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La única candidata es la que no puede serlo

26 febrero de 2013

Las elecciones de este año deberán despejar el 2015 de las pretensiones re-reeleccionistas.

Tres líderes, tres presidentes, tres destinos. Los tres habrán gobernado sus países en estos años que cubren el paso de la primera a la segunda década del siglo veintiuno, con algunas marcas de identidad que los distinguen del resto. El primer afroamericano en llegar a la presidencia de Estados Unidos, el primer primer ministro de Israel nacido después de la independencia de su país, la primera mujer elegida presidente en la Argentina, pusieron su toque de novedad e innovación, más allá del juicio que merezcan sus gestiones. Los tres obtienen su reelección y renuevan sus mandatos, prolongando su permanencia en el gobierno, lo que les permite dejar su marca en la Historia. Los tres tienen por delante completar su tarea, años que definirán el modo en que serán recordados y el legado que dejarán.

Barack Obama acaba de iniciar su segundo y último mandato de cuatro años, Benjamin Netanyahu está en condiciones de acceder a un nuevo período de gobierno con el triunfo pírrico que logró en las elecciones del 22 de enero y Cristina Kirchner ha cumplido el primer año del suyo, que debería ser también el último, teniendo detrás nueve años de gestiones kirchneristas. Los tres coexistirán en la vidriera de líderes internacionales que tendremos de aquí al 2015 y contribuirán, en distinta medida, con sus acciones a modelar el tipo de mundo en el que vamos a vivir. Hasta aquí los parecidos.

Poco o nada tienen que ver sus perfiles personales, sus ideas y políticas, sus trayectorias y destinos. Es conocida, además, la escasa simpatía que se han prodigado el estadounidense y el israelí así como la falta de “química” en el vínculo presidencial entre Washington y Buenos Aires. Está claro, además, que los distancian las enormes diferencias entre los países que gobiernan.

Pero lo que interesa en este ejercicio comparativo es la diferencia en el modo en que cada uno de ellos encara su presente y futuro al frente de sus países. Obama sabe que empieza su cuenta regresiva, con plazo fijo. Tiene plenos poderes para ejercer su segundo período y cumplir con la agenda que le propuso al pueblo estadounidense desde ahora y hasta las elecciones legislativas de medio término; cerca de 500 días antes de que el reloj político empiece a correr en su contra. Netanyahu deberá trabajar día a día para tejer la coalición de partidos que le permita gobernar en los próximos años, debiendo rendir cuentas ante un Parlamento en el que no contará con mayoría propia. Su reelegibilidad no tiene límites pero debe ganarla en un ejercicio de negociación permanente con otras fuerzas y partidos. En los dos casos, el sistema presidencial de EE.UU. y el parlamentario de Israel, tienen bien definidos los atributos y límites de estos “Príncipes democráticos” (siguiendo la definición de Sergio Fabbrini), así como los mecanismos por los cuales dejarán de serlo. Están insertos en una vida política que tiene partidos organizados, semilleros de los que surgen las figuras que aspirarán a sucederlos. Debería ser el caso de la Argentina 2013 y la situación de la presidenta Kirchner. Pero, lamentablemente, no lo es.

Nos aproximamos, también nosotros, a una renovación parlamentaria de medio término de mandato presidencial, en el año en que cumpliremos treinta de democracia, con un oficialismo que sigue enarbolando no sólo el liderazgo indiscutido de Cristina como presidenta y como conductora de su movimiento político sino también su condición de única candidata para el 2015, violentando su propio mandato constitucional. Son comicios legislativos que podrían servir para promover figuras destacadas de recambio, líderes jóvenes y referentes sociales de distintas extracciones, y poner de una buena vez en marcha las renovaciones partidarias y las primarias abiertas para elegir a los candidatos. En síntesis, para abrir más el juego y apuntar a una mejor representación política.

En lugar de ello, las energías parecen concentradas en plebiscitar la gestión presidencial bajo una única consigna: “Con Cristina o contra Cristina”. El ministro Julio De Vido viene actuando como vocero de este armado: “Vamos a generar todas las condiciones para tener un rotundo triunfo en las elecciones de 2013 que le permita a Cristina tomar las decisiones que tenga que tomar. Hoy nuestra candidata es Cristina, en su momento ella decidirá”. De este modo, el oficialismo kirchnerista mantiene unida su tropa desde el vértice, pero expone el caudal logrado en la elección presidencial a la previsible caída que se producirá en la elección parlamentaria. Es sintomática, al respecto, la inactividad del Partido Justicialista, con su presidencia vacante y la vicepresidencia de Daniel Scioli en la práctica “intervenida” por una Comisión de Acción Política controlada desde la Casa Rosada, pese a que existe un cronograma establecido que convoca a elecciones internas partidarias para el 31 de marzo.

La fortaleza del 54% logrado en el 2011 y la mayoría legislativa con la que cuenta, se transforman de este modo en una fuente de debilidad, al exhibir la falta de alternativas, tal cual sus propios voceros lo vienen subrayando, aferrados al palo del mástil: “Ella es la única que garantiza la continuidad del modelo”. Lo mismo que decían de Menem en 1999. Hay aquí otra lectura ilustrativa de las recientes elecciones israelíes en las que el oficialismo ganó con un exiguo 24% de los votos en un escenario altamente fragmentado en el aparecen nuevas coaliciones y liderazgos expresivos de una demanda de cambio.

Debilidad partidaria, maleabilidad constitucional, hiperpresidencialismo: una combinación complicada para una Argentina que transitará el 2013 al 2015 nuevamente por un estrecho desfiladero.

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