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La radicalización del decisionismo

05 junio de 2011

(Artículo publicado en la edición nº32)

La Presidenta lo está diciendo claramente: su mayor fortaleza es, a la vez, su mayor debilidad.

Es una extraña campaña la que se está desarrollando camino a estas elecciones presidenciales; sin debates ni promesas, y en la que cada uno parece estar interpretando el libreto del otro. Las fuerzas que dicen representar el cambio actúan el papel de garantes de un cierto statu quo y de guardia pretoriana del poder establecido (“Cuidar el modelo”, “Defender el proyecto”, “Acompañar a la Presidenta”). Las fuerzas que supuestamente representan al hemisferio conservador se esfuerzan por exponer la necesidad de un cambio radical y la restauración de un difuso orden (“volver a la República”) perdido en algún lugar de la memoria. Ni unos ni otros creen demasiado en ese mensaje. Quienes quieren quedarse amenazan con irse (“No muero por volver a ser presidenta”, “Los que tienen el poder para desprestigiar a este modelo conmigo no van a contar”). Quienes quieren llegar, muestran sus dificultades para poner el tren en movimiento (“Antes de repetir el fracaso de la Alianza, es preferible que no lleguemos al gobierno”).

En su comentado discurso de José C. Paz, el pasado 12 de mayo, la Presidenta terminó de delinear una estrategia y una táctica: no se trata sólo de una campaña electoral y de su candidatura a la reelección, sino del modo en que se gobernará la Argentina en los próximos cuatro años; dado que parece depender de ella, y sólo de ella, la decisión de asumir esa responsabilidad que será luego refrendada por el mandato del pueblo en las urnas. Cristina Kirchner lleva una línea discursiva que le vuelve a quitar los argumentos a la oposición, exponiendo sus propias debilidades y advirtiendo sobre las cosas que deberían cambiar. No más presiones sindicales abusivas, ni condicionamientos de los poderes fácticos a las instituciones democráticas: “Queremos vivir en una sociedad más racional”, dicen la Presidenta y el PJ.

Evidentemente, por lo que se está afirmando, parece que ocho años de gobierno no han sido suficientes para lograrlo. Ella es la que debe mostrar que tiene las cosas bajo control, pero introduce el factor incertidumbre hablando de la precariedad de todo el armado kirchnerista y de su propio cansancio físico.

Mientras tanto, desarrolla su línea argumental en defensa del liderazgo presidencial frente a las presiones de los intereses creados y la miopía inmediatista. Y a cada exégeta cristinista le acompaña un hermeneuta cristinólogo: es tan importante acompañarla como interpretarla, explica qué quiso decir cuando dijo lo que dijo. Luego siguen, en el campo del oficialismo, las sinceridades que rayan con el sincericidio.

Es el caso de los comentarios del viceministro de Economía, Roberto Feletti, sobre el populismo, que obligaron a inmediatas aclaraciones de los ministros Boudou y Randazzo. Feletti explicó lo que entiende por “profundizar el modelo”: ahora que, por primera vez, según dijo, era posible apropiarse de los principales factores de la renta, “el populismo debería radicalizarse” para “regular la renta exportadora”. Para rematar, advirtió el camino a seguir con una frase que habrá que recordar dentro de unos meses: “Ganada la batalla cultural contra los medios, y con un posible triunfo electoral en ciernes, no tenés límites”.

Pero como la Presidenta está convencida de que con los votos peronistas no le alcanza para ganar en primera vuelta, según reconocen analistas del oficialismo, y ante el escozor de los empresarios, había que salir al cruce de este pronunciamiento. El ministro de Economía, explicaron los voceros, salió elegantemente al paso con una respuesta para agradar a los empresarios mientras el del Interior hacía lo propio con una aclaración que tampoco tranquilizó demasiado: “Es una apreciación ?explicó Randazzo?, tiene toda la libertad de hacerla. Nosotros no pensamos eso. Es una opinión personal de Feletti, no es la opinión del Gobierno en materia económica. Quien decide el rumbo en ese aspecto es la Presidenta de la Nación. No hay que asustarse. Algunos sectores se asustan de nada”.

La Presidenta está brindando un testimonio cabal del drama del hiperpresidencialismo. Su mayor fortaleza ?el liderazgo indiscutido pero siempre precario de la conducción personalista? es al mismo tiempo su mayor debilidad: son demasiadas las cosas que dependen de “lo que ella decida”. Mientras tanto, sus fieles escuderos y fervorosos predicadores exaltan esa modelo de gestión y proponen “profundizarlo”, con lo que ingresaremos de aquí a poco en un retorno del “verticalismo”.

Damos aquí la palabra a Sergio Fabbrini (“El ascenso del Príncipe democrático”, Fondo de Cultura Económica, 2009) cuando advierte, contra lo postulado por Ernesto Laclau, sobre los riesgos de radicalizar el decisionismo tomando al líder del Ejecutivo como el único actor capaz de hacer avanzar a la democracia. Una democracia es sólida cuando logra garantizar, al mismo tiempo, dos cosas: un liderazgo eficaz, pero también instituciones eficaces para controlarlo.

Está claro que ni los séquitos de aduladores obsecuentes ni los fervorosos apóstoles de ocasión ni los representantes de los intereses sectoriales organizados alcanzan para ocupar ese lugar de gestión y control. La consigna “Siempre más, nunca menos”, en este contexto suena a quemar las naves y agotar los recursos y energías, agudizar las contradicciones, etcétera; algo más que problemático para un país que necesita consolidar, sí, políticas integradas y estrategias inclusivas, mucho más que profundizar las líneas de quiebre y las concentraciones de poder por las que se perdieron tanto sueños y batallas.

Y si no, escúchenlo a Feletti: en estas condiciones, con el terreno allanado para un triunfo electoral contundente, “no tenés límites”.

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