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Europa, como en 1913

27 junio de 2011

(Artículo publicado en la edición nº34)

De la mano de la crisis, la xenofobia vuelve, una vez más, a inundar todo el Continente.

En los primeros meses de este año, el estadista realizó una ronda de consultas con un economista del Banco Mundial en Washington, un consultor financiero de Bloomberg (filial Londres) y un experto de un banco de inversiones francés. Los tres coincidieron, sin dudas ni aspavientos, en que la reestructuración de las deudas de Grecia e Irlanda era inevitable. Algunos agregaron a Portugal en la lista, aun antes de que debiera pedir el rescate financiero de mayo.

Todavía hoy el tema reúne consenso entre economistas y banqueros: la diferencia es que los primeros consideran que la reestructuración es inevitable, mientras los

segundos la combaten como River al buen fútbol. Los políticos están divididos: aunque la mayoría de los líderes europeos se sigue resistiendo, el ministro de finanzas alemán ya avisó que sin participación de los privados ?es decir, sin aceptación voluntaria del default bajo otro nombre? su gobierno no seguirá rescatando países.

Sin acuerdos y sin plan B, Europa se bloqueó. Y la integración regional es como una bicicleta, no un triciclo: si para, se cae. Parafraseando un viejo adagio, si el precipicio

es inminente, relájate y prepara el paracaídas. La Unión Europea no está haciendo ninguna de las dos cosas, lo que genera estrés y anticipa moretones.

Como en 1913, la situación es más calma en el centro y turbulenta en la periferia:

Alemania exporta manufacturas a China y crece al 3% anual, mientras los Balcanes y el Mediterráneo se incendian. Hace casi cien años, el rey de Grecia era asesinado y Europa estaba a un año de iniciar la Primera Guerra Mundial ?pero todavía no lo sabía?. Las tragedias no siempre se anuncian.

Cuando hace poco Alain Touraine expresó que “el único movimiento importante en Europa es la xenofobia”, muchos habrán pensado que exageraba. Puede ser: hay otros movimientos también, como los indignados. Pero éstos, por ahora pacíficos, no son generalizados: pululan en el sur de Europa, no existen en el norte. El racismo,

en cambio, inunda lentamente todo el continente.

Hablar con un alemán es como escuchar el Viejo Testamento: llueven truenos y escarmiento sobre los corruptos y perezosos mediterráneos que crearon sus propios problemas y los contagian ?hasta de la E-coli los acusaron?.

Recíprocamente, dialogar con un mediterráneo genera babas de odio hacia los racistas teutones que ya no invaden a sus vecinos sino que los explotan primero y los estrangulan después.

El odio es mutuo y se retroalimenta. El ejemplo más gritante es el de Mikis Theodorakis, ídolo popular de Grecia, compositor de Zorba el Griego y luchador de la resistencia contra los nazis, que hoy encabeza un movimiento nacional que culpa por los problemas del mundo a los judíos y a Estados Unidos. Habiendo condenado a Israel como “la raíz del mal”, Theodorakis colgó en su página de Internet un manifiesto en el que, negando ser racista, condena al lobby judíoamericano por crímenes de guerra y por querer eliminar a los estados-nación, buscando el predominio del coloso bancario-financiero que controla. Zorba acaba a lo grande, homologando a las víctimas con sus victimarios y llamando a luchar contra los judíos como lo hiciera contra los nazis, aún si esto significa arriesgar nuevamente la vida.

¿Que Theodorakis es un viejo loco? Claro, pero preside un movimiento de protesta que hoy es el más simbólico de Grecia. ¿Qué estos lunáticos no tienen impacto fuera

de su país? Error: el Parlamento austríaco prohibió la música de Theodorakis, que iba a ser tocada en un acto en conmemoración del Holocausto, generando un altercado internacional y mostrando que, en Europa, la sensación de compartir “un proyecto sugerente de vida en común” se está diluyendo más rápido que el euro.

La única manera de rescatar la integración monetaria europea es mediante la coordinación y transferencia fiscal, o sea, que los alemanes paguen las cuentas. Quienes confían en la clarividencia teutónica, sea por solidaridad o por autointerés, apuestan contra la Historia: Alemania tiene la tendencia a suicidarse dos veces por siglo.

En un artículo reciente publicado en Financial Times, Nouriel Roubini pronosticó el quiebre del euro dentro de cinco años. Uno se pregunta qué habrá ocurrido para que

Cassandra esté tan optimista. Y eso que sólo hablaba del fin del euro, quizás el menor de los problemas que Europa enfrentará en los próximos años.

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