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Los cuatro partidos argentinos

07 agosto de 2011

(Publicado en al edición nº37)

Se insiste erróneamente en pretender hacer política desde la antipolítica, o sea, sin partidos.

Plaza Tahrir, El Cairo, 27 de julio de 2011. Los enviados portugueses de las Naciones Unidas piden visitar el corazón de la primavera árabe, que está cerrado al tránsito. En el acceso les exigen documentos y los palpan de armas piquetes de jóvenes de uno y de otro sexo, guardianes de una revolución que nadie sabe para dónde va. El centro de la plaza está poblado de carpas, alrededor de las cuales circulan enjambres de hombres adultos pero también familias enteras, con niños y bebés, mirando a cualquier lado en espera de cualquier cosa.

Para el viernes se aguarda una manifestación de grupos opuestos y se temen choques violentos. Existen más de cien partidos y grupos, sin liderazgos fuertes, en un escenario de pulverización total. El Estado está ausente; los militares, replegados en los cuarteles y edificios públicos. El orden del viejo régimen ha caído pero ninguna alternativa lo ha remplazado.

Los partidos políticos, organizadores de la acción colectiva nacidos en la Europa

decimonónica y masificados en el Siglo XX, no echaron raíces en el Medio Oriente del

XXI. Quizás nunca lo hagan: ¿cómo se gobernarán entonces estas sociedades?

La similitud entre las manifestaciones egipcias y los indignados europeos hace estremecer: ¿y si el presente árabe estuviera indicando el futuro de Occidente? La pulverización de las identidades colectivas y la muerte de los partidos no favorece la participación ciudadana: la condena a la futilidad y la amenaza con la anarquía.

El día después del balotaje porteño, La Nación publicó dos columnas con argumentos

opuestos. Mientras Joaquín Morales Solá ensalzaba a Macri como “un nuevo líder de alcance nacional”, Carlos Pagni titulaba “la fachada de una limitación”. Lo que para

uno insinuaba un nuevo amanecer dirigencial, para el otro constituía “un momento

estelar de una carrera que parece detenida”.

Como ya es habitual, la razón acompaña a Pagni. Su argumento es que no se puede

construir política desde la antipolítica, o sea, sin partidos. Si Miguel Del Sel hubiese

ganado la elección santafesina, habría debido gobernar con el apoyo de siete diputados sobre 50, ningún senador sobre 19 y un intendente en media centena. Una de dos: o duraba lo que De la Rúa o gobernaba con el peronismo, partido en el que se reconoce y que lo reconoce ?como lo hicieron explícito Duhalde y Reutemann?.

El Pro es un partido municipal comandado por un líder con exposición nacional; de ahí a ser competitivo en elecciones nacionales hay un trecho, y para gobernar el país falta un detalle más: diputados, senadores y gobernadores. En otras palabras, un partido político.

El problema es que en la Argentina sólo hay cuatro: el PJ, la UCR, el Socialismo y el Movimiento Popular Neuquino. El resto muere con su fundador: ¿o alguien cree que hay Pro después de Macri, Coalición Cívica sin Lilita, Nuevo Espacio sin Sabatella, juecismo sin Juez o bosque sin Pino? ¿Dónde están hoy los partidos fundados por Alende, Alsogaray, Aldo Rico y Chacho Alvarez?

Los cuatro partidos existentes son los que han rutinizado el liderazgo, es decir,

construido instituciones que sobreviven a sus fundadores. Y se mantienen vivos gracias a la capilaridad social, que les permite presentar candidatos y fiscalizar elecciones en las zonas más remotas de las provincias que habitan. La incapacidad de institucionalizar nuevos partidos alerta sobre el riesgo de eliminar a los viejos. Aunque el bipartidismo y la política tradicional sean conceptos antipáticos, la alternativa a los partidos existentes no son otros partidos sino ningún partido. Más gráficamente, Plaza Tahrir.

Un viejo dicho reza, sabio: si usted cree que la educación es cara, pruebe con la ignorancia. Los detractores fundamentalistas de los partidos políticos merecen un refrán equivalente. Mejorar a los partidos resulta un imperativo sensato, aunque hay que tener cuidado con los excesos: no conviene destruir lo que no se puede reconstruir.

La democracia es pésima con los actuales partidos pero inviable sin ellos.

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