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Tercera vía, ¿atajo, callejón o cortada?

Urtubey
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31 julio de 2018

Con el Gobierno en problemas y el kirchnerismo expectante, la oposición moderada preserva visibilidad pero pierde chances

Por Néstor Leone

1. VIAS

El término “tercera posición” es caro a la simbología peronista. Supone una perspectiva diferenciada, superadora de la metáfora espacial “derecha e izquierda”, no alineada a los bloques en contraposición durante la llamada Guerra Fría. Por lo menos, mientras estuvo con vida su líder fundador. Desde entonces, el peronismo expresa menos esa figura, que el horizonte de sentido que le impone su líder epocal, en un sentido y en otro. Aunque el término perviva. El kirchnerismo, por ejemplo, impuso su impronta y logró ascendencia por sobre los liderazgos territoriales preexistentes, tan evanescentes como altamente pragmáticos, durante doce años. En ese transcurso existieron espacios de disidencia. Y desde esos espacios lo enfrentaron e, incluso, lograron vencerlo en elecciones legislativas en algunos distritos (en 2009 y en 2013). Pero esas disidencias no pudieron convertirse en alternativas claras de poder y, menos aún, pudieron desbancar el liderazgo de Cristina Kirchner, más allá de que lo negaran o lo pusieran en entredicho. Desde el cambio de gobierno, esa disidencia adquirió mayor visibilidad, amplió el abanico de sus integrantes y ocupó espacios institucionales más relevantes, pero sin capacidad, hasta aquí, de articular una apuesta unificada. Opositores moderados y proclives a la negociación con el Ejecutivo, integrantes del esquema de gobernabilidad de Cambiemos y dispuestos a desconocer o revertir la experiencia kirchnerista, ese peronismo“ federal” o“ racional”, como gusta llamarse, tiene hoy varios precandidatos (el salteño Juan Manuel Urtubey, el cordobés Juan Schiaretti, el bonaerense Sergio Massa), expectativas crecientes y el desafío, bastante cuesta arriba, de construir una alternativa que no quede atrapada entre resabios de su conservadurismo popular, anodino y hasta arcaico, y de ofrecer perspectivas ciertas de futuro.

2. FRAGMENTOS Y OPUESTOS

Estos sectores tienen su escenario deseado y apuestan por él. Ese escenario supone un enfrentamiento mano a mano con el gobierno de Cambiemos, deteriorado por el desgaste de su gestión e indicadores en retroceso, pero no lo suficiente como para torcer la voluntad ciudadana de avanzar dentro de los parámetros políticos y económicos compartidos. Esos que asumen como propios en tanto parte del esquema de gobernabilidad de estos dos años y medio. Por eso la voluntad de ofrendar las dosis necesarias apoyos y acuerdos, a riesgo de que esto los comprometa demasiado ante un eventual deterioro mayor del Gobierno. La crisis financiera que atraviesa el país, el camino hacia la recesión y la serie inacabada de malas noticias en términos de indicadores sociales y económicos los pone en guardia. No tanto para confrontar de manera más abierta o patear el tablero, pero sí para hacer más costosa esa negociación. Es más, muchos de ellos prefieren la permanencia de Cambiemos más allá de 2019, que el retorno de Cristina Kirchner. Consideran que, aun en la derrota, en ese primer escenario pueden preservar roles importantes como opositores “responsables”. Con el deterioro del oficialismo, mientras tanto, crece la polarización política entre modelos disímiles y estos sectores quedan en un lugar más incómodo, acotado y con menor protagonismo. Recelosos, incluso, del silencio activo de la líder del Frente para laV ictoria, que recupera terreno y centralidad política en ese contexto, en desmedro de unos y otros. De alguna manera, la lógica superpuesta entre esa polarización en ciernes y la fragmentación persistente del sistema de partidos, opera sobre ellos, consolidando las minorías intensas en disputa y perjudicando a tibios, morosos, equidistantes o terceras vías.

