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Reino Unido: la mayoría menos esperada

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18 mayo de 2015

(Columna de Gabriel Puricelli, vicepresidente del Laboratorio de Políticas Públicas)

Como consecuencia de un sistema electoral inadecuado, Cameron gobernará con mayoría propia pero tiene varios desafíos por delante.

La elección del 7 de mayo en el Reino Unido no vino ni de los más dulces sueños de David Cameron, ni de las peores pesadillas de Ed Miliband. Podría decirse que una gota de agua bastó para endulzar el mar para el conservador y para provocar la tormenta perfecta para el laborista. El sistema de asignación de bancas en el Parlamento mostró su completa inadecuación, al premiar con la mayoría absoluta a un oficialismo que incrementó en menos de un punto porcentual su votación respecto de la elección de 2010 y castigar a la oposición con una dura pérdida de bancas, a pesar de mejorar levemente su desempeño de entonces. Las sorpresas estuvieron a la orden del día también para los encuestadores. Sin recuperarse aún de las fallidas predicciones sobre el referéndum escocés de hace ocho meses (para el que anticipaban un final cabeza a cabeza que terminó siendo una derrota del independentismo por más de diez puntos), ninguno de los gurúes de la demoscopía consideró que una mayoría parlamentaria estuviera al alcance de ninguno de los dos principales partidos. Siquiera las encuestas de boca de urna (que igualmente dejaron a todo el mundo boquiabierto) anunciaron el premio que terminaron por llevarse los tories. Curiosamente, esta vez los sondeos sí acertaron en prever los resultados del reparto de las bancas correspondientes a Escocia en la Cámara de los Comunes. Los súbditos de Isabel II en ambas islas británicas confirmaron que no sólo el bipartidismo es cosa del pasado, sino que ya no serán sólo los liberal-demócratas quienes importunen como terceros en discordia, sino que hay una competencia feroz por ocupar ese lugar y aguarle la fiesta a los dos únicos partidos que han logrado encumbrar primeros ministros en los últimos cien años. Sin embargo, en lugar de seguir adelante con la era de coaliciones que se creyó inaugurada en 2010, cuando por primera vez en setenta años debió conformarse un gabinete bicolor para poder reunir una mayoría en el Parlamento, el sistema electoral volvió a parir un gobierno monocolor en medio del espectro multicolor del voto popular. En efecto, el escrutinio uninominal mayoritario que se aplica en las 650 circunscripciones de Gran Bretaña e Irlanda del Norte permitió al Partido Conservador maximizar el provecho que le podía sacar a su disminuida base electoral del 37%. Para elegir un diputado no hace falta la mayoría en cada distrito, sino simplemente sacar un voto más que el segundo y los conservadores tuvieron la distribución de votos soñada para llegar primeros en 331 circunscripciones: poquísimos votos en aquellos lugares donde era imposible ganar (Escocia y los cordones industriales de las grandes ciudades) y los justos y necesarios para embolsar un diputado en todos los que se presentaban competitivos. El laborismo no sólo obtuvo dos millones menos de votos que el Partido Conservador, sino que los tuvo distribuidos de un modo que le impidió traducirlos en bancas. A primera vista, se podría decir que el verdugo del partido de Miliband fue el Partido Nacionalista Escocés (SNP). La maldición que el ex primer ministro Gordon Brown había anunciado que caería sobre el Reino Unido si Escocia decidía independizarse (sin las bancas que desde hace 30 años el laborismo tenía casi automáticamente aseguradas al norte de la frontera anglo-escocesa sería imposible tener un gobierno progresista en Londres) cayó de todos modos. Luego de la batalla que Brown y los suyos ganaron en septiembre pasado, Miliband ya había retrasado sus líneas y esperaba gobernar en minoría con el apoyo del SNP para ser investido jefe de gobierno. Sin embargo, ese sueño se hizo trizas no porque el SNP se haya quedado con 56 de las 59 bancas escocesas, sino porque el laborismo no logró mantener el control de suficientes distritos electorales en Inglaterra, algo que ni Miliband (que hizo aumentar los votos para su partido respecto de la elección en que naufragó el gobierno de Brown), ni su predecesor al frente del partido habían imaginado. En definitiva, no puede decirse siquiera que el SNP le haya prestado al laborismo la soga para ahorcarse. Hubo otros dos grandes perdedores, además de los laboristas. Los liberaldemócratas quedaron reducidos a ocho bancas, sólo dos más que las que tenían los liberales en 1970, antes de fusionarse con los ex-laboristas del Partido Social Demócrata. 28 de las bancas de los LibDemsfueron a parar a manos de los mismos conservadores con los que compartieron gobierno durante el pasado lustro, pagando ellos solos la factura que muchos electores tenían para Cameron. En efecto, la coalición gobernó gracias al apoyo de más del 50% de los electores, que se tradujo en mayoría parlamentaria, pero la suma de Tories y LibDems el 7 de mayo registró una caída del 15% en el apoyo popular, equivalente a la caída estrepitosa de estos últimos. El otro perdedor fue el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) que cuadruplicó sus votos hasta alcanzar poco menos del 13%, pero que sólo logró salir primero en un distrito y se quedó, por lo tanto, con una sola banca. Premiado por los electores, el UKIP aspiró votos conservadores (los más) y laboristas (los menos) que ambos partidos compensaron repartiéndose los despojos liberaldemócratas. El UKIP no sólo fue derrotado por el sistema electoral (de haber representación proporcional le hubieran correspondido 80 bancas), sino que falló en su objetivo de empujar a la oposición a los conservadores para barajar y dar de nuevo en la derecha, volcándola hacia la ruptura con la Unión Europea, objetivo innegociable del UKIP. A pesar de la promesa de estabilidad que le da a David Cameron seguir en 10 Downing Street con mayoría propia, su nuevo gobierno arranca atenazado entre el vigoroso nacionalismo escocés, progresista y europeísta, que espera una devolución de poderes radical y la pulsión chauvinista de los euroescépticos dentro de su partido que miran hacia el electorado que migró al UKIP como la llave para abrir la puerta a una mayoría permanente en un pa- ís divorciado de Bruselas

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