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Una pieza oculta del orden internacional

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14 abril de 2016

(Columna de Tomás Múgica)

Los Panama Papers exponen a la luz pública un sistema opaco y criminal, que constituye un obstáculo para un orden internacional y una democracia más justos.

La filtración de más de 11,5 millones de documentos del estudio jurídico panameño Mossack Fonseca, revelados por una investigación del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) y un conjunto de medios de todo el mundo, contribuye a echar luz sobre el funcionamiento de los paraísos fiscales, un mundo ?o submundo- tan importante como poco conocido. Entre quienes, de acuerdo a los documentos filtrados, poseen (o forman parte de) sociedades y cuentas en paraísos fiscales figuran 143 líderes políticos, amigos o familiares cercanos, incluyendo jefes de Estado como Vladimir Putin, el primer ministro de Islandia Sigmundur Gunnlaugsson, el presidente de Ucrania, Petro Poroshenko y Mauricio Macri. Más allá de las implicancias que cada caso tenga sobre la política de esos países, la investigación de ICIJ nos brinda la oportunidad de discutir qué rol juegan los llamados paraísos fiscales en el sistema financiero internacional y cuál es su impacto sobre el funcionamiento de los gobiernos contemporáneos.

Como señala Nicholas Shaxson en “Las Islas del Tesoro”, los paraísos fiscales son países o territorios con algunas características distintivas en materia fiscal, financiera y política. Primero, aplican tasas impositivas muy bajas o nulas; segundo, preservan la confidencialidad -el secreto- respecto a la propiedad de los activos. Su legislación permite constituir sociedades y abrir cuentas bancarias con gran facilidad, a bajo costo y sin revelar quienes son los verdaderos dueños de las empresas y del dinero. Para ello se crean estructuras deliberadamente opacas que buscan ocultar el origen y los dueños de los fondos. Tercero, las empresas y personas que se benefician de estos regímenes desarrollan su actividad económica fuera del territorio del paraíso fiscal. Esto incluye a las grandes multinacionales. Por ejemplo, de acuerdo a un estudio de la GAO, la Auditoría General de los Estados Unidos, 83 de las 100 corporaciones grandes de Estados Unidos poseen filiales en paraísos fiscales, aun cuando su actividad productiva no se desarrolla en esos países. Cuarto, y muy importante, los paraísos fiscales son producto de la decisión política de los gobiernos de esos países o territorios, que crean las condiciones legales para que ello sea posible. Para las jurisdicciones con regímenes offshore, los mismos constituyen una manera de alimentar su industria financiera, aun cuando ello se haga a costa de otros países, de los cuales huyen los fondos que van a parar a los paraísos fiscales.

A pesar de la difundida imagen que identifica los paraísos fiscales con pequeños estados en desarrollo, como las Bahamas o Panamá, algunas de las más importantes jurisdicciones confidenciales se encuentran en el mundo desarrollado, como los estados de Delaware y Nevada en Estados Unidos, Hong Kong, Singapur, Luxemburgo, y por supuesto Suiza. Otros tienen un status ambiguo, como la Isla de Man, las Islas Caimán o las Islas Vírgenes Británicas, que son dependencias de la Corona Británica, aunque cuenten con un cierto grado de autonomía política y en materia financiera se rijan por normas legales diferentes a las del Reino Unido. Significativamente, Suiza, Hong Kong, Estados Unidos y Singapur son los países al tope del Índice de Secreto Financiero, elaborado por Tax Justice Network (una reconocida organización no gubernamental que investiga sobre los paraísos fiscales); las Caimán, un satélite británico, están el quinto lugar.

Nada es casualidad. Los paraísos fiscales no funcionan de manera aislada, sino que son parte de una red cuyo vértice son los grandes centros financieros mundiales, como Wall Street y la City londinense. Gran parte del dinero que circula por los paraísos fiscales no termina allí, sino que va a parar a los principales centros financieros. En caso de ser producto de actividades ilegales, cuando el dinero llega a esos centros, ya está blanqueado y listo para ser invertido en opciones más transparentes.

¿Qué nos dicen los paraísos fiscales sobre el funcionamiento del sistema internacional y de los gobiernos de nuestra época? En primer lugar constituyen una amenaza para el financiamiento de los Estados (al menos de la mayoría), al socavar su base tributaria. Gran parte de las empresas e individuos más ricos, tanto en los países en desarrollo como en los desarrollados, utilizan estas jurisdicciones para eludir o evadir la tributación en aquellos países en los cuales desarrollan sus actividades productivas. De esta manera deterioran uno de los fundamentos de toda comunidad política, al beneficiarse de los bienes y servicios provistos por el sector público, sin pagar adecuadamente por ello.

Segundo, los paraísos fiscales son un canal de gran importancia para ocultar y blanquear dinero proveniente de actividades ilegales, como la corrupción, el narcotráfico y tráfico de armas. Como revelan los Panama Papers, gobernantes sospechados de corrupción ?como Putin o Mubarak? utilizan estas jurisdicciones para guardar su riqueza.

Tercero, los paraísos fiscales son una poderosa herramienta que sirve a la consolidación del orden financiero internacional vigente y favorece a ciertos países por sobre otros. Se destacan Estados Unidos y el Reino Unido, grandes beneficiarios de la industria financiera global, que constituyen ellos mismos o sus dependencias importantes paraísos fiscales. Por lo cual su rol respecto a este tema es como mínimo ambiguo. Por ejemplo, de acuerdo a The Guardian, más de la mitad de las 300.000 compañías registradas por Mossak Fonseca tienen su sede legal en paraísos fiscales bajo gobierno británico. No parece haber demasiados incentivos para cambiar las cosas.

Cuarto, la utilización de paraísos fiscales por parte de líderes políticos para ocultar riqueza proveniente de la corrupción o para escapar del Fisco resulta una amenaza para el vínculo de confianza entre ciudadanos y gobernantes. Vivimos en una época de personalización de la política, como producto de la mediatización ?que debilita el rol intermediario de los aparatos partidarios y acrecienta el rol de los medios de comunicación como arena de la actividad política?, y del crecimiento del poder ejecutivo. Tal como han mostrado autores como Bernard Manin y Pierre Rosanvallon, en la democracia actual (aunque el argumento se podría aplicar a la mayoría de los regímenes autoritarios) la confianza personal que los ciudadanos depositan en los gobernantes ?tanto en el momento de la elección como durante el ejercicio del gobierno? constituye el mayor capital político de éstos. Y esa confianza es frágil. Depende de ciudadanos que demandan de manera creciente transparencia institucional e integridad personal, demanda que encuentra en las nuevas tecnologías de la comunicación un potente aliado, tal como quedó de relieve en los casos Wikileaks y Snowden.

Los Panama Papers exponen a la luz pública un sistema opaco y, en gran medida, criminal, que constituye un obstáculo para un orden internacional y una democracia más justos. Es de esperar que el escándalo no se agote en sí mismo, sino que abra paso al debate y la reforma. Toda una batalla política.

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