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Ese martillo llamado provincia de Buenos Aires

Buenos-Aires
Buenos-Aires
04 noviembre de 2015

(Columna de Ernesto Calvo)

La victoria de Cambiemos en la PBA tiene más ramificaciones en el largo plazo que cualquier resultado en el balotaje.

En el proceso electoral más largo, más intenso y más interesante del cual tengo memoria, en Argentina o fuera de ella, ningún resultado ha sido más dramático y más importante que la derrota del Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires. Es secundario que Daniel Scioli sacara más votos que Mauricio Macri, tanto a nivel nacional como en la provincia. Es secundario que Macri pueda ganar en el balotaje de noviembre. Hemos tenido presidentes no peronistas y, no importa cuánto cariño le tengamos a Raúl Alfonsín, el caudal de votos que tiene hoy la UCR describe a las claras el tenor de dichas presidencias. No hace falta discutir méritos y deméritos: hoy la UCR es un partido con votantes exiguos y sin un candidato presidencial. Puede ser el otro peso pesado institucional, como dice mi colega Andrés Malamud, pero es un partido que hace mucho ha rifado sus opciones presidenciales.

La victoria de Cambiemos en la provincia de Buenos Aires tiene más ramificaciones en el largo plazo que cualquier resultado en el balotaje del próximo noviembre. No sé si esto es controversial para quienes están cerca de la política y de la ciencia política, no lo creo, pero nada marca el fin de una época como el hecho de tener a una provincia que representa a la espina dorsal del peronismo controlada por un Ejecutivo no peronista. Este dato cambia las estrategias de supervivencia del kirchnerismo en los próximos cuatro años, cuyas mejores opciones eran un desembarco territorial en la provincia de Buenos Aires para no quedar subsumidos en cargos burocráticos menores de la Administración Nacional. Este resultado cambia el tipo de alianzas territoriales a disposición tanto de una presidencia sciolista como macrista, obligando al primero y autorizando al segundo a formar gobiernos de coalición. Finalmente, este resultado tiene consecuencias políticas y de política pública, con una región central-metropolitana controlada por partidos de derecha y centroderecha no peronista y una región periférica controlada por el ala conservadora o no kirchnerista del peronismo. La derrota en la provincia de Buenos Aires es un martillo que ha golpeado al kirchnerismo y astillado sus perspectivas de corto y mediano plazo, y probablemente también en el largo plazo. Poco importa que un peronismo dividido le sirviera la provincia en bandeja a María Eugenia Vidal. A fin de cuentas, lo propio hizo Cromagnon por Mauricio Macri en la CABA, quien transformó esa primavera política en una década PRO que concentra una mayoría del voto porteño.

SEÑALES PERDIDAS

Ya sea por la fuerza de la costumbre, por desidia académica o por los fuegos de artificio de la contienda presidencial, la provincia de Buenos Aires no ocupó mucho espacio en la discusión de este último mes. Aun cuando Vidal hizo una excelente elección en las PASO, el 30% que obtuvo el pasado agosto estaba lejos del 40% que concentraron las fórmulas de Aníbal Fernández y Julián Domínguez. Las encuestas mostraban que Aníbal crecía lento y que María Eugenia estaba arriba, pero siquiera estos datos generaron discusiones serias sobre las consecuencias que tendría para el peronismo el perder la provincia. A lo sumo, algunos académicos/as reflotaron el tema de la división de la provincia en tres distritos, una discusión interesante pero que aún hoy pertenece al terreno de la ciencia ficción.

Entre los académicos/as, tan sólo María Esperanza Casullo diseccionó el “fenómeno Vidal” mostrando que, contrariamente a lo que pasó este domingo, Vidal fue beneficiaria del arrastre del voto presidencial y no contribuyente neto. No es el caso de esta elección, en la que el corte de boleta en la provincia claramente jugó contra Aníbal, quien vio reducido el caudal del FpV en 7 puntos, y donde Macri achicó márgenes gracias a la gobernadora electa.

