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06 agosto de 2019

por Ernesto Calvo

Distintos motivos explican las dificultades que existen en Argentina para realizar encuestas preelectorales y en buena medida las PASO cubren ese vacío dándoles a los votantes una información esencial

Desde hace algunas semanas, cada vez con mayor vehemencia, me consultan periodistas internacionales y colegas sobre el motivo por el que no hay encuestas pre-electorales en Argentina. Hay operaciones políticas, sin duda, pero no hay encuestas confiables salvo aquellas con llave y candado en los cajones de los jefes de campaña del peronismo y de Cambiemos. No hay, por tanto, la cantidad o calidad de encuestas que son necesarias para realizar meta-análisis electoral como el de Nate Silver en fivethirtyeight o los agregadores del New York Times, Político o el Washington Post. Este déficit de encuestas explica también la decisión de no repetir La Borra que con Andy Tow, Julia Pomares y Manuel Aristarán implementamos en el 2015. El problema no es nuevo, pero, sin duda, se ha ido agravando con el tiempo.

Muchos motivos explican este vacío de encuestas, comenzando por restricciones económicas en los medios privados, pasando por dificultados metodológicas para realizar las encuestas y concluyendo con problemas políticos en este ciclo electoral. Vale la pena hacer un repaso sobre estos distintos motivos y entender porque enfrentamos este vacío informativo.

EL PROBLEMA DE LA PLATA

En todos los países del mundo hay tres tipos de encuestas electorales: las realizadas por los partidos para sus campañas, las realizadas por los partidos para hacer política y las que vienen desde los privados (Academia, medios, ONG, consultoras y empresas). Desde el punto de vista de los actores políticos, las primeras no se muestran, las segundas se operan y las terceras se lamentan. Estas últimas, las encuestas financiadas por universidades, grandes medios de comunicación, consultoras privadas y otros actores económicos, son las que tienen mayor valor informativo para los votantes. En Estados Unidos, estas son las encuestas publicadas por el New York Times, el Washington Post, Forbes y una vasta red de universidades, ONG y empresas que tienen acuerdos relativamente estables para producir información. La Universidad de Maryland, donde yo trabajo, tiene un acuerdo con el Washington Post para producir una serie de encuestas llamadas “temas críticos” (https://criticalissues.umd.edu/). Esta encuesta es parte de cientos de acuerdos entre departamentos de ciencia política, medios de comunicación y encuestadoras, que producen una masa crítica de datos para monitorear la política del norte. Un consorcio de universidades y centros de investigación también mantiene desde hace décadas el Estudio Electoral Nacional (https://electionstudies.org/), disponible en una serie continua desde 1948 y el cual ocupa una posición central en la formación de politólogos en Estados Unidos.

Dado que las muestras representativas requieren de la misma cantidad de casos en China, Estados Unidos o Argentina, países más chicos, con menorpoblación y con menos recursos, tienen menor capacidad para producir datos críticos. Por tanto, el costo relativo es más alto para Uruguay, Chile o Argentina que para Estados Unidos o Inglaterra. Países como Chile, Uruguay, Brasil y México, sin embargo, invierten consistentemente en encuestas de calidad. En Chile, que tiene la mitad de la población que nosotros, existe una serie continua producida por el Centro de Estudios Políticos (https://www.cepchile.cl/) desde la transición democrática en 1990. El problema no es tan sólo la plata. Las instituciones importan. Distintos proyectos lanzados por la Universidad de Buenos Aires, San Martín y otra media docena de Universidades y centros de investigación, han sido dados de baja con la misma celeridad con las que fueron construidas. En un país que permanentemente monta y desmonta su infraestructura científica, y su política pública, la investigación política solo puede seguir por los mismos derroteros.

EL PROBLEMA DE LA COMPLEJIDAD

El financiamiento de encuestas electorales es también afectado por un calendario electoral que dura ocho meses y por la extraordinaria fluidez de la política argentina. La totalidad de las encuestas electorales realizadas en el período previo al 18 de mayo, el día en que se anuncia la formula Fernández-Fernández, son inutilizables para la investigación electoral, dado que miden candidaturas que nunca fueron efectivizadas. En muchos países del mundo las candidaturas se definen relativamente tarde en el proceso electoral, pero la estructura coalicional y multinivel de Argentina hace que la agregación de encuestas sea extraordinariamente difícil. ¿Quién podría haber anticipado en marzo de este año que la competencia electoral incluiría la formula Macri-Pichettoo que Sergio Massa no estaría en el menú de candidatos a ser votados en las PASO? Esta fluidez disminuye la utilidad, y el valor de mercado, de las encuestas preelectorales. En ese contexto, los medios de comunicación no saben cuáles encuestas financiar al principio del ciclo electoral y no encuentran motivo para hacerlo cuando las fórmulas ya han sido definidas.

