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¿De qué hablamos cuando hablamos de cambio de ciclo?

22 noviembre de 2013

(Columna de Ignacio Ramírez, sociólogo y director de Ibarómetro)

Distintos factores intervienen en el comportamiento electoral y no suelen prevalecer los mismos en las elecciones legislativas que en las presidenciales

En cada contexto electoral, la competencia por los votos es seguida de la competencia por el sentido de los votos. Los resultados electorales habilitan interpretaciones muy diversas respecto a las razones y motivos de los electores. En el presente artículo me propongo relativizar y cuestionar una de las interpretaciones transitadas: la teoría del “fin de ciclo”.

En el comportamiento electoral interactúan factores de corto plazo (coyunturas, episodios, campañas electorales), con factores de mediano plazo (balance sobre el gobierno en curso, evolución percibida de la economía) y factores de largo plazo (orientaciones ideológicas de los votantes, matrices culturales). En elecciones legislativas estos tres grupos de factores no tienen el mismo peso que en las elecciones presidenciales, donde los elementos de mediano y largo plazo aumentan su injerencia. Esbozo un primer argumento: las recientes elecciones no son un signo claro que nos permita pensar las claves de nuestra Epoca.

Al evocar la idea de época ?marcando su distancia con la noción de coyuntura? apunto a la configuración de un nuevo ecosistema cultural, cristalizado en la sociedad argentina durante la última década y cuya vigencia se verifica por medio de una multiplicidad de factores; abordaremos el tema luego de las reflexiones siguientes.

Para avanzar es preciso introducir, al menos esquemáticamente, la diferencia entre “opinión pública” y “cultura política” . La socióloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann definió a la primera en términos de “piel social” de la sociedad; prologando la metáfora podemos definir a la cultura política como su anatomía ideológica, menos visible y, sobre todo, menos expuesta a la interacción epidérmica con el entorno. Cultura política: el subsuelo de valores y actitudes mayoritario escondido debajo de la ruidosa coyuntura. Paso en limpio una segunda idea: los cambios de ciclo sólo pueden ser posible en la medida en que se produzcan profundos cambios en el terreno de la cultura política, y no a partir de intermitentes ánimos coyunturales. Tomando nuevamente algunas licencias conceptuales, sostengo que las elecciones legislativas suelen resolverse en función de fuerzas de la coyuntura, es decir, vota la “opinión pública” . Las elecciones presidenciales, en cambio, suelen ser resueltas a partir de vectores más profundos, vota la “cultura política” .

Cuando se pusieron de moda, los estudios de “cultura política” concernían al vínculo que existe entre las configuraciones culturales y las instituciones políticas. Sobre el tema sobresalen los aportes de Montesquieu y Tocqueville, quienes reflexionaron agudamente sobre la estrecha relación que existe entre las instituciones políticas y las pautas culturales prevalecientes de una sociedad. Los autores mencionados alertaron acerca de la imposibilidad de edificar un sistema político construido a contramano, o violentando, el tipo de cultura política que presenta esa sociedad. El sinuoso camino a la modernidad de Alemania constituyó un caso emblemático para los estudios de cultura política. Un enigma los ponía en marcha: ¿Por qué la república de Weimar no resistió a los embates de la crisis económica mundial tal como sí lo hicieron democracias de muy diversas arquitecturas? Las conclusiones apuntaron a que más que una falla en la ingeniería constitucional o de un déficit en el desarrollo económico, se trató en esencia del débil arraigo y aceptación popular sobre las reglas de juego de la democracia que existía en aquella Alemania: en las elecciones para el Reichstag del año 1932 los dos partidos que se oponían abiertamente a la democracia parlamentaria obtuvieron el 60% de los votos. Es decir, el crecimiento económico y buenas arquitecturas normativas e institucionales son ingredientes necesarios pero no suficientes en la construcción de una democracia sólida.

Con dos guerras mundiales y la experiencia totalitaria a cuestas, las credenciales democráticas alemanas parecían fácilmente cuestionables. El retrato de la sociedad alemana que ofrecieron Almond & Verba parecía acreditar empíricamente la “acusación” sobre la deficitaria democraticidad de su sociedad. Las investigaciones de Theodor Adorno sobre “la personalidad autoritaria” tampoco mejoraban el “prestigio democrático” de los alemanes. Años después, el investigador Oscar W. Gabriel se propuso examinar la evolución de las tan sospechadas actitudes políticas de los alemanes hacia 1984. El autor demuestra cómo las adhesiones con la democracia se fueron fortaleciendo y enraizando, independizándose de los rendimientos económicos del sistema. En líneas generales, Gabriel comprueba que la cultura política, en contra de lo que se pensaba, puede cambiar, desacreditando los insistentes discursos sobre la irreversible singularidad autoritaria alemana.

