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Votando con el enemigo

Santa-Fe1
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24 junio de 2015

(Columna escrita junto a Ernesto Calvo)

¿Sirven las PASO para forjar alianzas electorales? La respuesta corta es no. Los detalles, a continuación.

-Vos sos la vieja política.

?¡Y vos sos kirchnerista!

El cruce podría haberse desarrollado entre los autores de esta columna, pero se dio en el debate televisivo entre Sergio Massa y José Manuel de la Sota. Los precandidatos se dijeron de todo menos macrista. El objetivo era entretener antes que convencer. Pero la mala onda se filtró en el espectáculo, sensibilizados los contendientes por sus números en las encuestas. Cabizbajos frente a la opinión pública, los candidatos ofrecieron sangre a una audiencia en fuga.

El problema es que, después de las PASO, el perdedor deberá apoyar al vencedor en las elecciones en serio. Esa es la función de las primarias: definir los candidatos de una colectividad política. ¿Pero qué sucede si la colectividad es artificial, un rejunte de ocasión? Este fantasma recorre las PASO desde 2011. Los perdedores actúan como si pudieran transferir sus votos al ganador y los ganadores actúan como si eso fuera cierto. Ambos se equivocan: en las elecciones transcurridas hasta ahora observamos que la suma de votos en las primarias suele superar lo que las fuerzas aliadas sacan en la general.

Decidimos investigar cómo afectan las PASO al principio más valorado de la política nacional: la traición. Estudiamos a los perdedores de una primaria que deciden abandonar a sus aliados, borrando con los pies el pacto escrito con la mano. Sergio Massa conoce bien estos juegos electorales. La ruptura con el kirchnerismo se inició en las testimoniales de 2009, a partir de la diferencia de 14 puntos entre la lista de Tigre encabezada por Malena Galmarini y la lista nacional del FpV. Esa jugada le costó el mote de “traidor” y un boleto de ida en la línea 60: de la jefatura de Gobierno a su casa.

El caso de Massa, que cuatro meses después de su alejamiento tildaba a Néstor de “psicópata y cobarde” y a Cristina de “sumisa y distante”, pudo parecer un accidente. Pero desde que fueron instituidas las PASO, la defección de votantes de listas perdedoras se transformó en norma. Lilita Carrió lo vivió de cerca cuando un tercio de los electores de Ricardo Gil Lavedra y de Martín Lousteau se esfumaran entre las PASO y las elecciones generales porteñas de 2013. También lo sufrió en carne propia hace unos días el massista “Cachi” Martínez en Santa Fe: como mostramos a continuación, perdió más de la mitad de sus votos entre las PASO y la elección a gobernador.

Por supuesto, las élites acuerdan pero los votantes deciden. Es prerrogativa del elector elegir a quien votará en la general más allá de las negociaciones de los dirigentes. Pero la facilidad de la deserción pone en duda el valor del compromiso. Unas semanas atrás, la tripartición de Buenos Aires amenazaba con instalarse en el debate político. De repente, sin embargo, la que se partió en tres fue Santa Fe. Después de un largo y mañoso escrutinio, como es tradición desde 1983, Lifschitz, Del Sel y Perotti acabaron en un virtual empate y con votos por contar. El resultado fue inesperado: satisfactorio para el peronismo pero insuficiente para el PRO y el PS.

El contraste con Río Negro, que votó el mismo día, no podía ser mayor, ni en votos ni en dignidad. Cuando esto se publique el recuento final ya será conocido, pero vale la pena desmenuzar el proceso. En las PASO, peronistas y macristas concurrieron con candidatos únicos mientras que progresistas y massistas presentaron dos cada uno. En el Frente Progresista, el socialista Lifschitz derrotó al radical Mario Barletta y en el Frente Renovador, "Cachi" Martínez derrotó a Eduardo Buzzi. Dado el final cabeza a cabeza, el resultado en la general dependería de retener a los derrotados propios y atraer a los ajenos.

Nos urgía saber si los votos de Barletta y Buzzi se quedaron en sus alianzas o garrochearon. También, claro, a quiénes alimentaron las listas eliminadas por no llegar al piso. Como no había tiempo para encuestas se lo preguntamos a las mesas de votación.

SANTA FE ES UNA TIMBA...

La mejor forma de saber a quién apoyaron los votantes hubiera sido interrogarlos directamente. Pero a falta de encuestas, inferencias. Echamos mano a la muy estudiada e igualmente criticada inferencia ecológica para estimar el destino de los votos de las PASO en la elección general. La inferencia ecológica estima transferencias de votos individuales a partir de datos agregados. Para analizar los resultados de Santa Fe, consideramos 6.500 mesas de votación sobre un total de 7.600 y corrimos el modelo de Inferencia Ecológica de King, Rosen y Taner (el libro se puede bajar en: http://gking.harvard.edu/category/researchinterests/methods/ecological-inference).

