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¿Ficción política o política ficción?

05 mayo de 2014

(Columna de opinión de Carlos Fara)

Crece el interés de las audiencias por conocer la trastienda de la política

Desde que el año pasado se emitió la primera temporada de la serie House of Cards se ha desatado un boom de interés y debate por el género de retratar los entresijos del poder en la política contemporánea. El antecedente mayor había sido The West Wing en 1999. Pero como las tecnologías de la comunicación cambiaron a pasos agigantados en los trece años que median entre la primera sesión de ambos ciclos, y los medios exponen cada vez de manera más cruda la cocina de la política, era claro que lo que pudo resultar impactante hace una década y media, ya no lo era tanto. Y como dice Mirtha Legrand, “el público se renueva”.

En estos últimos tres años, además de la mencionada House of Cards, también han aparecido la excelente serie Borgen ?sobre los avatares de una primer ministro danesa? y Veep ?en tono de comedia sobre la vida cotidiana de una vicepresidenta de Estados Unidos?. A partir de este fenómeno se vienen varias más, como Political Animals o 1600 Penn. Luego también hay algunas colaterales como Newsroom y Homeland. Y entre The West Wing y la popular serie de Netflix estuvieron Señora Presidenta, Boss, Spin City y The Thick of It. Vale incluir al género histórico expresado en obras como Los Borgia o Los Tudor. Si bien la moda se profundizó en Estados Unidos, lo cierto es que los británicos ya habían tomado la delantera con Sí, Ministro (1980) y la versión original corta de House of Cards (1990).

Ante semejante involucramiento televisivo, cabe preguntarse un par de cuestiones. ¿Cuáles son las causas de este fenómeno, y cuánto reflejan la realidad?

LAS CAUSAS

En los últimos veinte años se ha ido profundizando a nivel mundial la tendencia cultural del backstage. El detrás de la escena interesa más que el hecho mismo. Varias investigaciones dan cuenta de que la cobertura periodística de qué sucede dentro de una campaña tiene mucho mayor espacio que las propuestas de los candidatos o las diferencias ideológicas. Se tiene más en cuenta qué hicieron los postulantes, qué estrategia llevan, qué quisieron lograr con un spot, a qué segmento apuntan, etcétera. Por eso se filtran cada vez más a la prensa los briefs estratégicos.

Esta tendencia no sólo involucra a la política, sino que atañe a todos los rubros. Lo mismo sucede con el mundo del espectáculo, los deportes y la misma televisión. Existe por parte de las audiencias una insaciable necesidad de conocer la trastienda, “la realidad”, no la apariencia que “nos quieren hacer creer” (entrecomillado deliberado para destacar comentarios que surgen espontáneamente en los grupos focales de cualquier lugar de América Latina).

Cualquier seminario sobre comunicación política de la región no sólo se llena de asistentes ?como la V Cumbre Mundial de Comunicación Política que se hizo en Cartagena de Indias a fines de marzo pasado? sino que además existe una fuerte ansiedad por conocer “las recetas secretas”, el “cómo se hace”, la cocina de una campaña.

El electorado está cada vez más advertido/ entrenado en el marketing político. Por eso, mira menos las cosas que los políticos dicen y más lo que los medios y los especialistas le “chusmean” sobre la política.

¿REFLEJO DE LA REALIDAD?

Es necesario recordar que el arte necesita dramatizar lo suficiente una situación, una historia, para convocar e interpelar emotivamente al receptor. No es un documental, más allá de que los géneros se estén fusionando cada vez más y la gente vaya prefiriendo al “full ficcionado” y deseche a la reconstrucción de los realitys. Desde ese punto de vista, estas series nunca serán “la realidad tal cual”, sino una representación dramatizada desde ya.

Lo otro que vale advertir es que el género, sumado a la limitación de cincuenta minutos del formato televisivo, es un recorte de la alta complejidad de situaciones que son mayormente opacas y no lineales. De ninguna manera se las puede acusar de simplificación, porque no son una tesis doctoral.

Sin embargo, algunas de las series norteamericanas caen frecuentemente en el clásico gag al que es tan afecta la maquinaria de producción de aquel país, lo que le quita verosimilitud a la ficción, ridiculiza un poco las situaciones con un tono edulcorado para una fácil digestión, e induce a error a los espectadores.

No todo lo que ocurre en estas series es totalmente cierto, aunque uno como consultor se encuentra con ese tipo de situaciones todo el tiempo, sólo que no acaparadas por una misma persona o grupo político de manera integral: ni el maquiavélico Frank Underwood, ni la a veces cándida Birgitte Nyborg son seres 100% reales.

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