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La economía no será lo que era

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21 agosto de 2015

(Columna de Alejandro Radonjic)

El próximo Presidente deberá buscar un nuevo relato para contextualizar la nueva normalidad.

La economía (el eje estructurador de la dinámica política vernácula) que recibirá el próximo Presidente será muy compleja y la herencia será muy difícil de manejar. Veamos. Déficit fiscal elevado (y creciente), nivel de actividad estancado desde hace cinco años, alta inflación, exportaciones en caída, empleo privado registrado también estancado (o en leve baja), escasas reservas en el BCRA, brecha cambiaria, salarios reales empardados con la inflación, una restricción externa operativa, mercados voluntarios de deuda casi cerrados y un mundo más hostil para los intereses nacionales. La lista puede seguir. Se trata de una economía disfuncional para los intereses políticos de cualquier oficialismo porque no permite acumular poder en base al canal tradicional mediante el cual se hace en todo el mundo: la performance económica. La coyuntura obligará al sucesor de CFK, antes que pensar en el crecimiento (o, aun menos, en el tan citado desarrollo), a detener el deterioro de “la macro”. Pero en ningún caso lo logrará de la noche a la mañana y la cosa podría empeorar antes que mejorar.

Sin embargo, no se debe soslayar otro dato: pese a su evidente disfuncionalidad (y a sus patentes rendimientos marginales decrecientes), esta economía(o, en rigor, algunas cosas de ella) apetece a porciones no menores de la población. No casualmente el FpV obtuvo más de 8,4 millones de votos el 9-A.

Esto explica porqué, hoy, todos buscan el centro del espectro político y ninguno ofrece un discurso muy rupturista con el orden económico imperante. No quieren presentarse, sobre todos los más alejados del kirchnerismo, como un viraje demasiado brusco (cfr. el cambio discursivo de Mauricio Macri). La percepción de que la virazón en la política económica no debe ser tan brusca y que hay ciertas políticas sobre las cuales hay consenso amplio, operarán como un ancla para las nuevas autoridades. El campo de batalla será un desfiladero estrecho y no un cheque en blanco.

Por supuesto, el nuevo Presidente puede mantener aquellas políticas valoradas por la población y cambiar las criticadas para acumular poder. Nadie (o pocos) se oponen a recomponer la coherencia macroeconómica y recrear las bases del crecimiento pero, al mismo tiempo, nadie quiere perder nada real ni simbólico.He allí un nudo gordiano: la economía reclama cambios, pero tantos no se pueden hacer. No es viable políticamente ensayar un viraje de 180° del modelo en curso.

Hay una disociación entre lo que necesita la economía y lo que pretende la población. El nuevo Presidente deberá moverse, como ya lo está haciendo verbalmente, como elefante en un bazar. En Brasil, Dilma está ensayando un cambio bastante brusco en la política económica y no le está yendo bien. La gente está perdiendo cosas, el Estado parece retraerse y el ajuste no trae ningún beneficio (al menos, por ahora). Como allá, nadie consentiría un ajuste aquí. Lección desde Brasil.

Pero mantener lo “bueno” y cambiar lo “malo” o, en terminología sciolista, mejorar lo que hay que mejorar y cambiar lo que haya que cambiar, no es una tarea sencilla. La suba de precios y el cepo cambiario son dos ejemplos nítidos, pues una mejora en estos frentes (una batalla abierta y efectiva contra la inflación y un levantamiento de los controles de capitales), que podrían apalancar la imagen del nuevo Presidente, no serán fáciles de lograr. El cepo, so pena de estimular una corrida contra las menguadas arcas de Reconquista 266, no se puede levantar en un día. Ni quizás en 100. Y la inflación no será fácil de bajar tampoco y menos aún si se devalúa el peso más aceleradamente para recuperar competitividad-precio y se presiona sobre la nominalidad de la economía como en 2014.

Y la cuestión se complica aún más porque aun bajando la inflación o sacando el cepo, la economía no va a crecer de un día para el otro. “Para volver a crecer en los próximos años hay que invertir y exportar más”, dice Miguel Kiguel en un informe reciente. Difícil lograrlo pronto. La inversión se está retrayendo(y no va a crecer por ósmosis) y las exportaciones están cayendo en un contexto global más complejo caracterizado por una demanda floja y precios bajos. Prognosis: es difícil ver, como dice Daniel Heymann, un sendero fácil de crecimiento a futuro.

Tenemos, pues, una economía en tendencia crítica, una población que no demanda un cambio radical y problemas difíciles de resolver. Daría la impresión de que la economía encorsetará al Gobierno que asuma desde el mismo 10-D. Todo indica que la herencia no hará más que ponerse cada vez más pesada con el correr de los meses. Algo deberá hacer el próximo Gobierno pero no está claro ni qué podrá o querrá ni cuán buenos resultados obtendrá en el corto o mediano plazos.

La economía no va a apalancar per se al ciclo político entrante. No habrá, necesariamente, una crisis o un descontento generalizado con el rumbo de la economía. Después de todo, hay una porción de la población que aprueba el siga siga, aunque sea cada vez más complicado (y costoso) mantenerlo. La restricción externa es cada vez más operativa y más temprano que tarde el empleo (y el salario real) empezarán a resentirse, y ahí la cosa sí puede complicarse. Pero no es un escenario inevitable. Hay margen para mantener lo logrado y mejorar la situación. No hay un determinismo mediocre inevitable en el futuro mediato. Hay cosas de la economía que se pueden mejorar sin resignar capital político o sin necesitar dosis elevadas de pericia macroeconómica.

Sin embargo, lo más probable es que no estemos a la vera de un período de crecimiento como en 2003-2011. Hacer futurología en economía es difícil, y en estas pampas más aún. Pero se puede arrimar al bochín. Además, tampoco los países de la región están creciendo. No será fácil escaparse de esa nueva normalidad. A la política le costará plantear la agenda de la economía en el período que viene. El próximo Presidente deberá buscar un nuevo relato para contextualizar la nueva normalidad de la economía argentina y detectar sectores y variables clave en las que pueda exhibir mejoras. Allí, más que en los resultados, se jugará parte de su éxito.

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