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Sobre alianzas y coaliciones

17 marzo de 2014

(Columna de Daniel Chasquetti, Doctor en ciencia política y profesor e investigador del Instituto Ciencia Política de la Universidad de la República)

¿Qué dicen los ejemplos regionales exitosos? Para triunfar, las alianzas deben competir contra oficialismos débiles y, para gobernar, los socios debe tener visiones similares

El vocabulario político suele utilizar las palabras “coalición” y “alianza” como sinónimos y normalmente se las aplica a dos situaciones muy distintas: cuando el gobierno de un país, una provincia o un municipio es ejercido por dos o más partidos políticos; y cuando en una elección, dos o más partidos políticos unen fuerzas para lograr un resultado mejor del que obtendría si compiten por separado. Desde la ciencia política y con el fin de aclarar nuestros debates, he reclamado que se reserve el término “coalición” para designar a los arreglos multipartidarios de gobierno y el término “alianza” para aludir a los pactos electorales.

Si obramos de este modo, encontraremos que una alianza electoral puede transformarse ?si triunfa, claro está? en una coalición gobernante (pongamos el caso de la Alianza con Fernando De la Rúa en la Argentina 1999) y una coalición gobernante puede transformarse en una alianza electoral cuando su mandato llega a su término (pongamos el caso de la Concertación en Chile en los años 1993, 1999, 2005 y 2009).

Una alianza electoral puede ser un buen instrumento para ganar elecciones pero nada asegura que llegue a ser un buen instrumento para ejercer el gobierno. El hecho de compartir el atributo “multipartidario” no garantiza a priori ningún resultado. Hay alianzas electorales que fracasan estrepitosamente (por ejemplo, en Paraguay el acuerdo entre liberales y progresistas en 1999 o en Bolivia el acuerdo entre la ADN de Hugo Banzer y el MIR de Jaime Paz Zamora en 1993) y hay otras que son exitosas (de nuevo, el ejemplo de la Alianza en 1999). Pero también hay alianzas electorales derrotadas que más tarde se recomponen y amalgaman (el Frente Amplio en Uruguay perdió consecutivamente las elecciones de 1971, 1984, 1989, 1994 y 1999) y otras que, habiendo triunfado, no consiguen estabilizarse y fallecen a medio camino (Convergencia en Venezuela durante el gobierno de Rafael Caldera o la propia Alianza en la Argentina).

LOS EXITOS

De este razonamiento se desprende la idea de que la probabilidad de éxito de una alianza electoral y de una coalición de gobierno depende de factores diferentes. Por ejemplo, en el terreno electoral, la probabilidad de éxito parece estar vinculada a la impopularidad del presidente gobernante. El triunfo de la Concertación en Chile (1989), de la Convergencia en Venezuela (1993), la Alianza en la Argentina (1999) o el Frente Amplio en Uruguay (2004), tienen como denominador común el absoluto deterioro de la imagen pública del jefe de gobierno (el dictador Augusto Pinochet, el depuesto Carlos Andrés Pérez, Carlos Menem y Jorge Batlle).

En el ámbito del gobierno, la probabilidad de éxito (medido como durabilidad de la coalición) puede estar condicionada por la dispersión ideológica de los miembros que lo componen. No disponemos de encuestas de élites para el caso de Convergencia en Venezuela pero sí para el de la Alianza en la Argentina. Según la encuesta de élites de la Universidad de Salamanca, la distancia del presidente De la Rúa y los legisladores del Frepaso (su principal socio) era de casi tres puntos en la escala izquierda-derecha (2.67). Esta situación se tradujo rápidamente en dispersión de preferencias a la hora de tomar decisiones estratégicas sobre las políticas públicas en general y la crisis económica en particular, por lo cual la inestabilidad de la coalición gobernante se vinculaba fuertemente con las características de sus componentes.

En cambio, cuando observamos ?siguiendo la misma fuente? la distancia entre los presidentes y los principales socios del Frente Amplio en Uruguay, de la Concertación en Chile o de la coalición de Lula en Brasil, encontramos que la distancia ideológica nunca supera los 2 puntos (1.5 en Uruguay, 1.9 en Chile y 1.6 en Brasil).

Por tanto y sin pretender caer en un reduccionismo extremo, podríamos afirmar que a la hora de analizar la suerte de las alianzas electorales compuestas por partidos de oposición debemos considerar especialmente el nivel de popularidad del presidente del país. Igualmente, a la hora de evaluar a una coalición de gobierno debemos tomar especialmente en cuenta el nivel de dispersión ideológica de sus componentes.

En la política argentina de estos días comienza atisbarse la posibilidad de que los partidos y líderes de oposición consagren una alianza electoral con el fin de derrotar al kirchnerismo. En ese marco, muchos se preguntan acerca de la posibilidad de triunfo que ese emprendimiento tiene, y en caso de ser así, sobre la capacidad de desarrollar un gobierno estable y exitoso.

Frente a estas preguntas sugiero considerar seriamente los dos factores reseñados: cuanto mayor sea el desprestigio del Gobierno, mayor será la chance de triunfo de una alianza opositora; y cuanto más homogénea sea la alianza en términos ideológicos, mayor será la probabilidad de supervivencia y, por ende, de realizar un buen gobierno.

En suma, dos consejos para los arquitectos de la eventual nueva alianza: no habrá triunfo sin desprestigio del Gobierno y no habrá buen gobierno si no se cuenta con un conjunto de socios con preferencias compartidas.

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