El escalonamiento electoral es también un problema, dado que encuestas provinciales son caras de financiar y las elecciones provinciales realizadas en los primeros meses del año son más informativas que cualquier encuesta de 1.400 casos. La complejidad territorial, coalicional y de nominación, hace que las encuestas pre-electorales argentinas tengan valor académico pero poco retorno comercial o político, excepto paraquienes diseñan la campaña electoral.

CUANDO SOLO LA POLITICA INVIERTE

Esto nos deja librados a la política, la cual vive de cambiar votos y no de informar ciudadanos. En política, las encuestas que se distribuyen al público buscan capitalizar votos y las encuestas que están bien hechas están al servicio de diseñar estrategia electoral. Muy pocas veces capitalizar votos implica también distribuir información que sirve a la campaña. Los partidos pagan a consultoras de baja reputación (y bajo costo) para que reporten encuestas que tienen muestras insuficientes y capturas de datos que están pobremente realizadas. El mercado de encuestas orientadas al público incluye operaciones pagas, pero también mucho oportunismo, aprovechando la baja calidad que resulta de encuestadoras que tienen pocos recursos y poco capital técnico para capturar datos en modo apropiado.

Distinto es lo que ocurre con las encuestas internas, las que a menudo tienen operaciones caras y técnicamente bien ejecutadas. El resultado es que las encuestas internas que tienen los partidos tienen números similares entre sí, al tiempo que a veces son muy distintos a los que circulan entre el público. En todas las encuestas partidarias a las que he tenido acceso, la diferencia entre las dos primeras fórmulas de las PASO casi duplica los valores reportados en los medios a partir de operaciones públicas. Lo notable de este ciclo electoral es que los candidatos de las dos fuerzas más grandes, por distintos motivos, tienen incentivos para sesgar los números en la misma dirección. Esto ha sido fuente de especulación permanente en estas semanas entre los colegas politólogos, tratando de entender como dos fuerzas en competencia pueden beneficiarse de sesgos que van exactamente en la misma dirección. ¿Cómo pueden ambos cosechar beneficios si la información que quieren presentar es la misma? Pero, esta discusión quedará para otra nota. Baste con notar que la falta de encuestas públicas tiene que ver con esta confluencia de intereses, donde tanto Cambiemos como el peronismo quieren llevar adelante una campaña que no sacuda el bote.

PREPARANDO LA ELECCION GENERAL

Si bien nadie quiere financiar encuestas pre-electorales, o al menos financiar aquellas que son entregadas al público, el sistema electoral tiene un as en la manga que no es común en el resto del mundo. Como encuesta preelectoral disponemos de las PASO, la cual anticipa los resultados electorales nacionales con un nivel de detalle inigualable. A diferencia de las encuestas académicas, no podemos agregar preguntas para saber porque la gente vota como vota.Pero un sistema de tres vueltas garantiza resultados electorales de 90.000 mesas dos meses antes de la elección general, en la elección general y, a menudo, en el balotaje. A esto debemos sumar las elecciones desdobladas a nivel provincial. Es cierto que la elección general y las PASO difieren entre sí, dado que algunas fórmulas son eliminadas y, más importante, que tanto los partidos como los votantes pueden alterar sus decisiones para obtener el mejor resultado posible en lugar de simplemente votar sus preferencias. Pero, ¿no es acaso el rol de las encuestas el permitir que tanto partidos como votantes puedan decidir su voto con mayores niveles de información?

Las PASO también producen cantidades masivas de datos que pueden ser utilizados para fiscalizar la elección general, dado que la realización de fraude electoral sólo es posible si se afectan ambas elecciones simultáneamente. Dado que fraude en las PASO permitiría litigar el proceso de la general, o prevenir nuevas manipulaciones, las elecciones primarias disminuyen radicalmente las probabilidades de fraude. En una era en la cual nadie quiere pagar por elecciones, dos virtudes de las PASO que no son menores.

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