LOS TRES MARTILLAZOS

1 Dice el viejo adagio que lo único peor que pagar una coima es hacerlo a la persona equivocada. La decisión de apoyar a Scioli como el candidato único del FpV fue una estrategia para asegurar la continuidad del kirchnerismo, el cual difícilmente podía ganar con un candidato “del palo.” Este compromiso político fue de difícil venta entre los miembros del núcleo duro kirchnerista, quienes bajo el lema “el candidato es el proyecto” trataron de hacer aceptable para la base a un dirigente que era percibido como un cuerpo extraño. Mientras tanto, la provincia de Buenos Aires aseguraba un espacio político para el desembarco en tiempo de transición. Dado que el kirchnerismo es una clase política antes que corporativa o territorial, el desembarco en la provincia era mucho más importante que la proliferación de designaciones permanentes en el sector público nacional. Elecciones y reelecciones exitosas en un conjunto de municipios del conurbano, así como un triunfo de Aníbal en la gobernación, eran condición indispensable para el desembarco territorial. Sin un gobernador propio, el aparato del conurbano bonaerense puede ser rapiñado o marginado. La pérdida de la gobernación provincial, por tanto, dejó huérfanos a quienes desembarcaron en el territorio y dejó afuera de la provincia a quienes buscaron sumarse a la gobernación. Dado que gran parte del capital político del kirchnerismo está en “incubadora”, el costo de largo plazo de perder la provincia es enorme. La pérdida de la provincia, por tanto, altera el futuro político del kirchnerismo.

2 Nunca vamos a saber si la provincia de Buenos Aires gobernada por Aníbal habría complicado al sciolismo o se habría tornado sciolista rápidamente. Quedará eso para las discusiones sobre el verdadero corazón de Aníbal y su intimidad política. Lo cierto es que una presidencia de Scioli tendrá hoy que enfrentar una región metropolitana que concentra al 70% de la población y está dominada por opositores. La ciudad y la provincia de Buenos Aires estarán controladas por el PRO y el PRO-UCR, Santa Fe por los socialistas, Córdoba por el peronismo delasotista y Mendoza por la coalición UCR-PRO. De todos estos, sólo el socialismo santafecino tiene un tinte progresista. Mientras tanto, el peronismo del interior, tanto quienes pintaron su camiseta de celeste como aquellos que no lo hicieron, están decididamente a la derecha del actual oficialismo. Todas las coaliciones mueven a Scioli a la derecha y ninguna le permite anclarse donde se ubica el kirchnerismo hoy. Por razones pragmáticas o por coincidencia ideológica, las expectativas de una Presidencia de Scioli son hoy, a nivel coalicional, decididamente conservadoras, algo que ya se avizoraba en los nombres propuestos para el Gabinete. Con la provincia de Buenos Aires perdida, la única pregunta es si el giro conservador puede ser moderado por el poder del bloque de diputados del kirchnerismo o si comenzará una segunda migración dentro del partido, con un tono más ideológico y menos pragmático. Más complicada aún es la posición del kirchnerismo ante la transición a un Gobierno macrista. En ese caso las provincias grandes lideran y el peronismo del interior se divide. Es una coalición fiscalmente cara para el macrismo pero absolutamente viable. Con el frente externo resuelto y un muy bajo nivel de endeudamiento, el macrismo tendría un extraordinario margen de maniobra para elegir aliados peronistas en el interior. Tecnócratas, populistas y conservadores pueden efectivamente convivir, un mensaje que ya debe estar recibiendo Massa para tratar de empujar su apoyo para la fórmula de Macri en el balotaje.

3 Hace quince años, para describir el proceso de reformas neoliberales en Argentina, Ed Gibson y el autor de esta nota describimos cómo el menemismo había implementado una coalición reformista cuya base institucional descansaba en el poder de las provincias medianas y chicas mientras que la agenda pública estaba guiada por el conservadurismo metropolitano. Eran otras épocas, con reformas de mercado ampliamente consensuadas entre las élites económicas y gobiernos de centroderecha creciendo en la región. Eran tiempos de endeudamiento económico y de inestabilidad política. Hoy en día existe poco estómago y menos necesidad y urgencia para reformas sin anestesia. El pragmatismo domina a las élites tanto peronistas como noperonistas. Sin embargo, todos los resultados de esta elección auguran que la política pública que se viene estará dominada por un pragmatismo de centroderecha. Ya sea por limitaciones político-institucionales, en el caso de Scioli, o por preferencias políticas, en el caso de Macri, las coaliciones territoriales de estos próximos años mueven a la Argentina hacia el centro y la derecha del espectro político. No es Scioli ni es Macri el motor de este proceso sino la elección en la provincia de Buenos Aires. Ese es el martillo que nos tomó a todos por sorpresa, mientras mirábamos los fuegos de artificio lanzados en la elección presidencial.

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