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¿Perder para ganar es ganar?

02 octubre de 2014

(Columna de María Esperanza Casullo)

Ayudar a Macri a ganar y especular con un Gobierno fallido no sería un curso de acción efectivo para un retorno K en 2019

Varias versiones de los medios de prensa, blogs y demás dan cuenta de un supuesto plan, o al menos una intención, de Cristina Fernández de Kirchner para facilitar una victoria de Mauricio Macri en las próximas elecciones presidenciales. Estas versiones sostienen que Cristina Fernández de Kirchner piensa que una victoria de Mauricio Macri estaría casi seguramente seguida por un gobierno fallido e impopular, lo que daría pie a un regreso de la ahora Presidenta en 2019.

Siempre según trascendidos, el modelo para esta sucesión de escenarios es la derrota del candidato de la Concertación Eduardo Frei a manos de Sebastián Piñera en 2009; esta derrota, que fue dolorosa en su momento (la primera de la alianza desde el retorno de la democracia), fue sin embargo sólo el preámbulo a una vuelta de Bachelet aún más fortalecida frente al desplome de la popularidad del gobierno de la “derecha racional y moderna”. No podemos en esta columna, por supuesto, afirmar que la presidenta Fernández planea efectivamente darle una mano para ganar a Mauricio Macri en 2015 tal como, siempre se rumoreó, lo hizo Carlos Menem con Fernando De La Rúa en 1999. El objetivo de estos párrafos es dar algunas razones por las cuales, aun si ella así lo decidiera, éste no sería un curso de acción efectivo para su retorno en 2019.

La primera razón tiene relación con las diferencias en el sistema de partidos de Argentina y Chile. Chile es, en este momento, un país con un bipartidismo muy fuerte; (o, más bien, bicoalicionismo). Vale decir, dentro del sistema tal como está constituido, si la Coalición pierde, eso significa que gana la derecha; y viceversa, si la coalición de derecha pierde una elección presidencial, no existe otra fuerza en condición real de ganar salvo la Concertación. Además, la Concertación es una coalición de partidos con un grado alto de institucionalización alto: es decir, en estos partidos los pactos y compromisos alcanzados por las élites partidarias tienen una buena probabilidad de cumplirse.

Es claro que esta no es para nada la situación del sistema político argentino. Por un lado, el bipartidismo argentino quedó herido de muerte con la implosión de la UCR; lo que reemplazó al viejo bipartidismo es un sistema desbalanceado en el cual el peronismo mantiene un cierto grado de cohesión, por un lado y, por el otro, hay un archipiélago de fuerzas noperonistas mucho menos cohesionadas y estables.

El PRO es una de estas fuerzas, que cuenta con un candidato con alto conocimiento y con experiencia de gobierno; sin embargo, no tiene la implantación nacional y la fuerza legislativa de la UCR ni un antecedente de impacto en la propia cancha peronista como fue la victoria en Provincia de Buenos Aires que tiene Sergio Massa. Las dinámicas dentro de este archipiélago opositor son impredecibles. Podría ser que si CFK se decidiera a “ayudar” a Macri esto fuera, en realidad, en su detrimento y ayudara a Massa. Podría ser que Macri ganara la presidencial en 2015 y en 2017 ganara las elecciones legislativas otra fuerza opositora no PJ, o que se dieran resultados diversos en diversas provincias, lo que complica el camino del peronismo hacia el 2019. Podría ser, por otra parte, que si Macri ganara las elecciones y con el impulso renovado de ser gobierno y tener recursos para repartir Macri pudiera disciplinar y encolumnar a dirigentes opositores y fortalecer el PRO.

Lo cual nos lleva al segundo punto: nada garantiza a priori que Macri falle en el gobierno como lo hizo De La Rúa, y tampoco que pierda en 2019. Más allá de la opinión personal que se tenga sobre la calidad del gobierno macrista en la CABA, es indudable que el electorado de la ciudad de Buenos Aires está mayoritariamente satisfecho, y así lo ha manifestado en sucesivas elecciones. De hecho, el PRO es hoy no sólo un partido vecinal establecido en su Ciudad, sino la fuerza política mejor organizada y más dominante en su propio territorio, manejando sin problemas la Legislatura porteña y demás órganos de gobierno. Si a esto sumamos que, como lo dicen hasta el cansancio analistas de toda índole, la Argentina podrá en 2015 acceder a financiamiento externo y gozará al menos por un par de años de la buena voluntad de la clase empresaria vernácula, no es difícil imaginar que Macri pueda llegar a 2019 en una relativamente buena posición.

Por supuesto, también podrían llegar en buena posición a 2019 Massa o un eventual presidente socialista, pero Massa es una mayor incógnita al momento de gobernar, y el FAU carga con la mochila de la incapacidad radical de terminar sus últimos mandatos. Finalmente, si el sistema partidario chileno difiere del argentino, mucho más aún difiere la Concertación del peronismo.

El peronismo no es un partido, sino un sistema político complejo que genera y regenera constantemente representación de abajo hacia arriba y arriba hacia abajo. Esta representación no está basada en la norma y procedimientos partidarios (o sea, en congresos partidarios e internas) ni tampoco en la trayectoria personal o la historia exitosa del dirigente. Esta representación es estrictamente situacional y depende de la capacidad simétrica de gobernar y ganar elecciones, es decir, en la evaluación que hacen los diversos actores con algún poder real (territorial, sindical, organizativo) momento a momento de la capacidad del máximo dirigente del partido de ayudarlos a ellos a gobernar o mantener su organización y a ganar elecciones.

De 2015 a 2019, Cristina Fernández de Kirchner será sin duda considerada una dirigente de importancia en el PJ; sin duda también, será evaluada con los mismos exigentes criterios que cualquier otro dirigente peronista que no es el Presidente de la Nación. Nada garantiza de antemano que ella sea la candidata del PJ en 2019; mucho menos ayudará en esta garantía si CFK se retira de su gobierno dando la imagen de haber ayudado activamente a perder a un candidato peronista (así como no lo ayudó con el peronismo a Carlos Menem en el 2003 haber dado esa impresión en 1999).

En síntesis, el sentido común dictamina más bien que el mejor rumbo de aquí al 2015 para el kirchnerismo es el menos innovador: estabilizar la situación económica lo más posible (condición de posibilidad excluyente para pensar tanto en una victoria de un candidato propio en 2015 como en un “retorno” en 2019); apoyar a un candidato cercano en las PASO; concentrar los esfuerzos en ganar gobernaciones, senadurías, diputaciones y cargos provinciales para, desde allí, nuclear al sector kirchnerista en el tiempo que viene luego de la elección presidencial; finalmente, hacer entrega del Gobierno a quien gane en octubre del año que viene con satisfacción por haber podido gobernar el inédito lapso de doce años.

Tal vez la mejor manera de llegar con posibilidades al 2019 es, paradójicamente, no pensar a tan largo plazo.

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