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Partidos y populismo

18 diciembre de 2014

(Columna de María Esperanza Casullo)

La estrategia populista es una posibilidad siempre presente en cualquier democracia. El caso del Podemos español, y otros, así lo demuestran.

El populismo, tantas veces dado por muerto, renace como el Ave Fénix una vez más. No sólo está todavía vivo y coleando en Sudamérica, sino que la “amenaza populista” parece estar penetrando Europa. Europa Occidental, supuestamente la región con las democracias más maduras, institucionalizadas y estables del mundo, se ha visto sorprendida en los últimos tiempos por el ascenso de fuerzas antisistema, tanto por derecha, como UKIP en Gran Bretaña o el FLN de Marianne Le Pen en Francia o por izquierda, como Syriza en Grecia y Podemos en España. El caso de España es sumamente interesante porque se lo considera como un ejemplo de transición democrática ya que el paso del gobierno autoritario de Franco a la democracia de partidos se encarnó en una serie de compromisos y pactos con alto consenso. El sistema de partidos resultante se estructuró en un partido de centroizquierda (el PSOE) y uno de centroderecha (el PP); dentro de este sistema la discusión política giraba alrededor de claras diferencias ideológicas centradas en la extensión deseada del Estado de Bienestar y en temas sociales y culturales tales como el divorcio y el aborto. Sin embargo, los dos partidos compartían un núcleo común de compromisos y consensos sobre tres cosas fundamentales: la mantención del régimen democrático, la defensa de la unidad española y la aceptación plena de las condiciones de ingreso y permanencia en la Unión Europea.

Este esquema aseguró casi cuatro décadas de estabilidad política en España. Es esta misma estabilidad la que hoy aparece sacudida por el ascenso de Podemos. Frente a un buen resultado electoral en las últimas elecciones parlamentarias de la UE, en donde Podemos casi de la nada obtuvo cinco eurodiputados y a algunas encuestas que lo dan como posible ganador en una futura elección nacional, se multiplicaron las voces que critican al nuevo partido por populista e inescrupuloso. El secretario general del PSOE los acusó de “querer llevar a España a ser Venezuela”; se los acusa de estar financiados por Venezuela y se sostiene que “Le Pen e Iglesias son lo mismo”. Todo esto, agregamos, sin que exista consenso acerca de qué es específicamente el populismo: a grandes rasgos, podemos afirmar que las críticas no académicas al populismo en España hoy enfatizan dos cosas: los liderazgos personalistas a expensas de los partidos y las promesas económicas supuestamente “imposibles”, “demagógicas”, “ingenuas” o “irrealistas”.

No es el objetivo de este análisis aseverar si Podemos es o no populista (en todo caso, Podemos es hoy una fuerza política incipiente que puede ser todo o nada según las circunstancias de su ascenso al poder, si tal cosa sucede). Me interesa más iluminar lo que resulta ser un punto ciego ?tanto en España como en América Latina? de la mayoría de las críticas políticas (no académicas) al populismo. Vale decir, el hecho de que apenas surge un partido que esboza características más antisistema un montón de figuras políticas corren a alertar acerca de su carácter amenazante y ajeno como si eso fuera una estrategia válida para disminuir su impacto.

Sintéticamente, no lo es. Lo que es más: el estado de denuncia general frente al ascenso de Podemos puede, paradójicamente, aumentar su atractivo.

Primero, es necesario señalar una vez más que la estrategia populista (o sea, el surgimiento de liderazgos centrados en figuras carismáticas que se dirigen directamente al “pueblo” con un mito que narra en el daño y la reparación) no es un curso de acción maléfico de mentes perversas sino una posibilidad siempre presente en democracia. Ni la estabilidad democrática ni el bipartidismo fuerte ofrecen antídotos perpetuos contra la irrupción populista. La democracia moderna se basa en la promesa de soberanía popular sobre los asuntos públicos. Sin embargo, la misma democracia moderna representativa y sus instituciones restringen o distancian la soberanía popular de esos mismos asuntos. Esta tensión entre promesa de control y restricción del control es inherente a toda política representativa y una fuente de enorme vitalidad y resiliencia democrática. Al mismo tiempo, esta tensión asegura que el populismo sigue siempre latente.

El segundo punto es que el bipartidismo consensual, entonces, resulta al mismo tiempo un factor que vaya contra de la aparición de liderazgos populistas y un factor que, en tiempos de crisis y aparición de nuevas demandas, lo favorezca. Ya hemos visto en la Venezuela de los '80 y '90 como un proceso por el cual el absoluto compromiso bipartidista con una agenda de dolorosas reformas en contexto de una crisis económica prolongada generó un contexto adecuado para el surgimiento de un gobierno populista. Lo mismo (con matices) en Bolivia y Ecuador.

El ascenso de Podemos puede entenderse según dos claves. En una, es una fuerza inescrupulosa (o profundamente ingenua, según el analista) que engaña a una población irracional. En la otra, Podemos crece porque responde a una demanda extendida de la población. Agregamos: en tanto esa demanda exista y España siga siendo una democracia, esa demanda encontrará quien la represente. Es tan simple como eso. El contexto del ascenso de Podemos es el hartazgo de gran parte de la población con los costos sociales impuestos por las políticas de austeridad. Estas políticas han sido y continúan siendo implementadas con el compromiso bipartidista del PSOE y del PP. Los escándalos de corrupción de dirigentes políticos y la realeza no ayudan. Podemos asciende en las encuestas con dos promesas que son las promesas populistas por excelencia: una promesa de reparación (o sea, distribución económica) y una promesa de redención (reparación de un daño contra las mayorías populares por parte de una élite). Estas promesas no son ilegítimas en un contexto democrático y, lo más importante, no son hoy asumidas por ningún otro partido político. Lo que es más, mientras más los demás partidos denuncien el carácter antisistema de Podemos, más atractivo se tornará éste en un contexto de desencanto con los partidos establecidos.

En síntesis: si las demás fuerzas políticas desean impedir el crecimiento de movimientos como Podemos deberán, más que desgañitarse denunciando la amenaza representada por el nuevo partido, preguntarse de qué manera pueden ellos mismos ofrecer una plataforma que interprete y responsa a las demandas. Tal vez esto implique romper esos consensos tan preciados y aventurarse en otras direcciones. Infinitas variables de “lo que hacemos nosotros es lo único que puede hacerse y todo lo demás es irresponsable” sin duda no convencerán por sí solas a la ciudadanía.

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