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Esta es mi política exterior: si no le gusta, tengo otra

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18 noviembre de 2015

(Columna de Luis Leandro Schenoni, estudiante de doctorado en la Universidad de Notre Dame y PhD Fellow en el Kellogg Institute for International Studies)

Con un servicio exterior y partidos desarticulados, ¿cómo podemos predecir la política exterior que perseguirán Macri o Scioli?

Siendo la política pública más lejana a los intereses inmediatos de la ciudadanía, la política exterior es propensa a las falsedades y esquiva a la rendición de cuentas. Algunas instituciones (en materia de política exterior, organizaciones como la Cancillería o los partidos políticos) pueden ayudarnos a pronosticar la política exterior porque tienen miembros, intereses y comportamientos relativamente estables, y la capacidad de reducir el margen de acción del futuro presidente. En Argentina, donde el servicio exterior y los partidos han sido desarticulados, ¿cómo podemos predecir la política exterior que perseguirán Mauricio Macri o Daniel Scioli?

Propongo que intentemos el audaz ejercicio de adivinar la futura política exterior en un mundo sin partidos institucionalizados ni Cancillería. Como primera conclusión: sería una política errática y al servicio de los intereses del presidente (gane quien ganare, por la menor cantidad de vetos institucionales que deberá enfrentar). El único freno a la discrecionalidad del jefe de Estado será el Congreso. De esto se sigue una segunda conclusión: los cambios podrían ser radicales y, ceteris paribus, podrían serlo aún más si gana Scioli, porque contará con mayoría en la Cámara Alta (la más relevante en política exterior).

Hasta aquí lo que sabemos con relativa seguridad. Lo que sigue es especulación. En un exceso de ingenuidad, consideremos la posibilidad de adivinar la política exterior del futuro presidente basándonos en las afirmaciones de los candidatos. Esta campaña ha sido prolífica en debates y declaraciones, lo que facilita este inocente ejercicio.

Sucintamente, la propuesta de Macri es (a) fortalecer las relaciones con Estados Unidos y Europa a costa de las relaciones con Rusia y ciertos vínculos con China, (b) revisar el Mercosur y evaluar (en principio, con Brasil) alternativas que impliquen más libre comercio en la región, (c) involucrar al campo y sus industrias en las iniciativas de promoción comercial y reconciliar a Argentina con el mercado financiero internacional. Scioli, por otra parte, se ha mostrado (a) a favor de un fortalecimiento de la alianza con Brasil y otros miembros del Mercosur en su aspecto más político y productivo antes que comercial, (b) no priorizar las relaciones con el Norte vis-à-vis las relaciones con China, Rusia u otros socios del sur y (c) dar continuidad a los lineamientos básicos de política exterior de los Gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner en los aspectos comercial y financiero (aunque aquí hay considerables divergencias y matices). Tercera conclusión: la política exterior de Macri estará más a la derecha que la de Scioli.

Esta última simplificación es atractiva para el votante, pero consideremos por un momento sus presupuestos. La misma se basa en que los candidatos tienen convicciones firmes e informadas, cuando más probablemente sean opiniones volátiles y desinformadas. Quizás Scioli haya demostrado sus convicciones (¿o un ingenuo cortoplacismo?) cuando procuró el apoyo de Dilma Rousseff mientras se debatía la posibilidad de su juicio político, pero en el pasado su posicionamiento ideológico ha sido más volátil que el de Macri. Más aún, con una Cancillería desmerecida y cuerpos técnicos limitados, la información con la que se diseñaron estos “planes” ha sido muy precaria y muchos lineamientos esbozados fueron pensados con fines electorales. Parafraseando a Groucho Marx: esta es su política exterior, pero si no nos gusta (o no funciona), tienen otra.

La probabilidad de que estos planes cambien parece ser más alta en caso de ganar Scioli por tres motivos adicionales. El primero es la asombrosa diversidad ideológica de los cuadros técnicos que presenta el sciolismo en esta y otras áreas. El segundo es la habitual (pero no menos asombrosa) diversidad ideológica de las facciones del peronismo que deberá alinear tras de sí. El tercero es que Scioli ha evitado definirse en asuntos salientes (como la crisis en Venezuela) dejando abierta la posibilidad de reposicionarse más a la derecha después de las elecciones.

El margen de acción de Macri es menor. Primero, los cuadros del macrismo son más cohesivos ideológicamente y se han comprometido con políticas más concretas. Segundo, si María Esperanza Casullo está en lo cierto y Cambiemos prefigura un partido de referencia para la elite argentina, este escenario (a priori poco promisorio para quienes nos consideramos progresistas) podría conducir a una mayor institucionalización de la política exterior por el simple hecho de que estos actores regañan de las arbitrariedades presidenciales. Tercero, si Cambiemos se institucionaliza como partido o coalición, sus muchos elementos a la izquierda de PRO podrían moderar al presidente. Sin embargo, todo parece indicar que Macri intentará un fuerte golpe de timón hacia la derecha y luego navegará en esa dirección a tientas y de forma inconsistente, a menos hasta que la Cancillería y su coalición electoral no den signos de mayor institucionalización.

Por las razones mencionadas hasta aquí, la incertidumbre del votante argentino sólo puede compararse con la incertidumbre que sentirá el próximo presidente cuando deba hacer diplomacia sin partido ni servicio exterior. Para elegir una política exterior en democracia, tanto el votante como el presidente necesitan tener una burocracia especializada y reglas de juego republicanas que eviten las arbitrariedades. Por esto, la elección no debería plantearse en términos de una diplomacia para el crecimiento económico versus una diplomacia progresista, como se ha hecho. El verdadero quid es fortalecer las instituciones necesarias para tener, de una vez por todas, alguna política exterior.

Comparando a Argentina con Brasil y México, los politólogos Andrés Malamud y Octavio Amorim Neto han encontrado que desde 1945 nuestra política exterior se ha definido a partir de consideraciones políticas domésticas (aquello que beneficiaba al presidente de turno) y muy poco ha considerado al contexto internacional. Sin antes crear instituciones que eviten esta autopoiesis, no habrá diplomacia que funcione. Gane Macri o Scioli, el futuro presidente deberá hacer de esta su prioridad.

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