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Venezuela sólo puede empeorar

31 marzo de 2014

La disputa entre chavistas y antichavistas terminará en derrota para ambos bandos

La lucha que se libra en Venezuela no enfrenta a revolucionarios bolivarianos contra escuálidos opositores. Esa es una pantalla para consumo deportivo. El combate de fondo lo encabezan los halcones de ambos bandos contra sus respectivas palomas. Más allá del relato convencional, los moderados Nicolás Maduro y Henrique Capriles están perdiendo sus batallas internas frente a los duros Diosdado Cabello y Leopoldo López, respectivamente. Atenazada entre halcones, lo que resta de la democracia venezolana corre el riesgo de no sobrevivir a los próximos embates.

Juan Linz describió a la abdicación de los moderados como un factor clave para explicar el colapso de las democracias. Cuando las fuerzas extremistas toman el control del escenario político, la lógica amigo/enemigo se impone y la estrategia “cuanto peor, mejor” prevalece. Sin espacio para los acuerdos, la rendición o aniquilación del otro es el único resultado aceptable. En Venezuela los moderados no abdicaron, pero están siendo desbordados por la radicalización de los extremos.

Hace falta ser claro: Venezuela no es una dictadura. Con más o menos prolijidad, sus gobiernos fueron electos consecutivamente y aceptan dejar el poder mediante procedi- mientos constitucionales, incluyendo la revocatoria de mandato. Además, los gobiernos democráticos de la región le otorgan el reconocimiento de pares. Pero Venezuela tampoco es una democracia: la cancha de juego está inclinada y la oposición enfrenta restricciones y amenazas. Al encarcelamiento de chavistas disidentes, como el general Raúl Baduel, ahora se añade el de López y sus seguidores.

Todos los poderes del Estado están subordinados al Ejecutivo, que carece de frenos y contrapesos?institucionales. Los tiene de otro tipo, en su interior. El régimen bolivariano puede describirse como híbrido: combina elementos de democracia electoral con restricciones a las libertades políticas. Para algunos, la etiqueta de autoritarismo competitivo acuñada por Steve Levitsky y Lucan Way le calza bien; para otros, democracia revolucionaria (por contraste con la democracia burguesa) es más apropiado. Que no pueda definirse sin recurso a adjetivos denota la controversialidad del régimen.

Y la controversia se multiplica al interior de cada facción. En el oficialismo, Maduro es el hombre de Cuba y Cabello el del Ejército nacional. La Patria Grande está enquistada dentro de Venezuela: entre 40.000 (confirmados) y 60.000 (probables) cubanos forman parte de la administración del Estado. Están encargados de áreas estratégicas como la inteligencia, la seguridad y la custodiadel presidente. Maduro, como Chávez, no confía en venezolanos para protegerse. Por debajo, las fuerzas armadas bolivarianas resienten la autoridad cubana y cultivan valores soberanistas, en colusión con la boliburguesía de negocios engordada por el socialismo del Siglo XXI.

En la oposición, Capriles pretende llegar al poder por vía electoral mientras López y María Corina Machado abogan por el fin inmediato del régimen. El primero confía en el trabajo y la paciencia, y no construye su alternativa contra los logros de Chávez sino contra las falencias de Maduro. Los otros incitan a las movilizaciones callejeras para generar un cambio de régimen sin demora.

Los países de la región aparecen más cerca del Gobierno que de la protesta. Sus razones pueden desagregarse en tres. En algunos casos hay intereses en juego: Brasil tiene inversiones, Colombia teme el desborde de violencia sobre sus fronteras, la Argentina debe muchos bolidólares. Un segundo grupo está constituido por los que coinciden ideológicamente con el chavismo y le desean perdurabilidad, como Bolivia y Ecuador. La tercera razón es pragmática y deriva del análisis esbozado más arriba; países como Brasil y Chile observan que la contradicción fundamental no es Gobierno-oposición sino halcones versus palomas, y ven en Maduro a un moderado que enfrenta una oposición externa radicalizada y una oposición interna militarizada. Ante la disyuntiva de anarquía callejera o dictadura militar, Maduro (dialogando con Capriles) es el mal menor.

La lucha interna del Gobierno bolivariano se despliega entre dos fuerzas armadas: las cubanas y las venezolanas. Si hoy Maduro es el representante de un régimen militar foráneo, el cubano, su alternativa dentro del chavismo sólo podría encarnar un régimen militar nativo. ¡Un régimen militar en América del Sur! Ese es el escenario que la diplomacia regional busca evitar, y por eso ningún presidente sudamericano se jugó por los manifestantes callejeros: porque las alternativas al triste statu quo son aún más violentas y atrasan varias décadas.

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