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Pasadas las PASO

06 agosto de 2013

(Columna de Luis Tonelli)

En Buenos Aires el peronismo protagoniza un nuevo intento por expresar todo el sistema político y no ser sólo una parte de él

Pese a los esfuerzos colectivos para darle emoción y finalidad última a la cita electoral que se aproxima, la realidad es que, formalmente, estas son primarias abiertas de elecciones de renovación parcial parlamentaria. Y todo parece indicar que no serán mucho más que eso. Salvo que Sergio Massa produzca el batacazo de ganarle por mucho a Martín Insaurralde (Aclaración del autor: dícese del candidato del Frente para la Victoria en la provincia de Buenos Aires). Pero hasta ahora, y como se esperaba, el "Joven Maravilla de Tigre" tiene alguna dificultad para plasmar completamente su popularidad en intención de voto en las encuestas. Lo cual no quiere decir que no tenga todas las de ganar, pero que difícilmente ese triunfo aplastante se adelante en las PASO.

Queda, por supuesto, la esperanza de que en las elecciones generales los opositores cultiven el voto estratégico (en la denominación de los politólogos), también llamado el voto útil (en la denominación de los periodistas). O sea, un voto que se dirige no “a quien prefiero” si no “a quien le puede ganar a quien menos prefiero”. El voto estratégico, de darse de modo puro, haría desaparecer los sufragios que en las PASO hayan ido a Francisco de Narváez y a Margarita Stolbizer/Ricardo Alfonsín, tributando todos a la lista de Massa, lo que cimenta la esperanza de sus más entusiastas seguidores que afirman que en la segunda vuelta “Sergio” (Massa) alcanzará el 50% de los votos. Hipótesis que les sirve no tanto para la prognosis si no para la generación de una profecía de autocumplimiento, cuestión no menor.

En épocas en que se habla tanto de dealignment, de voto independiente, de mercado político, las encuestas también “nos dicen” a quién tenemos que votar si queremos que nuestro voto valga. Y si alguien es estigmatizado porque “no mueve el amperímetro”, en la terminología conurbana de Eduardo Duhalde, le va a resultar todavía más difícil “moverlo”. Las encuestas resuelven la coordinación en un sistema de votantes-átomos diciéndole a la “gente” como debe votar, por más que muchos todavía no se hayan decidido, generándose de este modo un efecto de “bola de nieve” hacia los más votados. Claro que si todo fuera así, tan “líquido” (pago copyright correspondiente al dueño y abusador de este sustantivo político, Zygmunt Bauman) las encuestas serían realmente todo-poderosas políticamente.

Y no lo son, por la sencilla razón de que el voto realmente independiente, tabula rasa, si existe, es muy minoritario. Ni siquiera la mayoría de los que votan por primera vez son independientes de los prejuicios heredados (¡Si todo empezara de nuevo, que difícil sería la sociedad!). Muchos de los que se dicen “independientes” apoyan al Gobierno y jamás votarían a alguien que piensan que es de “derecha”, otros “independientes” jamás votarían al peronismo, otros jamás lo haría por un “gorila”, y otros jamás votarían en contra de quien simplemente les da de comer.

Tratándose de legislativas que, pese a presentarse como de suma cero no lo son esencialmente, y pueden no serlo pese a los esfuerzos de la comunicación política, el voto estratégico podría no darse, al menos en la magnitud esperada. Si se da el voto odio, más que ganarle al otro, el votante puede hacerlo por quien represente la postura más opositora contra quien quiere oponerse. Claro, uno podría decir que la mejor forma en que el odio puede materializarse es ganando. Pero el oficialismo, pese a todo, va a ser la primera minoría electoral; pese a todo, no va a perder el control del gobierno y, pese a todo, no va a haber batacazo. Si alguien vota teniendo en cuenta estas relatividades, entonces Massa no será la opción de todos los anti K extremos después de las PASO y las seguirán siendo, por ejemplo, el panradicalismo- socialismo para los no peronistas, y Francisco de Narváez para los peronistas de derecha, hablando grosso modo.

Algo de eso queda demostrado por el hecho de que a medida que se desenvuelve la campaña electoral el tigrense asimilado, que había comenzado tan alto en las expectativas, pierde votos, y De Narváez, que tendría que verse borrado por quienes optan estratégicamente, gana votos. Por el momento, la polarización está jugando en contra de Sergio Massa, que ha quedado en el medio, y juega a favor de los que lo traccionan de un lado y del otro.

Por eso, ha empezado a endurecer su postura contra el Gobierno Nacional y muy especialmente contra su “modelo inspirador”, Daniel Scioli, quien se ha cargado la campaña al hombro. Pero, ciertamente, si Massa se corre del medio para disputarle los votos al antikirchnerismo, perderá los valiosos votos de los “kirchneristas confundidos” que constituyen un tercio de quienes dicen que votarán por él, y se irán sin escalas, es obvio, hacia Insaurralde. O sea, uno diría que, por lo menos para las PASO, Massa ha alcanzado prematuramente el techo que le impone el “síndrome de la frazada corta”: o se tapa los pies o se tapa la garganta.

Mientras tanto, y quizás más importante que todo, en la provincia de Buenos Aires también se juega un nuevo round de la sempiterna vocación peronista por ser no “parte del sistema” si no “ser el sistema”. Se podría alegar que ya no es el caso: que un Sergio Massa y un Daniel Scioli no tienen nada que ver con, digamos, un Hugo Curto o un Hugo Moyano. Y que llegado un momento, al ser todos peronistas...nadie lo será. Esa puede ser una disquisición filosófica, pero en la práctica, cuando gobierna un peronista, gobierna el peronismo; y los cuadros y dirigentes que participaron de un gobierno peronista pueden participar alegremente de otro que dice ser su opuesto. O sea, por lo menos, en lo que se trata del negocio de gobernar y el ejercicio real del poder, es una alternancia ficticia.

Hay que reconocer que algo de esa elasticidad casi absoluta que presenta el peronismo hoy (y vale decir que la ha contagiado a las demás fuerzas políticas) ha sido clave en la estabilización de la democracia. Cuando el peronismo era hegemónico electoralmente, también representaba un modelo económico, político y social determinado. La victoria del radicalismo en 1983 hizo que el peronismo replanteara su vocación de poder volviéndose elástico. De esa manera, no solo ya podía ganar otro partido, sino que los mismos partidos podían adoptar modelos económicos, sociales y políticos diversos. Antes que identificarse con una dirección ideológica y esperar que se cumpla el ciclo para ganar las elecciones, los partidos argentinos dan la batalla dentro del modelo imperante, poniendo el énfasis en cuestiones de identidad y modalidad de gobierno.

Así, Antonio Cafiero asumía los mismos postulados económicos que Raúl Alfonsín, y Fernando de la Rúa, los de Carlos Menem. Nunca el voto decidió el cambio de un modelo económico, sino que lo hizo la crisis, y catastróficamente. Claro que la elasticidad del peronismo ha llegado a su colmo: no sólo ya no está identificado con un régimen ni siquiera con un rumbo económico. Ahora hasta sus ex funcionarios pueden presentarse como la oposición al mismo gobierno del que formaron parte. Y para ser hegemónico ni siquiera necesitaría hacer explícita su inveterada intención hegemónica: la fragmentación e impotencia de la oposición ha sido la clave para que el peronismo no sufra ningún costo en su mutación y pueda hoy, en elecciones competitivas, y precisamente por ello, ambicionar a ser toda la política nacional.

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