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Una bienvenida a los años '10 de Cristina Kirchner

25 agosto de 2011

Los resultados de las recientes primarias nos introducen en un momento plebiscitario.

La Argentina tiene historia en innovaciones en su sistema electoral cuyos beneficiarios no fueron quienes las impulsaron ni sus efectos los pensados originalmente, pero de todos modos terminaron catalizando movimientos y cambios políticos de importancia. Fue precursora en introducir el sistema D'Hont combinando representación mayoritaria y proporcional en el Congreso; pergeñó un balotaje sui generis en el cual la mayoría no es necesariamente más del 50%, y ahora inaugura unas primarias abiertas, simultáneas y obligatorias pensadas a la manera norteamericana o uruguaya ?con partidos políticos que presentan varias candidaturas ante la sociedad? pero realizadas, en nuestro caso, con todos los candidatos ya definidos de antemano, el partido gobernante sin competidores de envergadura y la reelección presidencial en el centro de la escena.

De tal modo, las Paso debutaron como una encuesta nacional de intención de voto; un simulacro electoral que permitió pasar un cedazo sobre una superficie política con liderazgos aglutinadores vinculados al ejercicio de funciones ejecutivas (presidente,

gobernadores, intendentes) y un marasmo en el sistema de partidos. ¿Acaso tenemos, a partir de esta semana, partidos más sólidos y más democráticos? ¿Han contribuido estas primarias a promover alianzas y coaliciones electorales basadas en afinidades ideológicas y acuerdos programáticos? ¿Incentivaron la renovación partidaria y el surgimiento de nuevos candidatos? ¿Promovieron en alguna medida una competencia más equilibrada entre oficialismo y oposición? ¿Se superan los riesgos de la hegemonía y la extrema fragmentación?

Por ahora, estamos lejos de eso. El kirchnerismo se confirma como partido gobernante a nivel nacional y la Presidenta encuentra allanado el camino hacia su reelección por otros cuatro años, acompañada de su actual ministro de Economía como vicepresidente. Lo hace exponiendo sus propios méritos, justificando sus déficits y desgastes y dejando en evidencia la ausencia de una alternativa creíble, con una oposición que no ha logrado mostrar hasta aquí capacidad para articular una oferta

convincente. Se acentúa la tendencia hacia un sistema de partido predominante, con el FpV camino a consolidarse como el pivote sobre el que se apoya ?y en torno del cual gira? la política nacional, sumado a una “peronización” de la superficie política y una dispersión del tercio no peronista.

Se pensó en una batalla electoral tipo “David contra Goliath”, pero terminó siendo un escenario más parecido al de Gulliver en Liliput. Se evaluaron realidades locales y comportamientos distritales o provinciales proyectando erróneamente resultados a escala nacional. Se establecieron alianzas ?o se rompieron? haciendo cálculos de ventajas territoriales o inferencias sobre las lógicas del votante que no se corresponden con las reales expectativas del electorado. Es evidente que no ha surgido el liderazgo político nacional en condiciones de representar un cambio superador o alternativo y esto es lo que la sociedad ha manifestado en estas primarias.

Es cierto que el recuerdo traumático del 2001 todavía pervive, pero también lo es que ocho años de gestión de Néstor y Cristina Kirchner han dejado sus marcas positivas y relatos reconstituyentes en importantes franjas de la sociedad. Y esto es lo más nuevo que la política argentina ha dado hasta ahora, como promesa y realidad.

¿Significa este 50% logrado por Cristina una amplia satisfacción de la sociedad argentina con la marcha general del país? ¿Quiere la gente en su amplia mayoría que las cosas sigan más o menos igual? ¿Soslaya el cúmulo de distorsiones y desatenciones que lastiman el tejido social y obstruyen las potencialidades de desarrollo? ¿Debe interpretarse este respaldo como un cheque en blanco extendido al Gobierno? ¿Se trata, al fin y al cabo, de un voto conservador que evalúa la conveniencia de mantener el actual esquema frente al riesgo de reversiones o saltos al vacío, más aún en un contexto internacional, que preanuncia tiempos más difíciles? ¿Hay también una esperanza de cambio contenida en este voto que renueva el contrato por un nuevo período? Y al mismo tiempo, ¿debe leerse la pobre cosecha del resto de candidatos presidenciales como la expresión de un país que se ha quedado sin oposición ni contrapesos en el escenario político? ¿Es posible sumar los 12 %'s de Alfonsín y Duhalde, el 10% de Binner y el 8% de Rodríguez Saá e imaginarlos como parte de una misma coalición social que querría un cambio de gobierno o al menos un sistema político más equilibrado y competitivo?

Estos interrogantes encontrarán respuestas en las próximas semanas según se interprete el mensaje de las urnas. Dicho de otro modo: el oficialismo hace un mal

negocio corriendo en soledad esta carrera hacia una reelección presidencial plebiscitaria. Los referentes de la oposición tuvieron un semáforo de alerta; tienen que mostrar en estos dos meses que pueden poner los pies sobre la tierra y transitar un camino de verdaderas confluencias, con el horizonte más allá del próximo 23 de octubre, o resignarse a cumplir un más que módico papel testimonial o residual.

Tres candidatos presidenciales compitiendo parejos por el mismo tercio del electorado en un juego de suma cero no harán más que seguir abultando las alforjas de la Presidenta. Las primarias abiertas produjeron un baño de realismo que deja caer retóricas apocalípticas y termina de dar vuelta la página a la política de la primera década del Siglo XXI .Se empiezan a definir los contornos de lo que serán “los años '10” inaugurados por lo que se anticipa como el segundo mandato de Cristina Kirchner. Deberá empezar, ahora mismo, a discutirse sobre los próximos cuatro años.

(De la edición impresa)

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