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Una elección decisiva

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01 julio de 2021

Por Enrique Zuleta Puceiro

A muy pocas semanas de la fecha de cierre de alianzas y candidaturas, las próximas elecciones nacionales crecen en importancia estratégica. La ansiedad ante una consulta que tiene mucho de plebiscito de gestión embarga no solo a los protagonistas directos.

Desborda tambien a la mayoría de los analistas y activa los múltiples mecanismos de polarización y antagonismo de una opinión acostumbrara a la dialéctica política permanente. Bajo estas condiciones, todo pronóstico resulta prematuro y toda hipótesis deberá aguardar un proceso trabajoso de comprobación empírica

Las razones son claras. En primer lugar, las dificultades propias de la política electoral en tiempos de pandemia. Toda la experiencia internacional abunda en evidencias del talente de indignación y rechazo con que los ciudadanos de a pie concurren a las urnas. Si bien permite prever abstenciones o votos de castigo del tipo del que se ha verificado en otros países, lo cierto es que la dureza de los materiales del sistema político argentino soportara una prueba de resistencia de materiales.

Las dos coaliciones que vienen protagonizando la disputa electoral desde 2015 llegan así a las elecciones con fuertes tensiones internas, producto sin duda de una inestabilidad congénita que arrastran desde las anteriores elecciones presidenciales. Algo explicable tanto por la inestabilidad natural de sus componentes internos, como por el nuevo tipo de candidaturas que emergen de la crisis. Una veintena de candidatos irrumpen en el escenario político. Todos ellos pertenecen a nuevas generaciones políticas y todos, sin excepción, reflejan un nuevo perfil de candidatos, fortalecidos por la experiencia de gestión y por el dominio de las nuevas herramientas de la competencia política.

Por el lado de la demanda, un electorado hiperinformado y escéptico plantea un cuadro de exigencias y expectativas tambien novedoso. Las nuevas candidaturas emergen de cambios generacionales acelerados por la presión de las circunstancias. No son meros sobrevivientes. Por lo general son profesionales de la gestión, entrenados en las técnicas actuales de competencia electoral. Los gabinetes de expertos llegaron para quedarse y ello condiciona la calidad de la oferta política.

El cronograma no dará cuartel. Posiblemente, será la campaña electoral más corta en la historia reciente. Faltaran esta vez los instrumentos tradicionales de la política. Las estrategias de segmentación, el uso intensivo de las redes sociales y el predominio de las TIC desplazaran a las campañas gráficas, las movilizaciones y las costosas producciones de la publicidad en radio y TV. Las encuestas volverán a ocupar la mayoría de los espacios de opinión y nuevos tipos de sondeos flash reemplazarán a las investigaciones tradicionales.

Será una campaña multimediática, en la que perderán toda gravitación los grandes diarios, protagonistas habituales de la política entendida como conflicto entre relatos político-ideológicos.

El ritmo y el estilo de la confrontación será vertiginoso. Una elección sin discursos y con poco margen para ejemplaridades. Todo lo que suele hacerse y decirse en campaña ya ha sido dicho y un electorado cada vez más impaciente no tardara en asumir la condición plebiscitaria de toda elección intermedia. La cuestiona principal será saber si el electorado plebiscitara los últimos o los próximos años.

La polarización será inevitable y tiende por el momento a favorecer al Gobierno. El frente oficialista cuenta con la ventaja que le otorga algo más de un tercio del electorado nacional que es propio e inconmovible. Difícilmente pierda su unidad. Aunque desgastado por la responsabilidad de gobierno, el Frente de Todos guarda todavía la ventaja de enfrentar una oposición desmembrada y que busca aún un motivo para la oposición y que se expresa a través de un conglomerado de fuerzas demasiado heterogéneas, enfrentadas y sobre todo ya prematuramente fraccionados por las aspiraciones de una decena de figuras que ambicionan un rol preponderante en las elecciones del 2023 y ven las actuales como una prueba incomoda y forzada de resistencia de materiales.

Una vez más, las campañas estarán condenadas a la moderación. Deberán enfocarse en esa mitad larga del electorado que repudia los extremos y que busca verse reflejada en los propósitos y motivaciones de todos los candidatos.

Por, sobre todo, está claro que la competencia electoral deberá volcarse hacia el electorado independiente, después de varios años en los que candidatos y líderes políticos solo hablaron a sus propios electorados. Ocho de cada diez argentinos rehúyen cualquier tipo de compromiso político. Se declaran con orgullo políticamente “independientes”.

Aun cuando durante los últimos años han cambiado ya varias veces su voto y rechazan con vehemencia cualquier tipo de etiquetamiento, configuran un electorado flotante ?soft o “blando” en las tipologías de los consultores-. La estrategia de la crispación ha llegado a su fin. Difícilmente vuelva a excitar al tipo de materias que estará en disputa en estas elecciones.

El clima político agregara a su vez algunos ingredientes adicionales. Por sobre debates acerca de la sustentabilidad de los logros económicos del país, a estas alturas, el electorado no avizora riesgos significativos sobre la estabilidad económica y política del país. El contexto promueve la cooperación y castiga las antinomias. Pone así límites claros a las campañas negativas y a la política de adversarios.

Obliga a todos a hacerse cargo de sus responsabilidades y a velar por la calidad y sustentabilidad de sus propuestas. Un escenario de competencia autorregulada que era difícil de avizorar hasta hace algunos meses, pero que tiende a consolidarse a impulsos de un mutuo interés de ambas coaliciones de preservar el centro del sistema y neutralizar eventuales escenarios de disrupción.

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