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La desunión europea: ¿divorcio o aventura pasajera?

18 junio de 2014

Alemania y Francia hicieron la paz. Pero la guerra militar fue remplazada por la económica y el matrimonio cruje.

Los europeos inventaron la integración regional para dejar atrás al nazismo, pero la coronaron con un parlamento que se les acaba de llenar de nazis. ¿Peligra la democracia en el continente? Hay una respuesta antinómica: sugiere que la democracia no es compatible con la Unión Europea. Pero hay otra respuesta, más compleja y más precisa. Sostiene que son tres elementos, la integración, la democracia y el Estado-Nación, los que no pueden coexistir. Esta incompatibilidad es una versión regional del “trilema de la globalización” descripto por el economista Dani Rodrik.

Un problema tiene una solución: la dificultad reside en encontrarla, no en soportarla. Un dilema, en cambio, tiene dos soluciones excluyentes pero ambas son insatisfactorias. Un trilema es peor: nos enfrenta a tres elementos deseables de los que podemos escoger dos y sólo dos, obligándonos a descartar un tercero que valoramos. En su “teorema de la imposibilidad”, Rodrik postula que la soberanía nacional, la democracia y la integración económica son inalcanzables simultáneamente: es preciso sacrificar una de ellas para realizar las otras dos. El se inclina por dejar atrás el Estado-Nación. Pero la preferencia de los ciudadanos europeos, expresada en las elecciones de de fines de mayo, apunta en otra dirección: democracia sí, Estado también. Ergo, integración no.

Las dinámicas electorales europeas no impulsan el fascismo sino la desintegración. Claro que el colapso de la Unión Europea alimentaría los nacionalismos, y con ellos el fantasma de la guerra. El fascismo, entonces, no sería causa sino consecuencia del colapso de la integración. De hecho, ya es la consecuencia de su mal funcionamiento. Es fácil ser democrático con la panza llena. En América Latina, después de un siglo atribulado, se aprendió a valorar la democracia aún en tiempos de crisis. Por eso, los colapsos partidarios no condujeron a golpes de Estado sino a liderazgos plebiscitarios o democracias delegativas que, como el nombre indica, no llegan a autoritarismos por más imperfecciones que ostenten. En Europa no fue así: las crisis económicas de entreguerras destruyeron a las democracias continentales por dentro, y sólo después devino la guerra. La segunda posguerra, en cambio, alumbró la prosperidad.

La prueba de fuego llega ahora, cuando el estancamiento, la deflación y el desempleo se ensañan con el sur del continente mientras el norte crece y se financia a tasas negativas. La disgregación acecha. Las elecciones parlamentarias reflejaron las tendencias centrífugas. Los resultados no consolidaron ni a la derecha ni a la izquierda, ni el statu quo ni la renovación: cada país fue un mundo.

La extrema derecha ganó en Francia, donde es oposición, y la centroderecha ganó en Alemania, donde gobierna. La extrema izquierda ganó en Grecia, donde es oposición, y la centroizquierda ganó en Italia, donde gobierna. Inglaterra ?pero no Escocia? se aleja de Europa mientras España se disuelve. En la frontera sur, miles de africanos intentan colarse en el paraíso. En la límite sudoriental, Turquía está cada vez menos interesada en entrar. Y en el este, Rusia deglute a sus vecinos mientras negocia con Alemania y espera que el efecto Yugoslavia se contagie a todo el continente. Después de siglos de hacerse la guerra, el proceso de integración les permitió a los europeos convivir.

Reprimidos emocionales del norte y reprimidos sexuales del sur dejaron de matarse y, paz y amor mediante, se dedicaron a enriquecer. Pero sesenta años más tarde la convivencia peligra. ¿Las elecciones al Parlamento Europeo anticipan el divorcio o fueron sólo una aventura? Más que una aventura, los electores organizaron una bacanal ?y algunos partidos tradicionales llevaron la peor parte?. Irónicamente, el Partido Socialista francés que solía alinear percherones como François Miterrand y Dominique Strauss-Kahn es el que ahora camina con más dificultad. Las encuestas explican por qué: mientras el 85% de los alemanes se declara satisfecho con la situación económica, sólo el 12% de los franceses lo está. Los europeos marchan en distintas direcciones y, siglos después de la conquista de América, se preparan para volver a saquearla.

Quieren apropiarse de Túpac Amaru.

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