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Massa, el camaleón estratega

sergiomassa1
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01 junio de 2016

(Columna de Joaquín Múgica)

El líder del FR ocupa un rol clave en el escenario político. El Gobierno y el kirchnerismo prefieren tenerlo lejos pero lo necesitan cerca.

Los camaleones tienen una característica conocida y determinante para su supervivencia: cambian de color según la luz, la temperatura y la presencia de sus depredadores. Además, tienen una lengua rápida y ojos que se mueven con independencia uno del otro. Esa particularidad les brinda una visión de casi 360°, con un pequeño punto ciego detrás de la cabeza. Poseen un panorama claro del espacio donde se desplazan.

Un estratega tiene rasgos distintivos que lo vuelven una figura particular dentro de un conjunto. Conserva la capacidad de proyectar, especular, crear, intuir y evaluar escenarios donde desenvolverse. Piensa una jugada, determina la viabilidad de la ejecución y apuesta sin tener seguridad absoluta de un resultado positivo. Es, por sobre todas las cosas, un hábil observador.

Sergio Massa es un camaleón estratega caminando por los túneles y pasadizos de la política nacional. Efusivo cuando su discurso lo demanda, mediador cuando se siente árbitro de la contienda, canchero ante la posibilidad de demostrar su capacidad de oratoria y conocedor de los puntos débiles de sus enemigos que, según lo que le convenga al líder del Frente Renovador (FR), pueden convertirse en amigos.

Su última intervención en la Cámara de Diputados no tuvo el resultado que esperaba. Parado en la vereda de enfrente a los pedidos del Gobierno sobre el tratamiento de la ley antidespidos, intentó que su dictamen de comisión fuera aprobado con una estrategia que no llegó a buen puerto.

Primero le quitó el apoyo que le había prometido al Frente para la Victoria (FpV) argumentando que no iba a acompañar un proyecto en el que no se incluía a las pymes. Finalmente, y para evitar quedar como el derrotado de la disputa parlamentaria, apoyó la postura del espacio peronista y justificó su cambio de opinión por la decisión de la coalición Cambiemos, que se abstuvo al momento de la votación. No logró que se tratara su proyecto en la sesión. Modificó su accionar y salió ileso del recinto.

Massa es protagonista en el escenario actual. Con un bloque de 38 diputados que le responden, trata de hacer valer su peso en la Cámara Baja y se sienta a hablar con todos los dirigentes, sin importar a qué sector pertenecen. Lo importante para él es mantener el poder en el Congreso y sostener su imagen de político joven que hoy está dispuesto a ser un opositor racional, aunque que no deja a un lado sus aspiraciones para convertirse en una competencia fuerte al macrismo en 2017 y en las presidenciales de 2019.

Sus discursos televisivos buscan soslayar su innegable pasado kirchnerista y mostrarse como el fundador de un espacio que tiene la capacidad de escuchar a la gente. Un lugar común al que todos apelan. El peronismo es el representante del pueblo, los integrantes de Cambiemos son los dueños del cambio que la sociedad buscaba y el massismo es el frente político que puede ser juez y fiscal al mismo tiempo para brindarle tranquilidad a las familias argentinas. Detrás de las palabras, Massa es el hombre al que el gobierno y el FpV preferirían tener lejos pero necesitan cerca.

Con un lenguaje hábil y un carisma poco frecuente en el ámbito político, supo construirse una imagen de hombre de familia, mostrándose con frecuencia junto a su mujer, Malena Galmarini, y sus hijos, y de líder fuerte. Con las mañas del peronismo encima, no tiene problemas en embarrarse las manos. Se junta con intendentes y dirigentes peronistas. Se saca fotos, intercambia sonrisas, forja preacuerdos pero no hace pactos de sangre con ninguno.

Massa pasó de jefe de Gabinete de Cristina Fernández a líder de la oposición antes de las elecciones legislativas del 2013. De acordar una alianza que nunca vio la luz con Daniel Scioli a mostrarse como la verdadera alternativa para dejar en el pasado al peronismo que el ex gobernador bonaerense representaba. De intendente de Tigre a diputado nacional con poder de negociación en la escena política. Del combativo “si el año que viene hay ajuste, Macri me va a tener peleando en la calle”, en plena campaña electoral, al actual “tenemos una mirada respetuosa del Gobierno”, con un tono más moderado y conciliador.

La gestión macrista lo necesita. Es importante mantener con él un canal de comunicación fluido para acordar apoyos en un momento económico muy difícil. Lo quieren tener cerca pero no pegado. Saben de sus ambiciones para acomodarse según los beneficios que le traigan las negociaciones parlamentarias. Esa capacidad de Massa de mantenerse en un lugar equidistante entre Dios y el diablo le da la posibilidad de conservar un poder que lo vuelve atractivo para futuras alianzas, de cara a las elecciones de medio término.

Pese a esa necesidad de tenerlo como interlocutor constante en la difícil tarea de sellar acuerdos pasajeros, el Gobierno ve con buenos ojos ponerle un freno a su poder cada vez que el contexto se lo permite. Lo conocen, requieren sus servicios pero saben que cuando se sientan a su mesa negocian con un león dentro de una jaula.

Massa no quiere que le suceda lo mismo que en la etapa previa a las elecciones. En aquel momento muchos dirigentes abandonaron su espacio y se fueron a las dos fuerzas que terminaron peleando la presidencia en el balotaje. Su ambición principal es ser presidente, aunque sabe que volvió al punto de partida luego de un 2015 que lo vio caer en la primera vuelta electoral.

En 2017 puede ser la pesadilla del macrismo o el mismo fantasma con el que el kirchnerismo se cruzó en 2013 en Buenos Aires, la provincia donde se concentra su fuerza y en donde dará la mayor batalla. Para ocupar ese lugar que genera la atención permanente de Cambiemos y del FPV tiene que mantener un bloque que le responda. Massa es un equilibrista que nunca perdió de vista que su objetivo es ponerse la banda presidencial y que, para eso, debe sellar cada filtración que debilite su poder. Es un trabajo diario, desgastante y necesario para mantener las cartas que posibiliten un futuro triunfo.

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