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El Frente de Todos, un experimento en crisis

Los resultados de las PASO suscitaron hechos y líneas de análisis no solo sobre las particularidades de la sociología y la geografía electoral, sino también sobre nuevos interrogantes impensados apenas horas antes de esta inesperada paliza electoral.

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21 septiembre de 2021

Por Martín D'Alessandro (*)

Los resultados de las PASO suscitaron hechos y líneas de análisis no solo sobre las particularidades de la sociología y la geografía electoral, sino también sobre nuevos interrogantes impensados apenas horas antes de esta inesperada paliza electoral.

Un primer interrogante recae sobre la viabilidad política y económica de este tercer kirchnerismo. Es archisabido que la combinación pan-peronista (o casi) del Frente de Todos fue exitosa electoralmente en 2019 y permitió el regreso del kirchnerismo al poder.

La pregunta que cobra centralidad ahora es si la experiencia de gobierno del Frente de Todos es viable. Parece ponerse en evidencia que el experimento de Cristina Fernández no funciona.

Languideciendo ahora también en su dimensión electoral, las tensiones internas, la desesperación y la irresponsabilidad generaron una erupción volcánica con final incierto. Por supuesto, cada vez parece más difícil que el Gobierno sea capaz de recuperarse en las elecciones generales de noviembre, no solo porque el resultado de las PASO no se debió tanto a la falta de plata en el bolsillo como a un voto castigo al gobierno en varias dimensiones entrecruzadas y muy difíciles de desanudar (económica, sanitaria, ética y de estilo), sino porque ya no es creíble la unidad ni la idea de un horizonte posible de acá a dos años.

El experimento está en una crisis orgánica (no solo coyuntural) por razones económicas y políticas. La orientación económica ya estaba agotada hace diez años. Pudo volver a ser posible no tanto por sus virtudes como por el rechazo a los pésimos resultados de la administración Macri.

Por otro lado, aun cuando pueda encontrar un nuevo punto de equilibrio, aunque sea provisorio, el experimento es políticamente disfuncional y contra natura: inventar un candidato puede ser una muestra de plasticidad y picardía, pero inventar un presidente es una irresponsabilidad. Desde esta perspectiva, el kirchnerismo ya no parece tener mucho más para ofrecer.

En lo inmediato, el segundo interrogante radica en si el gobierno, o lo que quede de él, revisará su forma de interpretar la política argentina. Hasta ahora predominó la hipótesis de los “dos modelos de país”. Es un cliché compartido por una parte muy importante de la oposición, que también entiende que estos dos supuestos modelos no solo son antagónicos, sino además incompatibles, incombinables, ideológicamente irreconciliables y moralmente distintivos. Esta idea, muy atractiva para la necesidad de certezas de la militancia y los fanáticos, nunca fue muy sólida conceptual ni empíricamente.

En primer lugar porque un “modelo” supone una cantidad de políticas coherentes entre sí, basadas en una unidad de criterios generales que marcan un rumbo claro, y con cierta estabilidad. Las políticas públicas del kirchnerismo (también las de la administración Macri) rara vez tuvieron esas características. En segundo lugar, porque varios cultores de un “modelo” han militado en el otro hasta no hace tanto. Tercero, porque en las elecciones argentinas se juega “el modelo de país” desde hace al menos treinta años, pero los problemas estructurales que enfrentan los gobiernos (restricción externa, déficit, inflación, estancamiento, desempleo) y las herramientas a las que echan mano (emisión, deuda, ajustes abiertos o encubiertos, empleo público, asistencia social) no son tan diferentes. Y cuarto, porque más allá de los núcleos duros que tienen uno y otro “modelos”, hay una cantidad nada desdeñable de votantes que entra y sale de la grieta (y algunos otros que han mezclado el agua y el aceite) con bastante facilidad y en poco tiempo. Por si esto fuera poco, casi la mitad de los argentinos cree que los políticos son todos iguales.

A pesar de lo anterior, el Presidente persiste en la idea de la pureza de los dos modelos, entonces la consecuencia lógica es defender el propio aun cuando los votantes no lo hayan entendido, se hayan ido a “la derecha”, o no hayan tolerado los efectos colaterales de la pandemia.

En esa mirada, los errores del Gobierno son accidentales, y por lo tanto habría que esperar la continuidad de la intransigencia al estilo cristinista, quizás incluso una radicalización aún mayor en el discurso, y nuevas rondas en la ruleta rusa para mostrar quién lo defiende mejor.

En cambio, una mirada alternativa, que también sostiene el Presidente, es interpretar que algo no se hizo bien, revisar lo actuado, buscar un nuevo pacto interno y comprar tiempo hasta 2023, pensando en recuperar al votante (o a parte de los medios y la opinión pública) que prefería la promesa del Alberto posible de 2019 y de comienzos de la pandemia.

Si primara esta segunda lectura, la intransigencia urgente en las preferencias de política pública (que tanto daño hace a la convivencia pública, a la calidad de la democracia y a la posibilidad de lograr las tan mentadas políticas de Estado) podría menguar y por lo tanto podría “normalizarse” la competencia política, resultando dos coaliciones principales que para ganar necesitan moderarse, y no lo contrario.

Finalmente, un tercer interrogante apunta a la oposición. Si, borracha de triunfos para todos y todas y en todos los niveles, interpreta que el recuerdo del final de la administración Macri ya quedó atrás, que es depositaria de una nueva confianza para gestionar, y que el enchastre de esta crisis le brinda una revancha de 2015, entonces se correrá el riesgo de caer nuevamente en la soberbia y la superficialidad en el tratamiento de los problemas que signó a su gobierno, que confiaba en un cambio cultural trascendente. En cambio, si la oposición trasciende el cortísimo plazo, supera la vieja tentación de querer correr de la escena a los impuros totalitarios, logra tramitar la egolatría y aprovecha su mezcla de renovación y experiencia para preservar la institucionalidad en estas horas difíciles y diseñar políticas conceptual y administrativamente consistentes, entonces podría no solamente concretar su sueño de 2023 sino ofrecer al país un cambio de paradigma para la gestión política y el desarrollo económico.

(*) Politólogo y Presidente de la Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP)

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