3. AVENIDA DEL MEDIO

Sergio Massa y su Frente Renovador asumió como propio ese lugar disidente, diferenciado, desde que se desprendió del Frente para la Victoria y se ofreció como opción electoral. En 2013 se convirtió en sorpresa. En 2015 fue el tercero en discordia, sin chances de acceder al balotaje entre unos y otros. Mientras que en 2017 fue una de los grandes perdedores, sin lugar en el Congreso para su líder, con una representación parlamentaria en rezago, menos presencia territorial entre intendentes bonaerenses y una alianza con la dirigente del GEN, Margarita Stolbizer, que lejos de potenciarlos, terminó desdibujando su perfil y el de su espacio. En esa trayectoria varió su forma de relacionarse con los oficialismos de turno. De la dureza inicial contra el final de gobierno de Cristina, a su temprana asunción como garante inevitable de la gobernabilidad de Cambiemos con sus gestos de “oposición responsable” y sus apoyos parlamentarios, a la mayor dureza posterior, cuando las desavenencias y los desencuentros personales y políticos con el presidente Macri y su gestión lo relegaron como interlocutor y lo obligaron a un discurso más crítico, sin que lograse por ello mayor recepción en la opinión pública ni mayor ascendencia entre dirigentes. Massa ya no apela a la“ ancha avenida del medio” como premisa de campaña ni repite el concepto de“ cambio justo” para diferenciarse, pero preserva sus intenciones electorales, aunque resulten más modestas en este contexto. En los últimos meses tendió puentes con los gobernadores peronistas más distantes de Cristina, reemplazó a Stolbizer por Florencio Randazzo como su asiduo interlocutor y busca hacer pie en la provincia de Buenos Aires para ofrecer anclaje posible para el peronismo “federal” en un territorio en el que el kirchnerismo aglutina a la mayoría de la oposición. La hipótesis de que al liderazgo del peronismo se llega desde afuera (o en contra) del PJ sigue siendo su hoja de ruta. La ristra de deserciones (peronistas todos ellos) que sufrió el Frente Renovador durante los últimos años (algunos, incluso, que eran parte de su mesa chica), le quitan peso en esa negociación. Tanto como el hecho de que desde el mismo seno de su espacio surjan precandidaturas que parecen negarlo. La de Felipe Solá, por caso, autoconvocada. Pero también la de Roberto Lavagna, impulsada por el expresidente Eduardo Duhalde.

4. LIGA NONATA

La otra pata de la oposición, como se dijo, la integran buena parte de los gobernadores peronistas y los interbloques de Argentina Federal en el Congreso. El cordobés Juan Schiaretti y el salteño Juan Manuel Urtubey se ofrecen como referentes entre los primeros. Miguel Angel Pichetto, Pablo Kosiner y Diego Bossio, entre los segundos. De manera coordinada o no, persisten en su vínculo cordial con el Ejecutivo Nacional y son interlocutores privilegiados en las negociaciones en curso: las del Presupuesto 2019, el ajuste fiscal y el cumplimiento de las metas acordadas con el Fondo Monetario Internacional. De todos modos, sin capacidad de articular una estrategia nacional y con la ausencia de un liderazgo más allá del límite de sus fronteras provinciales. La liga de gobernadores es el armado con el que fantasean. No pueden concretarlo. El Gobierno prefiere el vínculo bilateral, de compartimento estanco. Y la mayoría de los mandatarios provinciales privilegia su supervivencia política, “alambrando” sus territorios, por sobre cualquier otro intento de articulación posible. El peronismo “federal”, en ese contexto, sigue siendo una federación de líderes parciales, acotados, con un partido intervenido por la Justicia (el PJ) y con la relación con el kirchnerismo como principal clivaje. En este último caso, menos que hace meses. Los contactos subterráneos (o no) del kirchnerismo con la catamarqueña Lucía Corpacci, el sanjuanino Sergio Uñac o el pampeano Carlos Verna; y los más abiertos con el puntano Alberto Rodríguez Saá o el formoseño Gildo Insfrán (no siempre portadores de prestigio social, pero con el terruño bajo control), contribuye a fortalecer a unos y a debilitar a otros. Por lo menos, hasta nuevo aviso.

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