La transición democrática en España fue otro proceso muy nutrido de estudios sobre cultura política. Pudo pensarse, por entonces, que la sociedad había sido teñida de valores autoritarios durante su larga y sombría estada en el franquismo. Recordemos, para dimensionar la novedad que suponía la aparición de la democracia, que la primera convocatoria a elecciones tuvo que ser envuelta en una campaña pedagógica sobre cómo ejercer el derecho al sufragio, en virtud de la nula gimnasia electoral de una buena parte de la sociedad española. Nuevamente surgía la pregunta acerca de la armonía o inconsistencia entre sociedad y gobierno: ¿En la puerta de reingreso a la democracia estaba la sociedad española equipada culturalmente para este nuevo tipo de convivencia? En síntesis: en un primer momento los estudios de cultura política estaban orientados a medir la “democraticidad” de las sociedades, partiendo de la tesis según la cual la fortaleza de una democracia descansa sobre el vigor de sus instituciones pero también, y sobre todo, sobre el nivel de adhesión de la ciudadanía a los valores democráticos. En palabras de Tocqueville, la democracia refiere a los “hábitos del corazón”, mucho más vinculantes para la acción política que las normas.

Sobre este punto, las distintas encuestas realizadas desde Ibarómetro y otras consultoras u organismos ilustran señales favorables: por un lado la mayoría de la sociedad descarta regresiones dictatoriales. Asimismo, la amplia mayoría de los argentinos exhibe actitudes políticas plenamente compatibles con el sistema democrático. El caso es que, el “indicador Churchill” , utilizado para medir el apoyo a la democracia, afortunadamente se ha comoditizado en el Cono Sur y por lo tanto permite adjetivar de “democrática” nuestra cultura política, pero no aporta pistas adicionales sobre su contenido y fisonomía. Retomo entonces la tesis que recorre este artículo: así como el menemismo no fue un conjunto de políticas públicas sino una atmósfera simbólica y cultural, el kirchnerismo no es una sucesión de administraciones o una suma de ministerios sino que es un nuevo ecosistema cultural (del cual es causa y consecuencia), una cultura política en que se apoya el ciclo vigente, y que no pareceríaa haber sido cuestionada en las recientes elecciones de medio término.

Los claves que singularizan este nuevo ecosistema cultural son: amplia politización, revitalización simbólica/política de la triada “Estado-publico-política”, nueva mirada sobre los medios y definición “social” de democracia. Hagamos un doble clik sobre algunas de tales características.

1. En torno a la democracia existen intensos debates teóricos y políticos respecto a cuáles son sus rasgos más constitutivos. Los estudios comentados revelan el rasgo dominante de la cultura política argentina: el “igualitarismo”. La matriz cultural de la sociedad argentina ?que metaboliza los aportes del radicalismo, del peronismo, del progresismo, los valores de inspiración judeocristiana, el enorme peso social y simbólico de la clase media, tempranos avances en materia de derechos sociolaborales? resulta una cultura poco tolerante con la desigualdad. Para los argentinos la democracia no es únicamente un conjunto de procedimientos o reglas para elegir representantes; es esencialmente un contrato social cuyo horizonte es la construcción de una sociedad más justa.

2. El vínculo entre la ciudadanía y el sistema político ? cuyo punto de interacción más emblemático es el acto electoral ?está signado en muchísima democracias contemporáneas de otras regiones por la apatía, la desconfianza y el cinismo. En la Argentina, el 77% de los ciudadanos asocia votar, con sentimientos positivos. El dato relativiza los discursos que insisten sobre el supuesto agotamiento del ciudadano, cuyo principal deseo sería dedicar todas sus energías al ámbito privado. Resulta revelador que los ciudadanos argentinos ?a contramano de los crecientes niveles de abstención electoral que registran muchas democracias europeas? voten masivamente y lo hagan animados por la esperanza y la alegría.

3. Con respecto a la mirada sobre los medios, el debate en torno a la ley de servicios de comunicación audiovisual provocó un proceso de aprendizaje ciudadano, un cambio cultural, por el cual la sociedad no percibe más a los medios como “testigos imparciales y aspectos de la realidad” , si no más bien como actores teñidos de intereses y/o ideologías. Es decir, lo que resultaba el punto de partida de cualquier carrera de comunicación social se generalizó al conjunto de la ciudadanía. Tal alteración en la mirada sobre los medios modifica el “contrato de lectura” que los ciudadanos establecen con los medios que consumen, estando ahora mejor provistos de músculos críticos.

El kirchnerismo ha sido al mismo tiempo motor y expresión de un profundo cambio de ciclo, cuyos rasgos esenciales suscitan una mayoritaria adhesión en la sociedad argentina, más allá de cómo los votantes operacionalizan decisiones electorales en determinadas coyunturas sociopolíticas. Un análisis centrado en la cultura política de estos tiempos esboza un escenario político para los próximos años, muy distinto a aquellas proyecciones fundadas en las zigzagueantes coyunturas.

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