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Un vacío en el porvenir

14 diciembre de 2011

(Columna de María Matilde Ollier)

Acongojado y casi obsesionado por los avatares de la democracia atravesó su vida Guillermo O'Donnell. Y así abandonó este mundo, luego de una lenta despedida, en la cual dio tiempo a su mujer Gabriela, a sus hijos, a sus colegas y a nosotros sus discípulos para decirle adiós. Su marca quedó en sus escritos. Sin embargo, su ausencia se hará sentir en los rumbos del porvenir. Quién definirá ahora los temas de la ciencia política latinoamericana me preguntaba con angustia una colega.

El interrogante me llevó entonces a repasar las preocupaciones académicas, intelectuales y políticas de Guillermo. En ellas surge de manera central el problema del Estado. Comenzó a estudiarlo, cuando éste era signado por el autoritarismo. Sus escritos ?como todos los que le sucedieron? desataron la polémica en torno a las formulaciones teóricas bajo las cuales analizar las dictaduras que recorrieron el Cono Sur en los años sesenta y setenta. Si así se inició, luego de un largo recorrido, en su último texto, terminó desplegando las facetas simbólicas y concretas del Estado y sus vínculos con otras instancias de la sociedad.

Con la democracia como horizonte, su asociación entre un tipo de Estado y la sociedad, de un modo u otro, recorrió su obra. En ella se enmarcan sus escritos sobre la transición, la consolidación y la calidad de la democracia. De ahí que no puedo menos que recordar entonces aquel seminario realizado en el Instituto Kellogg, en la Universidad de Notre Dame, a principios de los años noventa cuando frente al derrumbe del Estado de Bienestar, Guillermo nos convocó a no dejarnos atrapar por las soluciones simples. Frente a ese riesgo sus palabras resonaron contundentes: era imprescindible repensar el Estado para América Latina.

Fue también en aquellos años que comenzó a escribir sobre una “nueva especie” de democracia en el continente a la cual denominó delegativa. En ese inédito patrón que se dibujaba con la llegada de algunos presidentes al gobierno, Guillermo destacaba un tipo de liderazgo presidencial cuya condición de posibilidad residía en la baja institucionalización de no pocos estados en la región. Esa razón daba lugar a presidentes omnipresentes que acababan ligando la suerte de la democracia a la suya propia. En este esquema, sin embargo, la responsabilidad última ?que daba origen al adjetivo delegativa? estaba en la ciudadanía, que acentuaba el componente delegativo de la representación al abandonar su responsabilidad de controlar las acciones del gobierno. Si ese tipo de liderazgo ?del cual se mostraba crítico- era posible, en parte se debía a una sociedad que lo consentía.

Si no fue concesivo con el poder tampoco lo fue con los ciudadanos. Sin embargo, sería injusto que esta nota concluyera trayendo aquí solo al Guillermo intelectual. Porque él combinaba, sorprendentemente, sus horas dedicadas a la investigación, a la gestión académica, a la docencia y a ayudar a crecer a los jóvenes ?a lo cual dedicó una energía notable? con otras en las que disfrutaba de las charlas, los juegos, las comidas ?todas interminables? con sus discípulos, sus colegas y sus amigos. Cuando lo recuerdo ahora, mientras escribo estos párrafos, mis imágenes de él se confunden entre aquel hombre serio que discutía con pasión y vehemencia los más variados temas académicos y aquel otro que con igual pasión y vehemencia jugaba a las cartas con nosotros en aquellas noches blancas y heladas de South Bend.

(De la edición impresa)

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