El modelo considera como punto de partida (alias “variables independientes” en academiqués) a los votos obtenidos por las listas en las PASO, y como punto de llegada (“variables dependientes”, nerds) a los votos obtenidos por los candidatos en las elecciones generales. La variación en cada mesa nos permite medir el origen y destino de los votos entre elecciones.

Presentamos los resultados en la tabla adjunta (los datos y el código para estimar el modelo pueden ser solicitados a los autores). Las listas de origen están representadas en el eje horizontal, mientras las columnas muestran el destino de los votos. Por ejemplo, el 95% de los votantes de la sublista Primero Santa Fe del Frente Justicialista para la Victoria (FJpV) votó por Perotti en la elección general, mientras que sólo 3% se fue con Lifschitz. Como era de esperar, las defecciones de las sublistas perdedoras son mucho mayores que las de las ganadoras. Para empezar, 26% de los votantes de Barletta, derrotado en la interna del FPCyS, optaron por el candidato del PRO en la elección general. No es tan grave. Más sorprendente es que 90% de los votantes de Buzzi se fue del FR, la mitad de los cuales hacia al PRO. El desangramiento del FR, sin embargo, no afectó sólo a los derrotados. De los votantes que apoyaron al ganador de la interna ("Cachi" Martínez), el 60% también se fue? ¡y la mitad de ellos al FJpV!

Así que Perotti sumó cuatro puntos en la general que vinieron de los ganadores de la primaria renovadora, y no de los perdedores. En el massismo, ni la victoria parece más atractiva que la deserción. Más allá de las peculiaridades del Frente Renovador, que en Santa Fe dio muestras de descomposición, los resultados sugieren que las primarias competitivas no producen candidaturas sólidas porque muchos votos de los perdedores abandonan al ganador. La gran mayoría de los derrotados en el FR optó por abandonar la coalición, al igual que un tercio de la sublista perdedora del Frente Progresista Cívico y Social. Las tasas de retención del FJpV y del PRO, que tuvieron candidaturas unificadas, fueron considerablemente más altas. El Frente Progresista logró la victoria gracias a los votos provenientes de las listas eliminadas.

...Y LAS DEMAS PROVINCIAS TAMBIEN

La dinámica centrífuga, que ya habíamos detectado en la ciudad de Buenos Aires en 2013, la volvemos a encontrar en las PASO de las distintas provincias. Si estamos en lo cierto, la candidatura única de Scioli fue una jugada maestra. Al competir con Randazzo en las PASO, Scioli se exponía a perder votos del núcleo duro del kirchnerismo en la elección general ?además de salir segundo como candidato más votado, aunque el FpV terminara primero como agrupación-.

Por el mismo motivo, las primarias UCR-PRO-CC traen pobre augurio para el vencedor ?lo que no necesariamente será un alivio para los derrotados-. En todos los casos que hemos analizado, las defecciones de quienes pierden en las primarias son mayores a las que observamos en países con sistemas de primarias institucionalizadas (como en Estados Unidos) o con lemas (como en Uruguay).

Las PASO son pasajeras. Mezclan partidos con frentes y con dirigentes. No generan lealtad. En el fondo no son elecciones internas sino la primera vuelta de un sistema de tres elecciones generales. O peor, porque la seguidilla de elecciones provinciales constituye una primera vuelta nacional que genera dinámicas de eliminación temprana de candidatos. Así, las PASO nacionales serían una segunda vuelta, a la cual la Constitución agrega dos más. Sólo si el balotaje se tornase innecesario los electores ?y jaurías de politólogos sobreexcitados ?se evitarían una sobredosis electoral.

El Frente Renovador es la víctima más explícita de la naturaleza de las PASO. Al constituir una expresión de disidencia peronista antes que un espacio opositor, la mayoría de sus votantes vuelve al redil ante el menor percance. Aunque con el 3% de Santa Fe el FR triplicó sus resultados porteños, el diagnóstico augura corta sobrevida. Cuando el tigre abrió la boca (de urna), su rugido fue un maullido.

La alianza del radicalismo con sectores no peronistas aparece menos artificial, aunque impone costos que puristas partidarios estarán felices de facturar. Pero incluso dentro del peronismo observamos que los votos de la PASO no se suman automáticamente en la general, como acaba de comprobar el justicialismo mendocino.

La indocilidad de los electores ante los acuerdos de cúpula marca una línea: la que separa al círculo rojo del buen análisis político. Aglutinar a la dirigencia opositora para firmar una declaración aburrida es fácil; disciplinar al electorado para que vote una propuesta unificada no tiene precio. Y, por lo tanto, no se puede comprar. La creación de alternativas políticas sigue dependiendo de lazos de identificación colectiva y no de alquimias desesperada.

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