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Elecciones con resultado incierto

09 octubre de 2014

(Columna del politólogo Daniel Chasquetti)

Una parte de la sociedad uruguaya ha mudado su estado de ánimo y

exige nuevos rumbos. El reclamo no está centrado en los contenidos de las políticas sino en la forma en cómo la política se elabora, se comunica y se vuelve realidad.

Desde la crisis de 2002, el electorado uruguayo quedó dividido en dos grandes bloques de similar tamaño. Uno de centroizquierda, liderado por el Frente Amplio, y otro de centroderecha, integrado por los partidos tradicionales. En las elecciones de octubre de 2004 y en la primera vuelta de 2009, el bloque de izquierda fue mayor que el de derecha por tan solo seis puntos porcentuales del electorado.

Si consideramos la competencia electoral como un juego de suma cero, en el que los votos que gana un bloque los pierde automáticamente el otro, podríamos deducir que la diferencia real no ha sido superior al 3% del electorado nacional, esto es, unos 70 mil votos. En otras palabas, los bloques son casi de similar tamaño y las buenas gestiones del Frente Amplio en el Gobierno parecen no haber alterado esta situación. Por esa razón, pequeños movimientos del electorado podrían generar consecuencias inesperadas sobre el resultado de la elección.

Algunas encuestas muestran que una parte de la sociedad uruguaya ha mudado su estado de ánimo y parece exigir nuevos rumbos a la dirigencia política. El reclamo no está centrado en los contenidos de las políticas sino más bien en la forma en cómo la política se elabora, se comunica y se vuelve realidad. El reclamo parece razonable pues la década de gobierno progresista cambió al país (crecimiento económico, abatimiento de la pobreza, nuevos derechos, etcétera) y, por ende, modificó las expectativas de amplios sectores de la población.

Esta lectura parece haberla hecho correctamente Luis Lacalle Pou durante el primer semestre de 2014. El slogan “Por la positiva” sintonizaba mejor con el estado anímico de los sectores medios que el lema “Vamos bien” acuñado por la izquierda. Su estrategia de baja polarización programática ha sido eficiente en un contexto marcado por el consenso. Además de mantener las políticas populares del gobierno, Lacalle Pou propone abordar decididamente los dos principales problemas señalados por la ciudadanía: seguridad pública y educación. Por esos motivos, sus discursos hablan mucho de futuro y poco del pasado. La toma de distancia con las reformas liberales impulsadas por su padre en los '90 podría transformarse en uno de los actos parricidas más llamativos de la historia.

No obstante, en Uruguay la carrera presidencial no suele ser un camino de rosas. Hasta mediados de agosto, Lacalle Pou crecía en las encuestas, el Frente Amplio caía y el Partido Colorado permanecía estacionado. Esos datos motivaron un giro en las estrategias de campaña. Mientras los liderados por Vázquez reorientaron su discurso hacia las clase media (promesas de alivianar impuestos, invertir en educación e infraestructura), la central de trabajadores (PITCNT) comenzó a fustigar duramente a Lacalle Pou por ciertas declaraciones que revelaban su “verdadero” pensamiento de derecha (discrepancias con las leyes de responsabilidad empresarial ante accidentes laborales y la que establece la jornada de ocho horas para el trabajador rural). La vieja táctica del policía bueno y el policía malo comenzaba a dar sus frutos.

Los colorados, por su parte, también contribuyeron con el apaleamiento colectivo. Durante varios días, Pedro Bordaberry acusó al candidato nacionalista de carecer de experiencia e ideas para afrontar seriamente los retos de un gobierno posfrentista. Lacalle Pou debía pagar el precio de haberse movido al centro del espectro ideológico y eso debían notarlo los votantes de derecha. De este modo, en apenas dos semanas, la campaña electoral cambió radicalmente.

El resultado final se volvió más imprevisible que nunca y ello pudo comprobarse en las encuestas de setiembre, en la cual Tabaré Vázquez comenzaba a recuperarse y Lacalle Pou, a estacionarse. Algunos analistas sostienen que si el Frente Amplio alcanza el 45% en la primera vuelta, la victoria en noviembre estaría asegurada. Las encuestas lo ubican en el entorno del 42% y ese es el principal indicador que deberíamos considerar en las próximas semanas.

Pese a la incertidumbre, hay dos cosas que parecen estar claras. Primero, el próximo gobierno no desandará el camino recorrido por el país en la pasada década. Los programas partidarios de gobierno están muy próximos pese a que una lectura cuidadosa devela claramente sus contenidos ideológicos. Segundo, el próximo gobierno no tendrá mayorías parlamentarias. Parece improbable que el Frente Amplio consiga por tercera vez consecutiva una mayoría legislativa, pese a que el resultado final lo dejará cerca.

Del otro lado las alternativas conducen inevitablemente al gobierno de coalición entre los partidos tradicionales. Al respecto, Uruguay cuenta con notables antecedentes en la materia ya que durante varios tramos de su historia el gobierno fue compartido por colorados y blancos. Pese a ello, los cruces entre los candidatos abren interrogantes respecto a cuán sencillo será alcanzar un acuerdo si logran desplazar al Frente Amplio del gobierno

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