiada esa infalibilidad soberana.

Pero si hacia adentro la concepción jacobina inhibe la herencia y despierta las actividades de los Brutus en el peronismo, hacia afuera la falsación de esa interpelación legitimatoria quedó desarticulada mucho antes. Un dispositivo populista puede resistir la movilización de los sectores sociales “cipayos”, al ser definidos como antipopulares (como el peronismo clásico entendió la marcha del Corpus Christi el 9 de junio de 1955), un dispositivo neojacobino, en cambio, entra en contradicción consigo mismo si la “gente” sale a las calles para manifestarse masivamente en su contra, como en los sucesivos cacerolazos y, finalmente, en el juicio lapidario del voto mayoritario a la oposición. No por nada la actitud presidencial osciló en la negación de esos hechos que simplemente resultaban “impensables”, o bien en su ninguneo, al considerarlos productos de la manipulación de su Némesis mediática.

De todos modos, el non plus ultra lo alcanzaría al convocar a los “titulares” corporativos, desdeñando a la oposición política en un acto en el que admitía simultáneamente su debilidad ante esos actores económicos. Indicador que en su retirada, el kirchnerismo-cristinista se resigna al premio consuelo de “que lo importante es dar las batallas, no ganarlas”, como pasó con la 125, la reforma judicial y se verá que sucede con la ley de Medios. Frente a esto, la oposición ha dejado su “societismo” contemplativo (eso de acompañar a la “gente” en sus movilizaciones contra el Gobierno en vez de liderarlas y contenerlas), fundamentalmente porque el momento electoral ha traducido mufa en votos.

Y a la proliferación de candidaturas celebrities en el peronismo, enfrenta un complicado diseño coalicional que demuestre que tiene la herramienta idónea para gobernar. Por su parte, lo movimientos en el peronismo han sido disparados por la audacia de Sergio Massa y acelerados ciclotrónicamente por las torpezas electorales del Frente para la Victoria (desde la elección de un ignoto candidato hasta la malísima campaña publicitaria), sólo atemperados por el aguante hecho por Daniel Scioli. Mientras Massa parecería apostar a convertirse en un polo de atracción del peronismo, sin manifestarse explícitamente como peronista (en la estrategia siempre soñada por Mauricio Macri), Scioli en cambio, ha optado por ser la expresión de los gobernadores peronistas, que por responsabilidad (e imposibilidad) han tenido que permanecer bajo el branding del Frente para la Victoria.

De todos modos, los peronistas que se quedaron sospechan que Massa puede también, llegado el momento, ir como Antonio Cafiero en su momento por la conducción del PJ ?a lo que los sciolistas responderían con un pedido de internas calcando la estrategia ganadora de Carlos Menem?. Pero tanto unos como otros, discuten en estos momentos, y abriéndose la posibilidad de la sucesión, no tanto la anhelada herencia política sino la cada vez más pesada herencia económica. Lo ideal sería que fuese el kirchnerismo el que se haga cargo del ajuste que consideran inevitable, pero quién puede creer que la Presidenta vaya a arriar las banderas expansivas de las que se muestra tan orgullosa.

La pregunta obligada es inquietante: ¿Persistirá Cristina Fernández en su tesitura “ideológica”, aun en el caso de que la economía exhiba urgencias que de no atenderse podrían significarle una crisis antes de entregar el poder? La respuesta, como siempre de un tiempo a esta parte, la tiene Ella y sólo Ella.

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